Es complicado escribir cuando uno habla de las pasiones, porque no hay algo racional en ellas. Cómo ajustarlas, cómo ponerles costillas y alojarlas dentro del cuerpo que es un texto. No sé cómo contar lo que quiero contar, porque sólo lo puedo sentir. El caso es que vengo a hablar de una pasión, y esa pasión son los libros. No me refiero a la literatura, a las historias o a que me guste leer. A mí lo que me gustan son los libros, que es una cosa diferente. Vengo a contarlo porque sé que a ustedes también.
Permítaseme el melodrama, pero estén tranquilos, no les voy a hablar de destino y tampoco del libro como objeto animado que nos elige, no somos tan especiales. Pero sí existe una gravedad, una tendencia o un instinto que configura nuestro camino como lectores.
¿No les ha ocurrido? Uno cree que va a leer un libro y de pronto hay algo que lo empuja, que lo reclama. Como aquello que describía Ismael, esa tendencia de los hombres hacia el agua. Esos hombres a los que nada satisface sino el límite más extremo de la tierra firme. «Decidme, ¿les atrae hacia aquí el poder magnético de las agujas de las brújulas de todos estos barcos?». Hablo de ese instinto. Ese caos que no es caos y que configura un orden que sólo tiene sentido después. Una gravedad. No lo digo en el sentido físico del término y, en cambio, lo digo precisamente por eso: por lo inevitable.
Hay algo, una especie de mecanismo que se activa. De pronto, libros aletargados en la estantería reclaman su lugar. Combustionan, arden, urge leerlos. Uno puede elegir no hacerlo, claro, pero no funciona. Lees el libro debido y estás pensando en el otro: el libro ya no es libro sino amante.
Algo nos envuelve y de pronto somos nosotros y los libros, hay una liturgia en ello. Por eso me acuerdo de esos versos de Czeslaw Milosz:
His gown is patterned like that of a wizard
Softly, he murmurs his incantations.
Only he whom God instructs in magic
Will learn what wonders are hidden in this books.
No digo que la elección de un libro sea magia, pero tampoco es exactamente racional. En fin, con todo esto sólo quiero decir aquello que Pennac escribió en una sola frase, que nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Pero él era escritor y yo no. Y ahí está el tema, que yo he venido aquí para que lean a otros.
Y como no soy crítico, ni lingüista, ni periodista, aquí vendremos a hacer una sola cosa: vagabundear. Pasear ciudades para encontrar librerías y recorrerlas. Mirar, escuchar y hasta olerlas. Escoger libros que no sabíamos que existían, como esta Antología de textos políticos de Galdós que tengo a mi lado y que me está volando los sesos. Vendremos, digo, para embarcarnos, como haría Ismael, y dejarnos llevar por esa gravedad.
Hace no mucho, cuando empecé a hablar de libros, me di cuenta de que lo mejor de contar es que te cuenten. Así que a ello vamos, charlemos.