El 11 de marzo de 2004 España vivió uno de sus días más oscuros. Varios trenes de cercanías explotaban en las inmediaciones de la estación de Atocha, sembrando el caos y dejando tras de sí un reguero de víctimas como nunca se ha visto en Europa. En total el balance se saldó con 193 asesinados y más de 2.000 heridos, víctimas de un crimen que consigo además dejó herida de muerte a una España que desde entonces vaga sin rumbo, aún desconcertada por aquella mañana trágica.

Aquel día fue el principio del fin de una España boyante, un país ejemplar que se había hecho fuerte en la unión y dejaba de lado cualquier atisbo de revanchismo. Prosperidad y pelear contra el enemigo común: el terrorismo etarra. Sin embargo, con los atentados del 11M llegaría el gobierno de Zapatero para hacer de la discordia y la crispación la nota característica de las relaciones sociales. Donde antes había comunión ahora existía el sectarismo que terminaría por resquebrajar España.

Han pasado 19 años desde que se consumara el mayor trauma experimentado por la sociedad española en las últimas décadas y aún hay piezas del puzle que no encajan si nos atenemos al relato oficial. En teoría lo realizó Al Qaeda, pero los islamistas jamás lo reclamaron como ya hicieron en otras ocasiones. Tan grande es la confusión, que hasta en la sentencia de la Audiencia Nacional se dictaminó que no se conocía al cerebro del atentado. Tres condenados como autores y ninguno de ellos era el cerebro, igual que jamás se sabría el móvil que motivaría a estos condenados para perpetrar la masacre. Sin embargo, pese a no conocerse el móvil la maquinaria de La Ser no cejó en su empeño por vincularlo con el terrorismo islamista.

Por otra parte, el escenario del crimen fue borrado por completo a los pocos días del atentado. La Dirección General de Renfe dio la orden y aún no sabemos la causa que podría justificar eliminar los trenes que encerraban dentro de sí la verdad de lo que había pasado. En lugar de preguntar por los trenes, los focos mediáticos se centraron en una Renault Kangoo vacía según los primeros policías que la registraron, pero llena de pruebas incriminatorias al poco tiempo de ser detectada.

Se tomó como válido el testimonio de dos mujeres rumanas cuyas declaraciones fueron señalar a quienes finalmente fueron condenados pese a afirmar estas haberlos visto subirse a los cercanías en diferentes pueblos de Madrid al mismo tiempo. Tras esto, se les otorgó la nacionalidad.

Por último, jamás se supo ni se quiso saber qué había explotado: si Goma-2 ECO o Titadyn. Uno u otro tipo de material podía hacer que los cauces de la investigación fueran o bien siguiendo la pista etarra o bien la yihadista. Sin embargo, las terminales mediáticas de La Ser seguían apostando fuerte por la opción islamista, quedando para el recuerdo la famosa «tres capas de calzoncillos».

Quid prodest?

De entre todos los interrogantes que causa el 11M, dos se abren paso con fuerza. El primero: Quid prodest? Después: ¿por qué? Parece que los españoles deberemos soporta durante décadas el telón del silencio, asfixiando a toda voz que se alce para reclamar justicia con las víctimas, la única manera de sanar la herida que desde entonces aqueja a España.

Lejos de querer reparar este doloroso agravio, grandes productoras lanzan documentales infames para apuntalar las contradicciones y sin sentidos que la Audiencia Nacional juzgó. Al mismo tiempo, una parte del espectro político español reacciona con vehemencia cuando se hacen preguntas respecto a estas sombras espinosas. Y aquí de nuevo la misma pregunta: ¿por qué? ¿por qué aún no podemos saber más sobre esta tragedia? Las víctimas son las primeras que quieren saber toda la verdad y, lejos de complacerlas, son ninguneadas.

Por ello, para reparar el dolor de ellas, el 11 de marzo debería ser el Día de las Víctimas del terrorismo en España, no el 27 de junio. La fecha debería guardarse como día de luto nacional, en el que la bandera ondease a media asta y se explicase a las generaciones venideras los horrores de quienes arremeten contra la sociedad civil por fines espurios. Un día de luto en el que recordaríamos a los que ya no están, a esa España tan lejana e inocentona.

Estamos a un año de que los hechos del atentado del 11M prescriban. Con la muerte judicial del caso, toda ocasión de reparación y justicia quedará sepultada por la indecencia y la vergüenza. Por esta razón, es el momento de movilizar a la sociedad civil para evitar que este episodio negro quede condenado al ostracismo y el secuestro perpetuo de quienes no quieren hacer más preguntas. España y las víctimas merecen respuestas.

Por último, no dejemos de dar las gracias a todos los que desde su pequeña trinchera pelean incesantemente por que se sepa la verdad. Especialmente, a los amigos de Terra Ignota que siguen remando contracorriente para dar algo de luz en este baile de sombras.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.