El 2 de agosto de 1914, Franz Kafka dejó constancia en su diario personal de que ese día Alemania había declarado la guerra a Rusia. Después recogió que, ese mismo día, por la tarde, fue a nadar. «Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar», escribió.
Una amiga me recordó esas palabras el jueves 24 de febrero de 2022 cuando, mientras tomábamos algo en una terraza de Madrid, hablábamos de cómo Rusia había invadido Ucrania unas horas antes.
Esa frase lleva resonando en mi cabeza desde entonces. Resulta curioso cómo, mientras en un país casi vecino la gente está luchando por conservar la soberanía de su patria, mientras otros huyen y otros —muchos— mueren y todos sufren, aquí seguimos como si tal cosa con nuestras vidas.
No somos ajenos a lo que está ocurriendo, desde luego. La gente se informa, colabora en la medida que puede económicamente o dona alimentos. Escribe, lee, escucha, opina. Y después se va a nadar. No lo digo como una crítica, sino como una demostración de las paradojas de la vida. Tan pronto te encuentras viendo cómo se destruye un país, consternado por las imágenes, impotente ante la sinrazón de todo lo que está ocurriendo y preguntándote por qué, como estás preparando tranquilamente tu bolsa de deporte.
Probablemente, si nos vieran desde Ucrania no darían crédito. ¿Cómo puede ser que mientras todo nuestro mundo se derrumba haya gente, no tan lejos, que sigue con su vida como si tal cosa? ¿Cómo es posible? Me recuerda a cuando a alguien se le muere un ser querido y su cabeza no alcanza a comprender cómo el mundo puede seguir girando como si nada hubiera pasado, cómo la gente puede seguir ocupada en las cosas más mundanas, cómo pueden tener hambre, sueño, preocupaciones banales. Forma parte, de nuevo, de las paradojas de la vida.
Mientras escribo, estoy en la cafetería de un hotel de París, el sol entra por la ventana que tengo al lado. Un hombre pasa la aspiradora. Una madre con sus dos hijas hace el check-in para que les den una habitación. Y, mientras tanto, las bombas siguen arrasando Ucrania. Las familias se refugian en búnkeres o se preparan para dejarlo todo atrás. Su casa, a sus hombres, para tratar de ponerse a salvo fuera de las fronteras de su tierra.
Y, por la tarde, iré a nadar.