Diego de Gardoqui (I): el español que ayudó a nacer a Estados Unidos

Gardoqui fue capaz de entender la geopolítica de su tiempo: aprendió idiomas, cultivó relaciones y supo cómo tejer redes y alianzas

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Desde Bilbao hasta Filadelfia, pasando por las cortes de España, la historia de Diego de Gardoqui es una de esas que está en los márgenes de los libros de texto. No fue ni en bachillerato ni tampoco en la universidad cuando oí por primera vez su nombre. Acaso de pasada, gracias a algún buen amigo, asimilé como una cantinela el apelativo de esta figura desconocida de la historia de España.

Ciertamente, bastaba con echar la vista atrás, indagando entre papeles, correspondencias pretéritas y demás documentos inexpugnables para conocer la grandeza de un hombre cuyo legado sigue vivo en los Estados Unidos. Cuando la vida de Diego de Gardoqui se saca a la luz, se revelan los cimientos —robustos y silentes— de la independencia americana; ahí estaba presente también la mano española.

Diego de Gardoqui nació el 12 de noviembre de 1735 en una familia vasca dedicada al comercio. De aquella empresa familiar —José de Gardoqui e Hijos— nuestro protagonista asimiló una vida entre barcos, rutas atlánticas, redes en Europa, y una capacidad para moverse entre negocios legítimos y diplomacia oculta. Esa casa mercantil sería, en buena medida, el canal por el cual España envió armas, mantas, uniformes, polvo de pólvora… ¡Cualquiera lo diría!: la libertad de los Estados Unidos se construyó también con bienes manufacturados en la península ibérica.

La historia nos da algunas pistas de lo que sucedió aquellos años. Cuando la Revuelta de las Trece Colonias estalló en 1775, los patriotas estadounidenses enfrentaron muchas privaciones: inviernos duros, falta de uniformes, escasez de suministros. No es de extrañar que Francia, en su habitual afrancesamiento, haya sido receptora de la mayor parte de los aplausos por la ayuda exterior a las colonias americanas. Clap clap clap. Pero documentos históricos como los de Gardoqui y su firma española muestran que España ya operaba clandestinamente.

En un carta fechada el 4 de abril de 1778, Diego de Gardoqui, al frente de la empresa —entonces americanizada— José Gardoqui & Sons, situada en Bilbao, escribe a Arthur Lee, diplomático de Virginia: «Our Brother is still at Court you may freely command him you have a Memorandum of what will cost in this place a whole Soldiers white Uniforme & wish it may turn to some Account… Memorandum of a Soldiers full white uniforme with turnings … [y una serie de precios] … a pair of Stockings strong & good a pair of shoes …». Esta es tan sólo una de entre tantas misivas que revelan la logística, los precios, el detalle: España no sólo prestaba ayuda moral, sino que concretó su auxilio comprando uniformes y organizando envíos. Todo ello se hizo a través de Gardoqui.

No fue únicamente empresario, no: Gardoqui era un hombre capaz de entender la geopolítica de su tiempo. Aprendió idiomas, visitó Inglaterra, cultivó relaciones y supo cómo tejer redes y alianzas. Esa formación le valió para ser designado por Carlos III como representante diplomático de España ante los Estados Unidos al concluir la guerra. Y antes, para asumir una función vital: servir de puente entre Madrid y los insurgentes, con discreción, manejando créditos secretos, envíos encubiertos. Todo un verdadero camuflaje comercial. Según Gilder Lehrman, su compañía donó mantas españolas, botas, tiendas de campaña y uniformes al Ejército Continental, ayudando a aliviar el estado desesperado de muchas tropas, especialmente durante inviernos crudos.

Para que esta ayuda existiera, era necesario contar con la red comercial de Bilbao, con barcos que cruzaban el Atlántico, rutas que llegaban hasta puertos en Norteamérica, y conexiones en colonias, así como una moneda aceptada —se habla de la plata española, los reales de a ocho—. José Gardoqui e Hijos ya operaba como un puente económico entre España, Francia, Inglaterra y las colonias. Esa casa comercial ofrecía no sólo mercancías, sino créditos, préstamos, transporte, logística, conocimiento de rutas, contactos. Cuando el Congreso Continental carecía de medios oficiales o cuando los cauces diplomáticos formales estaban bloqueados, Gardoqui intervenía.

¿Por qué España decidió involucrarse de esta manera, aunque fuese muchas veces desde los márgenes? ¿Por qué escribir la historia desde la sombra? Lo cierto es que España entonces tenía intereses estratégicos muy claros: tratar de frenar el poderío internacional de Gran Bretaña, reequilibrar el poder colonial, asegurar sus dominios de Florida, Luisiana, controlar el Mississippi y, una de sus prioridades, defenderse en Europa. Pero hay algo más en aquella ayuda.

España pronto vio que la independencia americana ofrecía una oportunidad diplomática: si esos nuevos estados provenían de una revuelta contra Inglaterra, España podría renegociar territorios y establecer relaciones nuevas. No fue sólo mero interés económico sino, sobre todo, una apuesta por la hermandad con el nuevo continente. Y Gardoqui era la persona ideal para esa mediación: conocía ambos mundos, hablaba inglés con soltura, había comerciado con ingleses y americanos, y era conocedor los códigos diplomáticos.

En sus relaciones personales con figuras como John Jay, uno de los padres fundadores, Gardoqui mantuvo correspondencia abundante. En una carta fechada el 25 de mayo de 1786 dirigida a Jay, Gardoqui se ocupa de asuntos diplomáticos, financieros, territoriales y de reconocimiento: no sólo de suministros materiales, sino de necesidades políticas y legales que la nueva república exigía para consolidarse. También en otra misiva fechada el 21 de diciembre de 1789, dirigida a George Washington, cuando ya era encargado de negocios en los Estados Unidos, escribe: «Mui Señor mio: Me aprovecho con gusto de la primera oportunidad para participar a V.E. que el 13 del mes ultimo llegué con felicidad a este Puerto… los sobresaltos de él … produjeron una penosa enfermedad … pero ya casi restablecido …».

Gardoqui le expresa así a Washington no sólo vicisitudes personales de viaje, sino también su compromiso: «Jamás podrán fallar mis sinceros deseos por la prosperidad de los Estados Unidos…». Esa frase revela la convicción personal —y no meramente política— de alguien que veía la independencia no sólo como asunto de estrategia de estado sino como un proyecto de futuro. Gardoqui encontró en ser profundamente americano una de las más sublimes formas de ser español.

Muchos son, por tanto, los datos que emergen de los rincones de la historia sobre Diego de Gardoqui. La independencia de los Estados Unidos no fue un fenómeno aislado; más bien se insertó en una trama mayor de intereses internacionales, de comercio, de diplomacia encubierta y alianzas estratégicas. Diego de Gardoqui fue un actor silencioso pero activo en esa trama y su legado —y el de España— en Estados Unidos sigue gozando de plena vigencia.

Cierto es que encontraremos poco su nombre en estatuas o en las plazas estadounidenses, y tampoco su rostro nos resulta conocido. Pero el legado de Diego de Gardoqui está incrustado en las cartas que cruzaron el Atlántico, en las pólizas comerciales, en los uniformes que llegaron al frente, en las súplicas diplomáticas y en tantos hospitales militares que abrigaron cuerpos helados gracias a prendas enviadas desde España. La suya es, sin duda, una historia que merece la pena ser contada. Vamos a ello.

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