En los medios todo es propaganda. Todo es adoctrinamiento. Todo es una distorsión de la realidad. No hay puntada sin hilo y no hay segundo que no persiga un propósito perverso. Todo es lo mismo: el heteropatriarcado, la violencia de género, el cambio climático, el coronavirus, la maldad del capitalismo, la supremacía blanca, los migrantes, el aplauso a un comportamiento y la mofa a otro tipo de comportamiento, el LGTB+, el racismo sistémico, la memoria histórica… Y el newspeak también es importante: “sostenible”, “resiliente”, “inclusivo”, “diverso”… Todo es lo mismo; una y la misma cosa que persigue ahogar a la sociedad en el relativismo moral pare resetear a la civilización occidental en la agenda globalista.

El lavado de cerebro es sutil, no tan explícito como de contexto. Es una perversión de la lógica y de la razón no fácilmente reconocible y, por tanto, rechazable. Aquello que antes se identificaba como negativo era expuesto como violento, degenerado u obsceno. Ahora, el lobo se viste de piel de cordero y pervierte con preción la capacidad de discernir la verdad de la mentira. La retórica subvierte y nubla el descernimiento. El ataque está disfrazado y por todos los frentes, y no hay un momento de respiro. Las consecuencias en la sociedad son evidentes: las relaciones sociales se ven mermadas, hay una cierta desconfianza latente, la comunicación es dificultada, hay muchas menos oportunidades, el número de temas que es políticamente correcto abordar cada vez es más reducido, la autonomía del individuo se aliena con la masa y hasta las cuestiones más básicas son deconstruíbles (la sociedad no es ni capaz de contar el número de géneros en su confusión).

De nuevo, la propaganda es principalmente una cuestión de contexto. Los grandes ases de los medios de comunicación distorsionan la información, la cortan, la filtran y ocultan los verdaderos hechos. Como si se tratase de un instrumento musical, tocan las teclas de la opinión pública a su antojo. Y es que los medios mienten cuando dicen que sólo reflejan la sociedad y que no le dan forma. Nos programan continuamente y lo saben. Primero, filtran lo que es suficientemente “importante” como para aparecer en las noticias y, luego, determinan cuánto tiempo dedicarle, lo que indica el grado de “importancia”. Pueden manipular políticamente a la población según la canción que toquen. La mente colectiva de la sociedad es su partitura particular.

Si nuestras opiniones coinciden con la agenda mediática, muy probablemente estemos en una realidad alterada, completamente manipulada. Un Show de Truman de “virus, virus, virus”, “orgullo, orgullo, orgullo” o “clima, clima, clima”. Hoy, ese Truman es la persona de izquierdas. Un estereotipo andante de haber aceptado todos los mantras globalistas mediáticos. Se caracteriza por exponer la visión del mundo que los medios le venden y que él ha comprado. Lo hace a pesar de que suponga servir a intereses ajenos y ocultos, y que muy probablemente incluso jueguen en su contra. Ni ese Truman, ni sus propósitos, ni los de los medios sirven a la verdad; sino a aquello que creen que les es rentable a su ideología de izquierdas, pero que realmente le es rentable a los empresarios de los medios.

No hay criterio de correcto o incorrecto, de bueno o malo, de moral o inmoral… sólo lo que proporciona dinero. Es evidente. Distorsionan o directamente mienten porque sacan rédito de ello. Como siempre se ha hecho. Que los vicios y el morbo vendan no es nada nuevo. Ni hay nada de novedoso en las ansias de poder y de dinero en este mundo, incluso si implica pasar por encima de todo lo que haga falta, muy especialmente de los más débiles. Lo único que es nuevo hoy es el nombre: Agenda 2030.

Y tan evidente como es, ¿cómo es que hay tantos que no lo ven? ¿Cómo puede ser que haya personas que defiendan cada una de las locuras globalistas y se crean estar del lado de la “resistencia”, o con los “oprimidos”, o con la “ciencia”? Esperemos, que como Truman, un día despierten.