La deshumanización sistémica de Charlie Kirk

La sociedad estadounidense está moldeada por la politización del lenguaje, promovida y financiada desde los círculos de poder

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Los Estados Unidos son una tierra turbulenta desde siempre: décadas de guerras, convulsiones económicas, confinamientos por la covid, elecciones disputadas, escalada política creciente y episodios de violencia derivados de todo ello. Sin embargo, el asesinato de Charlie Kirk destaca como un acontecimiento aparte, porque la muerte singular, con un rostro, una familia, una historia y un contexto preciso, resulta siempre más fácil de asimilar que un hecho colectivo, por terrible que sea.

Charlie Kirk tenía 31 años, era marido y padre joven, y quizá el principal influencer político de una época definida por ese oficio. Su tarjeta de presentación estaba marcada por el debate y el diálogo: recursos que sus detractores de la izquierda consideraban simples trucos baratos y que algunos críticos de la derecha tachaban de ingenuos. Representaba un regreso a la noción romántica de que la persuasión y la conversación conservaban valor en un tiempo en que demasiadas voces defienden la dominación.

Precisamente esa disposición a entablar diálogo con quienes discrepaban fue lo que le puso en el punto de mira. Su muerte condicionará para siempre la forma en que generaciones de estadounidenses perciban la sociedad politizada en que viven.

En la era de las redes sociales, la reacción ha seguido un guion previsible. Pequeños sectores de la derecha reclaman venganza y represalias, convencidos desde hace tiempo de que la renuencia a utilizar a fondo el poder del Estado es una debilidad. Al mismo tiempo, crecientes segmentos de la izquierda celebran su muerte, abandonando cualquier anhelo de decencia humana.

Podría parecer sencillo atribuir esta toxicidad a extremos marginales. La realidad, en cambio, es más siniestra. La evolución del vocabulario popular en Alemania moldeó la mentalidad de grandes sectores de la población, facilitando tanto la concentración de poder como la justificación de la acción estatal. Advirtió, además, que la jerga adoptada entonces por la profesión económica estaba enmarcando la comprensión social de la economía de un modo que acabaría por consolidar el control por parte de los poderosos.

Hoy la sociedad estadounidense está moldeada por la politización del lenguaje. Y no sólo por comunidades marginales en internet, sino por instituciones de primera fila, que contribuyen a deshumanizar a personas como Charlie Kirk y siembran las condiciones para la violencia que después recorre las pantallas de millones de personas con problemas.

Primero la deshumanización, los adjetivos, «fascista», «nazi», «racista», «xenófobo», «homófobo», «machista»…, después, una vez reducido a la caricatura, despojado de su naturaleza y dignidad a ojos de quienes portan el odio, la violencia. Más tarde, el «algo habrá hecho».

El odio de los periodistas

Un ejemplo se vio en la cadena de televisión MSNBC. Aunque su sesgo es notorio, sigue siendo un medio mainstream, muy alejado de los rincones más oscuros de la izquierda digital. Ahí, el comentarista Matthew Dowd, viejo empleado de Bush y Cheney, describió a Kirk como alguien que «difundía constantemente un discurso de odio contra ciertos grupos» y añadió que «los pensamientos de odio conducen a palabras de odio, y estas a acciones de odio».

MSNBC ha despedido a Dowd, pero esas ideas no fueron exclusivas de él. Otros medios de referencia en la izquierda, como The New Republic, calificaron a Kirk de «trol», y The Guardian reprochó a quienes le lloraban que ignoraran su retórica «incendiaria». Aunque la celebración abierta de su muerte quede en manos de radicales, justificarla bajo la acusación de que él mismo fomentó el terreno para la violencia política revela una tendencia inquietante.

El odio de los universitarios

No se trata de percepciones aisladas. Cerca de la mitad de los encuestados «de centroizquierda» consideraban «algo justificado» el asesinato de figuras como Donald Trump o Elon Musk. Algo que no sorprende si se tiene en cuenta el clima cultural estadounidense. En el ámbito universitario, la confusión entre lenguaje y violencia ha calado hasta el punto de que un 40% de los estudiantes afirma que la violencia puede ser una respuesta legítima a la palabra, incluso hasta la muerte. Si a ello se añade la ampliación constante de lo que se entiende por «discurso de odio», se obtiene un entorno cultural, respaldado por instituciones académicas y a menudo financiado con fondos públicos, que normaliza la violencia política.

El problema, por tanto, no surge de individuos aislados radicalizados en su casa, sino de un desplazamiento coordinado, sistemático y subvencionado desde los círculos de poder.

La gran incógnita es cómo responder pacíficamente a esta quiebra de las virtudes cívicas tradicionales en los Estados Unidos. Una sociedad razonable, sana, práctica entendería la necesidad de la descentralización política y de poner límites a la democracia concebida como sumisión. Sin embargo, los Estados Unidos de hoy son más sentimentales que razonables.

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