El sainete protagonizado en las últimas horas por los funambulistas mediáticos, los comediantes de la política y los coros de usuarios de las redes sociales, a cuenta del folletín imposible del tarambana de Malasaña, ha reducido a lo grotesco, a golpe de sobreactuación, el circo en que han convertido España.

La fábula, leída ahora que conocemos el trasfondo, era en sí misma insostenible, si bien es cierto que la avalancha propagandística ha sido de tal magnitud que, en un primer momento, dejaba la puerta abierta a la duda.

En cualquier caso, la poca apariencia de veracidad no fue óbice en modo alguno para que se activaran los resortes que encuentran en estos pretendidos sucesos un sostén suficiente para continuar ajustando los engranajes de la ingeniería social que nos están aplicando.

Nada podía salir mal, porque un amplio espectro de la población española ha dado sobradas muestras de su fideísmo patológico.

No en vano, se creyeron a pie juntillas que durante la campaña electoral de Madrid hubo balas y navajas en sobres que atravesaban escáneres y llegaban a los despachos de los Ministros, aunque la investigación se cerrase en falso al poner las urnas; se tragaron que Sánchez contaba con un grupo de expertos que se estaba encargando de gestionar la situación sanitaria, aun cuando se confirmó oficialmente su mentira; asumieron que al joven Samuel lo habían asesinado por ser homosexual, por mucho que las investigaciones policiales contrarrestasen su falacia.

Crédulos impasibles

Los mismos que se dejaron engañar, hace demasiados años, con aquella farsa que Ferreras escupió en los micrófonos de las SER relativa a un terrorista con tres capaz de calzoncillos, han sido los que ahora han deseado que fuese cierto que ocho individuos podían vestir sudaderas negras un domingo de verano, a plena luz del día, en el centro de Madrid y a 35 grados a la sombra, para marcar siete letras como siete soles en las nalgas de un chaval.

No sé si pecaré de optimista, pero me resulta inadmisible pensar que sean todos tan sumamente necios. Es imposible. Todos no pueden serlo.

Ciertamente, hay que contar con aquéllos incapaces de dar más de sí. Podrán resultar un fastidio, pero llaman a la misericordia. Ya nos advirtió San Jerónimo en su traducción de Eclesiastés 1, 15, que Stultorum infinitus est numerus.

Junto a estos, están los que no creen del todo, pero quieren creer. Son los sectarios, esos con los que no se puede contar para nada fuera de su trinchera. Los que violentan sus seseras incluso viendo que la realidad es demasiado tozuda como para negarla. Aun así, se lo proponen vivamente, y son capaces de seguir repitiendo hoy mismo que hubo balas en sobres, grupos de expertos, y que a Samuel lo mataron por sodomita. La verdad es su acérrima enemiga, y matarán al mensajero si sus esquemas se pudiesen tambalear.

Pero como digo, ni todos son necios, ni todos son sólo sectarios. En la cúspide de la construcción, difusión y consolidación de la patraña están otros. No son tantos, pero son los verdaderamente dañinos.

Son los Jorge Javier Vázquez de turno, los Antonio Maestre, los Ignacio Escolar, las Ana Pastor y los Ferreras. Son los Marlaska y los dirigentes de variopintos, abundantes y carísimos tinglados de géneros, colores y razas, que saben que todo es mentira porque, cada cual en su nivel, ha adulterado, cuando no trazado y proyectado, una trama que responda a sus propios intereses.

Precisamente por lo espeluznante y oscuro de la evidencia que aquí se expone, no cabría soslayarla en aras de un alegato favorable a la pretendidamente necesaria mesura, previa al entendimiento y al diálogo. No es viable afrontar la vida pública sin reconocerlo, saber que está ahí, y que es justo a ellos a quienes no les importa ser enemigos declarados de la convivencia.

Son incitadores del conflicto, instigadores de la contienda especializados en el señalamiento de aquellos que no caben en los estrechos márgenes que han delineado para que discurra su apesebrada sociedad.

Y están perfectamente estructurados, con una organización cuasi castrense. ¿O sólo a mí me resulta sospechoso que a las pocas horas de saltar la noticia de la pantomima de Malasaña, ya hubiese lemas con sus correspondientes diseños, perfectamente estudiados y objetivamente potentes en cuanto a su capacidad comunicativa se refiere? ¿Cómo es posible que antes de haber un detenido en el asunto de Samuel, ya tuviésemos en todos nuestros móviles sus carteles de campaña?

Estrategia a prueba de la verdad

Tienen un ejército al servicio de su ideología que, como acaba de ocurrir, inunda de tal modo el espacio público que impide siquiera un primer examen racional. Antes de que cualquier indicio de la verdad salga a la luz, ellos ya han situado, no el debate, sino el cartel, que es muy distinto. Porque en el debate, se escucha; con el cartel, se sitúa. Así, se traza una línea, y se ubica, según sus criterios, a los buenos y a los malos.

Es el “nos están matando” (lema para la manifestación convocada para el 11 de septiembre) ¿Quiénes? Ellos. ¿Quiénes son ellos? “Frente a sus cuchillos, nuestra rabia” (Cartel del Movimiento Autónomo Cuir). Esos, los que ellos dicen que empuñan los cuchillos, y quienes, a su parecer, alientan a que lo hagan. ¿Hay algo objetivo, veraz, contrastable, para que estén allí? No. Porque no importa. De hecho, es mejor que no lo haya.

De ahí los quejumbrosos mensajes posteriores a la confesión de la falsa víctima, de los que se desprende una verdadera decepción con que los hechos de Malasaña hayan sido parte de un montaje.

Por eso dice Marlaska que el fraude no deja de ser “una anécdota”. Por eso los Maestres, los Escolares, y tantos otros juntaletras, han salido por la tangente afirmando que no importa, que al final, lo que cuenta es que hay violencia contra los homosexuales, justificando la mentira como arma comunicativa, siempre que ésta respalde sus intereses. Por eso ha habido quienes han seguido yendo a manifestarse contra algo que nunca ocurrió. Porque no van a dejar que la verdad les estropee un buen titular, y mucho menos, una buena estrategia.

En muy pocos días, han quedado demasiado retratados. Más de lo que les gustaría. Hay que aprovechar los errores del mal para aprender a combatirlo. Porque los necios van y vienen. Pero los perversos permanecen.

Rafael Ruiz Morales
Cordobés afincado en Sevilla. Licenciado en Bellas Artes y Derecho; Máster en Periodismo y Educación. Abogado de profesión, pintor por afición, comunicador por devoción. Siente España con acento del sur. Cautivado por el Bien, buscador de la Verdad, apasionado por la Belleza. Caminando.