Así podemos describir demasiadas veces el funcionamiento de muchas de nuestras instituciones. Esto viene al hilo por el escándalo de la aprobación de una enmienda legislativa que permite a los pocos sanguinarios etarras que aún quedan en prisión, reducir años de cumplimiento de su condena en España restando los ya penados en otros países. Hasta ahí, poco más que decir. O mucho. Porque estamos ante un arduo debate jurídico —si la transposición de una normativa europea se hace de forma efectiva y/o plena— pero también, por supuesto, moral dado que en el cómo afrontar el final de tantos años de violencia, terror y dolor hay mucho de la ética de una sociedad y en cómo se quiere construir un futuro sano para la misma.

Pero lo que ha pasado aquí no es eso. Ni lo uno ni lo otro. Por razones numéricas —el apoyo parlamentario de Bildu, que necesita decir a sus presos que no les ha abandonado— se introducen enmiendas a una reforma legislativa por parte de Sumar —los tontos útiles y/o inútiles del gobierno Sánchez— que tienen como fin reducir las penas de los presos de ETA. Pero esto ni se debate realmente en el Congreso, ni se explica a la sociedad española que este es su objetivo sino que se cuela de tapadillo, con la complicidad por acción u omisión de los diputados del PP y Vox que no se enteran y lo votan a favor. Ahora, para más guasa, el PSOE escurre su responsabilidad diciendo ¡ey, que el gobierno no ha aprobado nada, ha sido el legislativo en su trámite parlamentario!

Los «maleantes» de este caso, no tengan la menor duda, son —además de los presos etarras— los miembros de la mayoría parlamentaria de gobierno que pactan colar esta medida por la puerta de atrás, hurtando a un asunto de tanto calado jurídico y social que sabían iba a ser un escándalo, el necesario y sosegado debate de expertos y ciudadanos antes de tomarse. Porque si tienen argumentos jurídicos y políticos sólidos y veraces para defender sus posiciones… ¿por qué esconderlos? No hay que olvidar que estos «maleantes», expertos en colar por la puerta de atrás un fin de reformas, sabían que contaban con el beneplácito de algunos «vagos» que no hicieron el trabajo de control serio y riguroso que el desarrollo legislativo del Reino de España requiere. Cientos de calienta sillones —en favor o en contra de los gobiernos, tanto monta monta tanto— pueblan nuestras diversas instituciones buscando sobrevivir al albor de los privilegios del cargo sin más proyecto que ser y estar. Lo del hacer ya es otro tema. Y ese es el verdadero problema.

El gobierno y sus socios han podido perpetrar esta «jugarreta» con toda tranquilidad no porque hayan tenido la suerte de un descuido de la oposición, formada por los reyes de la gestión del todopoderoso PP y los a veces demasiados bisoños o descuidados de las cosas del día día de Vox, sino porque el sistema no nos engañemos funciona así. No existen controles reales porque esa es la base de la partitocracia y de su sumisión a ciertas élites. Pero es que a esto hay que añadir que no hay rigor ni ganas de tenerlo en el trabajo institucional (esto lo digo con todas las letras y conocimiento de primera mano) sino la repetición como loros de argumentarios elaborados por gurús al servicio de los líderes del partido o las élites turno. Por no hablar de la ausencia de transparencia ante una sociedad que vivimos completamente ciegos y sordos ante lo que pasa de puertas para adentro de las instituciones. Como mucho nos dejan oír el ruido para que movamos las banderas.

En este caso concreto ha aflorado cierto revuelo mediático porque se trata de un tema aún sensible para la opinión pública y que sigue estando en la agenda política de los partidos, pero la pregunta que nos dejan y no muy tranquilos es: ¿Cuántas legislaciones que son escandalosos tratos de favor a personas y/o poderes económicos nacionales o trasnacionales nos «cuelan» de tapadillo sin que nadie se entere? ¿En manos de quiénes estamos? O mejor dicho: ¿En manos de quiénes nos dejamos estar?

Óscar Cerezal
Diseñador gráfico y gestor de servicios. He sido muchos años alcalde, diputado. Luego decidí volver a mi curro. Apasionado de la política, investigador y periodista vocacional, edito un webzine transversal de nombre La Mirada Disidente.