Hace unas semanas que he vuelto a enamorarme. Fue al ver La Pantera Rosa. Ya me habían advertido de que, sabiendo cómo soy, me iba a ocurrir. Y así fue, nada más aparecer ella en la pantalla. Ella es, esta vez, Capucine, claro. Qué elegancia, qué ojos, qué saber estar, qué bien. La tuve que perseguir hasta ¿Qué hay de nuevo, Pussycat?, Mujeres en Venecia y La gata negra. Volvió a pasar. Fue entonces cuando recordé aquella pregunta: «¿Y por qué tú vives enamorado?».

Y es que, definitivamente, creo ser la persona que más veces por minuto se enamora. Lo he hecho de Teresa Wright en Los mejores años de nuestra vida, de Shirley MacLaine, no hay mujer más risueña, en Irma la Dulce, El Apartamento, La calumnia y Bienvenido Mr. Chance. De la Grace Kelly hitchconiana de La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón, de la Grace no hitchconiana de Mogambo y Solo ante el peligro. De Vera Miles en Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Valance, de Elsa Martinelli en Hatari!, de Mariel Hemingway y su «tienes que tener un poco de fe en las personas» al final de Manhattan.

De Katherine Hepburn me he enamorado casi siempre que cuida al viejo Spencer Tracy, pero también en Historias de Filadelfia, en Locuras de Verano, en En el estanque dorado aguantando al cascarrabias de Henry Fonda y, cuidando de Humphrey Bogart, más alcohol que sangre, en La reina de África. Con Ava Gardner daban ganas de todo, en La noche de la iguana apetecía bañarse en la playa y beber cócteles preparados en un coco, en La condesa descalza subirse a un tablao flamenco y hasta en Las nieves del Kilimanjaro daban ganas de ella. De Lee Remick me he encaprichado en Días de vino y rosas y en Anatomía de un asesinato, siempre fatalmente.

Me chiflan las mujeres de la Nouvelle Vague, como Claude Jade en aquello de Antoine Doinel de Besos Robados, Domicilio conyugal y El amor en fuga. Es bastante complicado resistir la tentación de enamorarse cuando Francia y esos apartamentos acompañan. Brigite Bardot en El desprecio, Jacqueline Bisset en La noche americana, Romy Schneider en La piscina, Marie Rivière en El rayo verde, François Fabian en Mi noche con Maud. No olvido a Jean Seberg en Al final de la escapada, aunque en Buenos días, tristeza… Qué decir. Ah, y de Anita Ekberg en La dolce vita, también. Y de Claudia Cardinale en , o tumbada sobre un tigre en La pantera rosa, que es como comenzaba esto.

Marylin me gusta, pero no tanto. Me pasa un poco con Marlene Dietrich de joven, pero experimentada, en Vencedores o vencidos, está exquisita. La reina de las screwball Irene Dunne me gusta tanto de pícara como de mujer devota, quiero decir que me gusta en La pícara puritana, en Serenata nostálgica y en la Tú y yo del 39, aunque la del 57… Cuando veo El hombre que sabía demasiado me paso la película pensando que no me gustaría tener que dejar de mirar esos ojos y labios Technicolor de Doris Day. También en Suave como visón, cándida. De Ingrid Bergman no me he enamorado en Casablanca, pero cómo no hacerlo en Notorius, en Indiscreta o en Las campanas de Santa María. Piensen que hasta Diane Keaton le pregunta a Al Pacino en El Padrino que si la querría más si fuese Ingrid.

Por cierto, de las que nunca me desenamoro son de Audrey Hepburn, y de su mirada, de Deborah Kerr y su elegancia, y de Diane Keaton, que ya había mencionado. Me he enamorado tantas veces de Diane que casi no puedo enumerarlas. Annie Hall, Manhattan, Sueños de seductor, Interiores. Y yo pensaba que era de la mujer que había creado junto con Woody Allen, pero resulta que, sencillamente, era de ella. De Jessica Chastain también me enamoro siempre. Y de Jean Simmons, que es preciosa y graciosa.

En fin, que recordé aquella pregunta, aquella insinuación y sí, tenía razón, vivo enamorado. Porque después de Capucine ha llegado Elizabeth Taylor y ha sido muy intenso. De repente, el último verano y Un lugar en el sol, que quema si te acercas demasiado. Porque lo he hecho incluso de algunas de las que no debía hacerlo, como de Mia Farrow. Y sé que de otras en las que no he caído aún, caeré, como de Lauren Bacall, y es que, como siempre digo, lo que quiero es enamorarme en cada escena, en cada película, y soy bien consciente.

Por cierto, me he enamorado de Eva Marie Saint en Con la muerte en los talones, pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de Cary Grant?

Iñako Rozas
Abogado. Dirijo «La Trinchera». Subrayo con regla, tomo el café en taza blanca y lo de enamorarse me pone nervioso. Hablo de cine y vida, valga la redundancia. Muy de Cary Grant.