El Gordo, un siglo adelgazando

La comparación histórica revela cómo la Lotería de Navidad ha pasado de garantizar patrimonio a propiciar, en el mejor de los casos, una vivienda media

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Durante buena parte del siglo XX, el valor del Gordo de la Lotería de Navidad no se medía solo en dinero, sino en patrimonio. El primer premio permitía transformar un golpe de suerte en riqueza duradera: inmuebles, rentas, estabilidad económica para varias generaciones. Hoy, esa equivalencia ha desaparecido casi por completo.

Un estudio comparativo elaborado por Radio Televisión Española permite observar con claridad esa erosión del poder adquisitivo. En los años veinte del siglo pasado, el Gordo equivalía a la compra de una docena de edificios completos y varios automóviles, en una España donde la vivienda urbana era relativamente accesible y el suelo aún no se había convertido en activo financiero. El premio no solo cubría el consumo, sino que generaba capital.

Cuatro décadas después, en 1968, el deterioro ya era visible, pero seguía siendo un premio transformador. El Gordo permitía adquirir una docena de viviendas y más de veinte automóviles. Es decir, garantizaba un patrimonio inmobiliario relevante en un contexto de salarios modestos, crecimiento económico sostenido y precios de la vivienda aún contenidos en relación con las rentas del trabajo.

El salto al siglo XXI marca un punto de inflexión. En 2008, el primer premio ya apenas alcanzaba para comprar una vivienda y tres coches. El Gordo dejaba de ser un multiplicador patrimonial para convertirse en una mejora puntual del nivel de vida. El cambio no era coyuntural: reflejaba una tendencia estructural ligada al encarecimiento del suelo, la financiarización de la vivienda y el estancamiento relativo de los premios.

En 2025, el diagnóstico es aún más severo. Según un análisis del portal inmobiliario pisos.com, los aproximadamente 328.000 euros netos que deja hoy el Gordo tras impuestos apenas permiten adquirir una vivienda tipo en España. Y ni siquiera eso en comunidades como Madrid o Baleares, donde el precio medio de la vivienda supera con claridad el importe del premio. El Gordo ya no compra patrimonio: compra, en el mejor de los casos, acceso.

La comparación se vuelve todavía más elocuente cuando se analiza el coste de participar. A comienzos del siglo XX, el equivalente actual a 60 céntimos daba acceso a un premio superior a 1,7 millones de euros. En 1968, seis euros permitían aspirar a casi 850.000. Hoy, el desembolso es de 20 euros para optar a 328.000 netos. El retorno potencial por euro jugado se ha desplomado de forma constante durante un siglo.

Este desfase explica el debate abierto en el sector. La Agrupación Nacional de Asociaciones Provinciales de Administradores de Loterías (Anapal) propone elevar el precio del décimo a 25 euros y aumentar el Gordo hasta los 500.000, argumentando que el premio actual se fijó hace más de una década y ha quedado desfasado por la inflación. Los datos del Instituto Nacional de Estadística, con un IPC acumulado superior al 25% desde 2011, respaldan esa tesis.

Sin embargo, el debate no es solo cuantitativo. Subir el premio sin resolver la pérdida estructural de poder adquisitivo de la vivienda puede resultar insuficiente. Y encarecer el décimo plantea el riesgo de reducir la base social del sorteo, uno de sus principales activos históricos.

Desde la Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado se insiste en que cualquier cambio debe apoyarse en estudios de mercado y en la percepción de los jugadores. Mientras tanto, el hecho incontestable es otro: el Gordo ha dejado de ser un instrumento de acumulación patrimonial y se ha convertido en un premio de alivio.

La Lotería de Navidad sigue repartiendo ilusión. Pero ya no reparte riqueza en el sentido clásico del término. Y esa diferencia, medida en metros cuadrados, inmuebles y patrimonio real, explica mejor que ninguna otra cifra por qué el Gordo ya no es lo que era.

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