Lo que se denunciaba con bastante naturalidad en la prensa europea hace algunos años, hoy ha pasado a ser convenientemente camuflado. De la noche a la mañana, el sentimiento identitario llevado al extremo o la querencia nacional-socialista de ciertos cuerpos de ejército y partidos políticos ucranianos ya no importan como antes. El «eje del bien», tan preocupado por hacer vestir la camisa parda o negra a quien le disgusta, silba y mira hacia otro lado cuando hay fallos en matrix y quedan expuestos al público los tatuajes, runas, emblemas, ceremonias y campamentos de esa chavalería que «hace un buen trabajo» en Ucrania. (Mutatis mutandis; la fórmula fue utilizada por Laurent Fabius, Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno francés entre 2012 y 2016, con respecto de la actuación del Frente Al-Nosra en Siria)

La Ley de Godwin aplicada a una discusión sobre el conflicto ucraniano conduce inevitablemente a la destrucción asegurada de ambos contradictores. Al batallón «Azov» se opondrá el grupo de mercenarios «Wagner» vinculado al Kremlin; a los guiños del beato Volodímir Zelenski dedicados al Mein Kampf durante su etapa cómica se sostendrá la idea de la tiranía putiniana; contra los tatuajes de unos, los de los otros; para cegar a la estrella roja, el Sol negro… Un arsenal inacabable de esvásticas, hoces, martillos, paganismo y wolfsangels utilizados como simbología arrojadiza que intentará determinar, infructuosamente y en la cacofonía de un debate público trucado, a quién sienta mejor qué totalitarismo.

Los amantes del clivaje izquierda-derecha recurrirán al estalinismo; o a la existencia de otra Operación Barbarroja donde la OTAN representaría el papel de un Führer woke, vegetarianismo aparteTodos se fabricarán, en fin, una razón para apoyar a éste o aquel basada en el romanticismo más pedestre o en categorías políticas incapaces de explicar nada. Y eso que desde la última guerra fría nunca habíamos visto con tantísima claridad cómo el factor económico y el choque entre dos maneras de entender el mundo representaba la parte mollar de un conflicto. Sin embargo, hoy los bloques en guerra no son exactamente los de antes; a pesar de las pequeñas similitudes que podrían engañar a algunos locutores radiofónicos y al paisanaje de las redes sociales.

Aun así, pienso que existen motivos fundados para que ciertos filósofos, aparte de evocar los progromos rusos y criticar las penúltimas declaraciones de Sergei Lavrov, nos hablen también de grupos políticos como Pravy Sektor (Sector Derecho) o Svoboda. Éste último se denominó Partido Nacional-Socialista de Ucrania hasta el año 2004. Importante fuerza política en el país eslavo, llegó a obtener representación parlamentaria hace no muchos años. Son conocidas, además, las relaciones entre la Nueva Derecha francesa (concretamente en la persona de Guillaume Faye) y algunos líderes del nacionalismo ucraniano.

El brazo armado detrás de lo anterior es el hoy llamado Regimiento «Azov», unidad acuartelada en Mariúpol. Combatía las milicias prorrusas del Donbás y, por supuesto, ejercía funciones de policía con el celo y violencia necesarios. A pesar de sus crímenes e inclinaciones ideológicas, desde que comenzó la invasión disfruta de un maravilloso lavado de cara a cargo de la prensa oficial y otras correas de transmisión del pensamiento tolerable. Los medios tienen dificultades a la hora de esconder su tendencia parda. Por eso nos suelen contar que son ultras, pero sólo un poquito. Cada vez menos, de hecho. Lo de los parches de la SS y el Sonnenrad son «runas de la suerte» (sic). El diario conservador está que se sale…

A lo anterior sirve de engrudo histórico Stepán Bandera. Asesinado por los servicios secretos rusos en 1959 y colaborador del Tercer Reich hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, es la figura emblemática del nacionalismo en el país eslavo. Su simple mención solía poner los pelos de punta en el autobús de Priscilla y las reinas del desierto, que es la UE. Se trata de un personaje jamás exento de polémica.

Es difícil negar lo evidente. La simpatía por ese nacionalismo que, por razones históricas, acaba en guiños al Tercer Reich no es ningún cuento. Es algo que existe realmente en Ucrania. Está presente en instituciones como su ejército (un regimiento entero) o algunos de sus partidos políticos. Por tanto, roza lo grotesco que Zelenski saque a colación estos asuntos contra Vladimir Putin. Pero entiendo que reblandecer un poco más los cerebros occidentales sale muy barato y hay que aprovecharlo. Todo es bueno para el convento y no seré yo quien le tire la primera piedra.

Si han llegado hasta aquí, una aclaración es de rigor: lo escrito no pretende justificar ninguna invasión o blanquear al contrario aprovechando una especie de reductio ad hitlerumSería muy fácil y cada palo debe aguantar su vela. Lo que cabe preguntarse, sin embargo, es si ese cariño que profesan algunos en Ucrania por las cosas de Adolfo supone algún tipo de peligro o amenaza real para Europa. Pues bien, tengo para mí que no. El ucronazismo puede resumirse en un virilismo hooliganesco que no preocupa gran cosa a nuestra plutocracia. Sólo se basa en la adopción de una simbología que recuerda al coco, a lo que se añade una especie de supremacismo blanco carcelario. De esta planicie intelectual se aprovechan quienes les financian el chiringuito.

Que alguien me corrija, pero no creo que el nacional-socialismo sea un grupo de guayabos con pinta de luchadores de MMA, tatuajes, parches de la división ucraniana de la SS y fusiles de asalto. Tampoco es un exboxeador al que han enseñado dicción en Alemania y ha llegado a ser alcalde de Kiev. Por otra parte, pienso que ningún grupúsculo nacional-socialista aceptaría dejarse financiar por un oligarca askenazí o, por lo menos, no de una forma tan evidente; tampoco creo que admitiera en sus filas supremacistas israelíes. Por tanto, cuando oímos que es imposible que en Ucrania haya «nazis» porque su presidente es judío y cosas similares, son verdades como templos.

Sólo queda constatar que la testosterona y el culto a la violencia, per se, sin ningún tipo de orden o inteligencia, es refugio de canallas y delincuentes, no de héroes. Si a eso le añadimos una dosis de identitarismo zombi, tenemos la carne de cañón ideal para servir los intereses de aquellos a los que le importa una higa Ucrania, pero hacen allí la guerra por procuración.

El ultraderechismo supremacista, al mismo título que el movimiento «antifa», es tonto útil y coadyuvante del mundo ansiado por nuestros señoritos. Estos, mientras nos venden las cuentas y espejitos de la democracia y la libertad, sacan su buena tajada del sufrimiento de todo un pueblo en beneficio propio y, de paso, en detrimento nuestro. Malditos sean.