Yo pensé que nunca viajaría a Estados Unidos como todavía creo que jamás saltaré en paracaídas. Son algunas pocas certezas, muy íntimas, que la vida va derribando y que el ritmo de los acontecimientos desmiente. He estado en Miami y temo verme en poco tiempo enfundado en uno de esos trajes llamativos sobrevolando, pongamos, el embalse del Manzanares.
Uno tiene sus creencias porque vivir consiste en eso, en hacer religión con el mundo, en anudarse a unas pocas verdades inamovibles. La vocación de contorsionista no es para todos, y muchos somos los necesitados de un ramillete de pilares firmes. Ya sea, abatidos junto al Ebro, para evangelizar Finisterre o para algo tan sencillo como decir la verdad, tan costoso.
Hacemos religión, decía, con algunas certezas, personas, momentos y lugares. Son nuestros cimientos como las casas tienen sus excavaciones profundas. Son la roca firme de la parábola. Y estos pilares los solemos poner durante los primeros años, cuando mamamos de la teta de una madre; cuando, en una bicicleta sin ruedines, nos vemos empujados por la mano de un padre; cuando escuchamos entusiasmados a un maestro; cuando contamos las confidencias a los tres amigos de siempre; cuando anhelamos gastar todas las vacaciones de verano en un mismo lugar.
Los pilares no se eligen y tampoco se escogen las reformas. La vida sorprende y cuando uno ya pretendía cubrir de tejas su azotea va y descubre nuevos pilares. Y vuelta a empezar en la cimentación. Que no es reemplazar los anteriores, los pilares de siempre, por unos nuevos, más acordes al ritmo de los tiempos, sino reforzar las raíces de toda la vida con nueva savia. La religión siempre es una apertura a lo nuevo, una incorporación de novedosos misterios.
Así, tengo amigos que daban su vida por construida, ay, y se han visto a los treinta y muchos volviendo a empezar, cimentando esta vez sobre piedra firme. Y yo mismo me he descubierto nuevos pilares donde otros sólo verían colegueo, he oteado rocas donde algunos vislumbrarían tan solo un campamento de verano; pienso ahora en aquel abrazo nocturno en una terraza de la costa alicantina o la reciente conversación, algo sonámbula, en un banco de Montecarmelo. Últimamente he añadido pilares a mi vida y ya no me imagino los cimientos de este edificio sin alguna de estas nuevas columnas. ¡Son tan indispensables!
Los pilares tienen, además, ese punto de invisibilidad que caracteriza toda presencia. No se ven, pero están, y de vez en cuando hay que bajar al sótano para palparlos y es verdad que a veces nos gustaría notarlos más. Más cercanos a la intemperie, más a la vista. Su discreción se lo impide porque esos lugares, momentos, personas y certezas habitan en lo escondido, que es donde se fragua lo importante. Hasta me he imaginado la armonía de una casa, entre cimientos y tejados, como la comunión de los santos. No es más vanguardista quien construye hacia arriba sino quien apuntala hacia abajo.
Algunos de vosotros, sin embargo, sois pilares míos sin que yo lo sea así para vosotros y eso me pone infinitamente contento. Sustentais mi vida a sabiendas de que yo nunca podré cimentar la vuestra y eso me deja en deuda con algunos cuantos. Yo bendigo la deuda porque también somos antiliberales en lo afectivo. Sois generosos respondiendo a mi llamada de inestabilidad e, inamovibles, permanecéis. Claro que lo paradójico de todo es que yo, trapecista sin equilibrio, también puedo ser pilar para otros. Lo soy, y eso abruma.
Egoísta, pese a todo, a veces me entristezco viendo que una de mis más vigorosas pilastras también lo es para los demás. Y veo cómo aquel lugar pierde su magia para mí mientras continúa con su hechizo de enamoramiento con otros; aprecio cómo aquella anécdota que sustenta mi memoria también apuntala la de un buen amigo; cómo uno de los sólidos cimientos se me marcha a, qué sé yo, Chicago. Llega entonces el momento de abrazar con alegría que recuerdos, personas y certezas que valgan la pena no hay tantos y en un mundo sin equilibrios están pluriempleados. Por eso, con tanto trabajo por hacer, sólo me queda bendecir vuestros pilares y bendeciros a vosotros, que sois los míos.