Recuerdo haber hecho la broma a mi padre de decirle que el verdadero piso franco, no estaba en Rentería ni Mondragón, estaba en Valladolid y era nuestra casa. Abonaba la gracia la cantidad de libros, retratos, bustos, estatuillas y otros elementos que recordaban al Caudillo.
Efectivamente, era y es así. En una pared del despacho de mi padre, se veía un dibujo del General hecho a carboncillo. Representa la serenidad del mando, podría ser la ilustración de ese capitán de la sonrisa blanca / latido firme y despegado ceño / con látigo de fe fustiga el anca / del nuevo y acerado Clavileño que describía Manuel de Góngora. En otro paño, en la misma habitación, un retrato oficial de un Franco Jefe de Estado, más imponente más estatal, más soberano. Fue rescatado de su último despacho de coronel cuando ya los nuevos mandos arrumbaban en los trasteros los antiguos restos fotográficos en blanco y negro nacidos del 39 y los sustituían por los modernos colores de difusos contornos del 78. Mi padre tuvo siempre, hasta su retiro, ese cuadro a la vista de su mesa de trabajo. Cuando fue obligatorio que los despachos militares tuvieran el retrato oficial de Juan Carlos I, mi padre no desobedeció las órdenes. Colocó el retrato de aquel que a quien había que dárselo hecho en la pared lateral, entre un armario y la ventana mientras de frente veía, seguía presidiendo su labor el retrato de Franco como si fuera su faro, su referencia y su inspiración. Y lo fue.
En la sala de honor de la casa donde se recibe a las visitas, un marco negro, con passpartout verde, muy elegante, cerca una foto oficial del Caudillo con uniforme militar de gala, como si también Franco estuviera vestido para recibir. Es una imagen del general de Ferrol en sus últimos años. Dignidad, sobriedad y elegancia en la misma fotografía. Mi padre enmarcó el testamento de Franco y lo colocó debajo de ese retrato como si ambos fueran dos partes inseparables de una triste despedida. Aquella pieza en Manila que preside tantas casas de gente de orden es, además, una brillante pieza literaria que resume de forma admirable una forma de entender la vida, la vocación militar, su servicio a Dios y a España de un español y un hijo de Dios que viendo llegar la hora de rendir la vida ante el altísimo se fundía en un abrazo con el pueblo español al que tanto amó y sirvió desde el mando uniendo en ese grito postrero, los nombres de Dios y de España.
Con el tiempo descubrí que la casa familiar era un piso franco por motivos más profundos de los que colgaban de las paredes. Mis padres nos transmitieron los valores que vivieron en esa época, la defensa de la dignidad, la libertad y de una verdad que no está al arbitrio de apetencias o mayorías. Nos enseñaron a ser hijos fieles de la Iglesia, con una fidelidad sólo mayor a Cristo, a su Palabra y a la Doctrina de la Iglesia aun cuando viéramos flaquear a sus pastores. A perdonar y a pedir perdón. A sentirnos orgullosos de una Historia de España que hicieron nuestros mayores, a no dejarnos pisotear por los traidores ni ceder a las seductoras promesas de bienestar a cambio de sacrificar la propia soberanía. A amar a España y a servirla, bajo promesa, hasta el último aliento de nuestras vidas. A velar porque los enemigos de España están alerta, a veces agazapados, pero siempre ávidos de la dentellada traidora a nuestra Patria. A despreciar la cobardía aun cuando tome el sofisticado ropaje de la prudencia, la moderación, o el posibilismo. A perseguir la justicia social en nuestra conducta y a procurarnos cultura a nosotros mismos y a los que nos rodean. Salvo la parte referida a rodear al del cuadro de la ventana de una lealtad, que según mi padre no merecía, mi padre hizo suyo aquel pergamino color crema y transmitió su altísimo contenido humano a sus hijos. La lealtad de mi padre, que compartía con mi madre, no tenía, como la del Almirante, íntimo condicionamiento, ni mácula de reserva mental alguna. Como la lealtad de un español, más si es un infante, va más allá de la última salva, mi padre organizaba los días como hoy la Misa Funeral por las almas de Franco y de José Antonio en Valladolid junto a otros patriotas.
Hoy volverá a haber Misa por Franco en Valladolid. La memoria parece favorecer a Franco más que a los que la han apellidado de histórica y democrática, a quiénes nadie recordará más que por el daño que han hecho. El funeral también lo será por José Antonio, y el recuerdo al ausente, hará presente aquellos versos de José María Alfaro: Fértil hiciste eterna primavera / y entre el rumor que clama con tu ausencia / no habrá lugar donde habite tu olvido
La buena España honra a sus héroes y sus referentes, y así un día como hoy se conmemoraran 50 años de memoria, 89 años de ausencia y ni un segundo de olvido.


