Hay una sabiduría profunda en lo humano, tal vez poco actual en tiempos de inmediatez digital y de recepción instantánea de paquetería, que recuerda que la espera hace mejor la llegada, y que para que algo se alcance, uno necesita ir activamente hasta ello y no simplemente esperar de brazos caídos a que te venga. La preparación, el camino, el recorrido, pueden parecer a veces arduos, cansados, poco cómodos, pero hacen que el sendero y la meta tengan más sentido, sean más de verdad.

Y es que aunque ya nuestras calles reflejan las luces y los canticos navideños, estamos recién comenzado el Adviento. Ya saben, el tiempo litúrgico con el que los cristianos comenzamos el nuevo Año Litúrgico, tiempo de espera y de preparación, de camino y de horizonte, tiempo anterior a la Navidad, tiempo que nos prepara para la venida de Cristo. No hemos llegado aún, aunque el comercio de nuestras ciudades se empeñe en adelantarlo. Estamos a la espera. No es Navidad todavía, aunque la calle se empeñe en huir adelante en el tiempo. Hemos de prepararnos para acoger al que viene, y por eso necesitamos el Adviento. Prepararnos para la Navidad como la venida de Dios a los hombres, que es lo que esperamos y celebramos los cristianos en estas fechas, y no unas simplistas, buenistas, edulcoradas y consumistas Fiestas de Invierno.

¿Pero qué venida es esa? Jesús de Nazaret, el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios vivo, ya vino hace dos mil y pico de años en tiempos de Augusto como Emperador y de Cirino como gobernador de Siria. ¿Cómo decir entonces que esperamos el nacimiento de Cristo? ¿Cómo decir que esperamos su venida?

La Iglesia espera la venida de Cristo desde tres prismas. Tres dimensiones hay en esta espera, en este anuncio de la Venida de Cristo, que tienen que ver tanto con las virtudes teologales de la Fe, el Amor y la Esperanza, como con las Tres Personas Divinas de la Trinidad.

Con la Fe tiene que ver la Primera Venida de Dios, la de la Encarnación del Hijo, la que sucedió en la historia hace dos milenios. Es esta espera la del cuidado de la memoria de lo acontecido. La Navidad como memoria de la venida en la historia del Hijo de Dios, Jesús, el Cristo, encarnado de María la Virgen, para traer la salvación y la plenitud a los hombres. La memoria de su nacimiento y de su vida en su enseñanza y su camino hasta la muerte en Cruz y la Resurrección. La fe necesita de la memoria porque recordar, pasar por el corazón, es lo que la enciende y la mantiene viva y fresca.  El mayor enemigo de la fe no es la increencia, sino la distracción, la superficialidad, el despiste y el descuido. Estar a todo y a nada. El olvido. Por eso la atención y la memoria son imprescindibles para la fe. Prepararse es así ejercitar la memoria con la vuelta constante a la Escritura que la alimenta. Recordar, regresar, releer la Palabra, como camino de preparación, de creencia, de volver a encender nuestra fe.

La otra venida que esperamos tiene que ver con el Amor, pues esperamos la venida diaria y cotidiana del Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de su amor, a nuestra vida. Acogerle con el amor, el cuidado, el afecto, de saber que viene para cada uno de nosotros a traernos vida y vida en plenitud. La venida que nos llama a cambiar nuestro corazón, nuestra mente, nuestra vida, para que el mensaje del Evangelio de Cristo, el mensaje del Amor, se haga realidad con su poder salvador y plenificador en nuestro día a día. Con su Resurrección, nos dejó el Espíritu como presencia viva, actuante, santificadora en nuestra vida, en la Iglesia, en los sacramentos. Pero que comenzó en esa Navidad de la Encarnación con la que comenzó nuestra historia de salvación. Para acoger esta venida del Amor de Dios en nuestra vida, de su Espíritu, para la espera de la venida y Navidad en esta dimensión de amor y Espíritu, se hace necesario volver al silencio. Vaciar la mente y la vida de todo ruido que estorba y oculta el susurro del Espíritu, limpiar y purificar corazón y espíritu de todo lo que no deja que el amor sea el que mueva nuestra vida. Aquí cobra sentido también ese cierto espíritu penitencial y austero que tiene también el Adviento como tiempo de conversión, de purificación interior para acoger al que vino, y al que viene. Limpiar y silenciar todo lo que no deja que nazca cada día, cada año, cada tiempo, a Dios en nosotros.

Y para acoger también al que vendrá. La tercera de las claves de la espera y la venida del Adviento tiene que ver con la Esperanza, porque como dice San Cirilo de Jerusalén (315-386) en una preciosa catequesis que se lee en el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas del Primer Domingo de Adviento, esperamos también la segunda venida de Dios, la venida definitiva que traerá el Reino Divino definitivo a la creación. Esperamos la plenitud del tiempo, la llegada manifiesta y en gloria de Dios Padre para juzgar la creación y consumarla en sí. La Parusía, la venida futura de Dios, la aparición completa de la gracia de la salvación que abrirá a todo lo creado al Reino y Reinado del buen Padre Dios. Esperamos la llegada que completará lo que existe con su venida en Gloria, renovando, completando, perfeccionando lo que ha sido en el tiempo para sacarlo del tiempo. Esperamos el amanecer sin ocaso donde todo anhelo, todo sueño, todo limpio deseo profundo del hombre se completará en Dios. Esperamos el banquete eterno de la creación donde no habrá dolor, sufrimiento ni enfermedad alguna, donde toda injusticia y sufrimiento serán sanados y limpiados, donde se enjugará toda lágrima. Esperamos esa eternidad de plenitud donde se dará todo, siempre, completamente, a la vez, y sin cansancio, donde resucitarán todos los muertos que en la historia han vivido, y donde la creación entera se culminará. ¿Cómo nos preparamos para eso? La oración es la herramienta. La petición, la adoración, la vigilia consciente de la búsqueda de Dios. Nos preparamos pidiéndole al señor y orándole para que venga, y que venga ya, Ven Señor Jesús, Ven, Maranata. Orar sin desfallecer.

Desde esas claves, el Adviento no es un mero tiempo bisagra hasta la Navidad, es una inmensa posibilidad que se nos ofrece el prepararnos para renovar nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Para regresar y reconectar y convertir nuestra mente y nuestro corazón al Dios Trino de la vida. Para preparar nuestro tiempo y todo lo que somos, para el Dios que vino, que viene y que vendrá.

Vicente Niño
Fr. Vicente Niño Orti, OP. Córdoba 1978. Fraile Sacerdote Dominico. De formación jurista, descubrió su pasión en Dios, la filosofía, la teología y la política. Colabora con Ecclesia, Posmodernia, La Controversia y la Nueva Razón.