La cabra tira al monte, dice el refranero. He tenido unas casi irrefrenables ganas de abordar —abusando de la generosidad de los editores de La Iberia— el descarado documento contra la libertad de prensa perpetrado en el Congreso de los Diputados por el cártel censor de los partidos que apoyan al Gobierno. No está de más que los nombremos: PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV, EH Bildu, Junts per Catalunya, PDCat, Más País-Equo, CUP, Compromís, BNG y Nueva Canarias. Lo mejor de cada casa, como se puede comprobar.

Bastará con trazar al respecto alguna pincelada que creo que resulta de interés. Esta maniobra simboliza el mundo al revés en el que está instalada la política española, cada vez más en peligro de resbalar por la pendiente represora y dictatorial. Y al tiempo, es significativo el dontancredismo exhibido por los periodistas no señalados como no gratos y el escorzo imposible de la Asociación de la Prensa de Madrid esbozado en un escueto comunicado de equidistancia nauseabunda.

El silencio cómplice de tantos periodistas al insulto pretendido de las «burbujas mediáticas de la ultraderecha» que enarbola Gabriel Rufián en la sala de prensa del Congreso es un insulto real sobre esta noble profesión prostituida por tantos.

Mucho más esponjoso para el alma es el ejemplo de Justo Gallego Martínez, así, con sus dos apellidos, que es como se nombra en las enciclopedias de personajes históricos a quienes merecen ocupar sus páginas.

Después de 60 años en el empeño de su catedral, y a cuatro de alcanzar la centena, este hijo predilecto de Mejorada del Campo ha partido a la casa del Padre. Y, confiando en la misericordia, me he imaginado que será recibido con campanillas por san Pedro a las puertas del cielo.

Don Justo era un hombre de fe recia y sólida. Probablemente no de altos vuelos teológicos. Y, sin embargo, capaz de elevar hacia la bóveda celeste del campo madrileño un monumental edificio —dedicado a la Virgen del Pilar— que habla bien de su confianza y su tesón.

La epopeya de don Justo está inconclusa. Pero será completada, porque junto a todo quijote camina paciente un sancho. En este caso se trata de Ángel López, el único ayudante que este remedo posmoderno del maestro Mateo ha tenido desde hace casi un cuarto de siglo.

No es poco lo que han levantado: 12 torreones, 28 cúpulas, alturas de 50 metros, miles de metros cuadrados de una construcción para la que ha contado con materiales reciclados, inspiración divina —no tienen estudios de arquitectura— y una enorme dosis de desparpajo contra todo desaliento. «Más pálpito que cálculo», decía García Morente del ideal del caballero cristiano. Helo aquí.

En realidad, la valentía de los periodistas de la cadena 7NN y el canal Estado de Alarma señalados por el poder por incómodos, mientras hace eco el silencio cómplice de tantos ¿compañeros? de profesión, tiene mucho que ver con la determinación de los constructores de la llamada catedral de Mejorada, una localidad que dista unos 15 kilómetros de Alcalá de Henares, cuna del más grande autor de nuestras letras, Miguel de Cervantes.

En un mundo convulso en el que más parece que los infiernos están sobre nuestras cabezas y no los cielos; donde los aspectos más evidentes de la realidad, incluso biológica, son negados con contumacia; y se conculcan derechos fundamentales como el derecho a la vida o pilares de nuestro sistema de convivencia como la independencia judicial o la libertad de prensa, cabe proclamar a pleno pulmón: ¡Vivan los quijotes!

¡Vivan los quijotes! Esos que se atreven a entregar la vida en construir el bien y en defender causas nobles, perdidas a ojos mundanos.

¡Vivan los quijotes! Los empecinados en descubrir y defender la Verdad; los tozudos que no dan ninguna vida por perdida, inútil o prescindible.

¡Vivan los quijotes! Los tercos que sueñan en grande a pesar de las heridas, los achaques y las mentiras; los incorregibles que, contra su fama y hacienda, empeñan su vida en defender la belleza.

Claro que sí, repitan conmigo: ¡Vivan los quijotes! ¡Vivan los quijotes! ¡Vivan los quijotes!