No recuerdo las palabras exactas, pero fue José Luis Martín Prieto (MP) quien escribió hace veintitrés años algo así como que la representación de Cristo crucificado le recordaba a un modelo de Armani. El asunto trajo lío, pero poco, y al poco la cosa se olvidó.

Nunca caucioné lo que expresó Martín Prieto en su momento. Sin embargo, con los años, he comprendido que el periodista quiso expresar —de manera manifiestamente mejorable— su desacuerdo con una representación artística de Cristo que él interpretaba como demasiado mundana. Pienso que se equivocaba. Para un católico es comprensible, incluso habitual, que la perfección hecha carne se pinte, talle o esculpa con unas proporciones (más o menos ascéticas) que en nuestra sociedad podrían coincidir con un ideal masculino de belleza. Este ideal suele rendir homenaje al Dios hecho hombre cuya dulzura se expresa, en ocasiones y en función de la época, con rasgos más suaves.

Lo anterior no tiene relación alguna con la feminidad, lo «homonormativo» o, si se quiere, la metrosexualidad cazurra que caracteriza al modelo elegido para hacer de Cristo resucitado en el cartel que presenta la Semana Santa sevillana de 2024. Aquí sí nos topamos con el homenaje al mundo de Martín Prieto, con la celebración de nuestra época y la sumisión a sus valores. Estamos, por tanto, a años luz de esa trascendencia que pretenden vendernos y que representa Jesús resucitado como vencedor de la muerte; es decir, del mundo.

Son llamativas las piruetas que ejecuta el columnismo-tertulianismo, pero también el bumérrimo liberalismo tuitero, para justificar casi cualquier adefesio o patochada con tal de estar siempre en el aire de los tiempos, alineados con el machito cultural. Cuando hay manifestación artística de por medio, y sobre todo cuando esta toca el fenómeno religioso, lo más importante es no ser tachado de inactual, de «reaccionario», de «conservador» o, peor aún, de «tradicionalista».

Leo, creo que a Apaolaza, que nuestro Dios no es el del «poder macho». Que no adoramos a Thor y que somos sevillanos, no vikingos… Nada de todo ello se nos escapa a muchos, pero la fragilidad del Cristo niño o sufriente no implica que debamos asumir una posición de máximos y abrazar, entusiasmados, la representación de una divinidad que tiene pinta de pasarse con el serum y bailar el Holding out for a hero encima de la barra del Why not.

Otros, más ladinos, nos cuentan que ya hace siglos la pintura de tal artista o tal corriente representaba a Nuestro Señor con rasgos extremadamente femeninos. No lo pongo en duda, pero la feminización o la diversidad sexual no eran, por aquel entonces, valores troncales para la sociedad de la época con los que, incluso, se identificaba el sistema político que regía en ellas.

Hay artistas que ya no explican las grandes cuestiones que atañen al ser humano, se limitan a ser el brazo armado de la ideología dominante. No anuncian la sociedad que viene, la imponen con golpes de efecto. No pocos se han hecho eco del estilo pictórico de Salustiano García, que así se llama el creador del cartel que ha generado una polémica, buscada, que seguramente tendrá su recompensa económica e institucional. Quizá lo único que pueda decirse con respecto de sus obras es que no desentonarían en las paredes de la casa de John Podesta.

Cuestionada a pie de calle sevillana por un reportero a cuenta del Cristo que presenta la Semana Santa de este año, una señora zanjó el asunto con una frase redonda: «Lo veo demasiado resucitado». Así es. Y el que quiera entender, que entienda.