Creo recordar ahora que la frase «los casados son los grandes aventureros del mundo moderno» es obra del gran García-Maiquez. Uno, que desde la comodidad del hogar tiende a veces a la militancia agitadora pretendiendo ser un antisistema de salón, se empeña en corregir a don Enrique por el mero hecho de llevarle la contraria a alguien en el día de hoy. ¡Cómo si fuese poca cosa ir contra García-Maiquez! Así, pensando en mi papel temporal de peligroso ácrata de pacotilla, he tenido la insolencia de reformular la idea inicial del poeta para concluir que los grandes y verdaderos aventureros del mundo moderno no son los casados, sino los cansados, los saturados por el frenesí del mundo moderno y atorados en la vacuidad de nuestro tiempo.
Sí, lo que leen, los cansados de sus ojos tienden realmente al periplo, ¡los hastiados son los aventureros! ¿Quién más propenso a la aventura que alguien que resopla frente al atosigamiento y la pesadez del mundo moderno? Nuestro tiempo, si por algo se caracteriza, es por el frenético ritmo de nuestro andar, por la insostenible demanda de una inmediatez perniciosa y, también, por la ausencia de un pequeño lugar en el que pararse a contemplar desvergonzados nuestras torpezas diarias. ¿Cómo no cansarse de todo ello? ¿Qué es una aventura sino algo que irrumpe en la agitación para frenar, al fin, el desenfreno de nuestras horas?
Uno puede ir en busca del sosiego momentáneo, pero resulta contradictorio que marche y pretenda dar con él en mitad de la vorágine inevitable que padecemos. ¿Y sí no se trata de encontrar ese lugar de quietud en lo lejano sino de regresar a él cuando la necesidad así lo imponga? ¿Podemos recogernos dentro de cuatro paredes y desdeñar allí la insoportable velocidad del tiempo? Podemos, por supuesto que sí, pero necesitamos mirar hacia atrás y recuperar de nuevo un clásico de los hogares españoles que nunca debimos perder: el cuarto de estar.
En estas líneas vengo a hacer una reivindicación a la que deben contribuir cansados y descansados. Tenemos que volver a poner de moda el cuarto de estar en las casas, urge recuperar una habitación en la que estar a ratos y, si puede ser, con paredes vestidas de glamuroso gotelé para la ocasión. Alguno podrá pensar que esto es ya el colmo, en tiempos en que el acceso a la vivienda es casi una ilusión inalcanzable para la mayoría, viene aquí uno a decir que resulta urgente disponer de una habitación cuyo único fin debe ser, tan sólo, sentarse sobre la ociosidad para sentirse desocupado, ignorando por un momento las dificultades. ¡Pues sí!
Nos vemos hartos de acumular vivencias e inundar el pasaporte de sellos exóticos, respondiendo permanentemente a una llamada a invertir el tiempo en actividades cuya finalidad desconocemos. ¿De qué sirve tanto si uno no termina de encontrarse a sí mismo ni a los suyos en el festival de las experiencias constantes? Necesitamos un lugar en el que no tener que participar de la vorágine vital e inmediata, en el que poder celebrar un concurso con uno mismo en busca del más exitoso hacedor del Dolce far niente. Nos urge hallar de nuevo un rincón dónde lo que se diviniza no es la consecución de lo pretendido, sino la ociosidad gozosa dentro de lo permitido. Debemos recuperar el cuarto de estar que nos permita abandonar la desidia en el uso del tiempo y procurar la nada en alguno de nuestros ratos.
Estamos atados a la urdimbre en la que nos encierra la presunta libertad que ansiábamos y que marchamos a buscar ahí afuera, recorriendo mundo. Evitamos la nada porque no la entendemos, llenamos el vacío de forma inmediata con cualquier actividad ante el pánico que nos provoca la posibilidad de estar perdiéndonos algo cuando, realmente, llevamos tiempo perdidos en un mar de asfalto y semáforos. Quiero, vaya, un cuarto de estar cuando no puedo ni comprarme una casa. Pero sigo queriéndolo.
Todos debemos de tener ese cuarto en el que estar, ponernos frente a la pausa y decorarlo, que sé yo… ¡con una foto de Curro Romero! Y acompañar al maestro con una estantería repleta de libros de los que echar mano de vez en cuando. No me digan, por cierto, que eso de tener una habitación en casa para sentarse a leer es de burgueses porque no lo admito. Sólo recuerdo haber estado en un cuarto de estar en el que, por cierto, desearía quedarme a vivir; y puedo jurarles que ni pertenece a burgueses ni está dentro de una residencia de lujo, aunque sí ha visto pasar a varias generaciones como buen lugar que permanece para recibir a algún extraviado de vez en cuando.
Por todo eso y alguna cosa más que seguramente olvide, concluyo este alegato a favor del aburrimiento, de las horas muertas y la soledad en el hogar como medicina para la droga del frenesí. En mi primera incursión por aquí propuse recuperar y restaurar lo de siempre. Así, hoy llamo a defender ese rincón del hogar que parece estar destinado a desaparecer ¡Brindo por que sigan existiendo los cuartos de estar para los cansados del mundo!