A mí, amante del otoño, siempre se me ha hecho bola la vuelta al cole. Será porque prefiero los propósitos de Año Nuevo a los de nuevo curso, o porque el forrado de libros siempre me pareció una actividad absurda, o porque El Corte Inglés me arruinó para siempre el Begin the Beguine de Cole Porter con su insufrible anuncio de principios de los dos mil. El caso es que no soy fan del manido subgénero articulístico de la reentré —por cierto, ¿les he contado que también detesto esa palabra?—, con su obligada melancolía de pupitres y hojas  secas. Pero estas semanas se han publicado varios enfoques tan buenos, y en algunos casos tan originales, que he tenido que rendirme. No me resisto a traer algunos a Haleakaloha.

Para no hacerlo tan duro, empecemos por el final, el del verano, con una elegante columna estival de Carlos Marín-Blázquez que nos hace reflexionar sobre el tiempo y su velocidad variable. «Puede que por eso diera lo mismo», nos dice en La Gaceta, «las veces que se repitieran una situación, un juego, una aventura, porque siempre había peculiaridades que diferenciaban un instante de otro, matices que encapsulaban una fracción de tiempo y la rescataban de esa forma tan frecuente de olvido al que ahora nos condena la monotonía».

Sin más preámbulos, saltemos al asunto: la tribuna del poeta Jesús Beades en Diario de Sevilla, titulada precisamente Vuelta al cole, lo tendría todo para no gustarme, por tema y por enfoque. Pues bien, la he leído dos veces del tirón y le perdono hasta su apología de los subrayadores fluorescentes. Menuda obra de arte.

Jardineros de septiembre es el título del texto otoñal de Miguel Fernández-Baíllo, uno de esos jóvenes talentos a seguir que nos trae esta renacida cabecera, LA IBERIA. Un golpe de realidad para «nuestra sociedad de mochileros empeñados en conocer cada rincón del mundo menos el propio hogar».

El siguiente recorte es algo personal. Hace algún tiempo, ya demasiado, Javier Torres y yo coincidimos en un colegio mayor, uno de esos baluartes en los que todavía resiste el espíritu universitario. De aquellos tiempos y aquellas experiencias ha sacado un brillante texto, Veinte años,  en el que salta de los dormitorios a la actualidad. Lo firmo todo, hasta la dedicatoria final —o mejor: especialmente la dedicatoria final—.

Hablando de universidad, Nuestro Tiempo nos regala un artículo largo, pausado y jugoso de José María Torralba. Se titula Educar para la grandeza. Breve manual de jardinería y merece que invirtamos en él unos cuantos minutos sin distracciones —o unas horas, si pretendemos zambullirnos en todos los enlaces—. «Para ser un buen médico, abogado o profesor», argumenta el autor, «no solo se requieren conocimientos y competencias técnicas, sino también cualidades intelectuales y éticas: desde la honestidad y el interés por la verdad hasta la paciencia, el sentido de la justicia o la empatía».

Cierro con Aurora Pimentel, experta en usar historias cotidianas para hacernos pensar a golpe de frase corta. En su blog, Máster en nubes, nos habla de una casa, la de su abuelo, que «es mucho más que una casa».

Ya tienen, perdón por caer en el tópico, unos cuantos deberes para las primeras semana de curso. Eso sí, no se preocupen: en Haleakaloha, como en las canciones, es verano siempre.