Como sabe que la escritura es más una gracia concedida que una técnica dominada, todo buen escritor teme que el texto que está escribiendo sea el último.

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El escritor distingue prodigios donde todos los demás apenas ven cosas.

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Dicen que el buen escritor escribe siempre contra las agujas de su tiempo. Yo no lo creo. Buen escritor es simplemente quien contempla la realidad y la sublima con su palabra.

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La razón de la inhumanidad de las ciudades es también la razón de su atractivo para el escritor: uno ignora la historia de sus conciudadanos; ha de conformarse con inventarla.

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Todo buen escritor escribe aforismos, aunque sea sin querer.

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El buen aforismo es una iluminación súbita, como un rayo que perfora la oscuridad de la noche.

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Soy un chestertoniano de chicha y nabo. Simpatizo con el hombre corriente siempre y cuando éste sea una abstracción.

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Me gustan los camareros desabridos, malencarados. Tras su displicencia se intuye el deseo —noble, nobilísimo— de una vida ociosa.

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Mis amigos condes, marqueses, duques me recuerdan una dolorosa verdad: ya no quedan nobles; sólo burgueses ridículamente disfrazados.

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El límite no es obstáculo, sino condición.

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Nuestra felicidad aquí nunca es plena. De hecho, cuanto más se acerca a la plenitud, más empañada está, ay, por el miedo a perderla.

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La felicidad no es un fin que su busca, sino un efecto que se agradece.

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Cuando me cruzo por la calle con personas que apenas levantan la vista del móvil, me pregunto si el problema es suyo, que no aprecian la grandeza de la realidad, o mío, que la sigo apreciando a pesar de todo. Las cosas, ajenas a mis cavilaciones y a su indiferencia, barnizadas de ocre por un sol que está a punto de descansar por fin, me dan la respuesta.

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¿Qué corrosivo despecho sentirán la abubilla que canta y el sauce que baila al comprobar que los hombres respondemos a su grácil contoneo desenvainando el móvil y fijando en él nuestra atención?

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Dice Enrique García-Máiquez que el único fracaso es merecerlo. Tiene razón, pero yo, agustiniano como soy, doblo la apuesta: fracaso es, fundamentalmente, creer que uno merece el éxito.

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Qué es amar, me pregunto en mis noches oscuras, tras haberte fallado dos, tres, cuatro veces en apenas unas horas. Amar, concluyo en un instante de lucidez, es no conocer más felicidad que la de hacerte feliz a ti. Y no querer conocerla por nada del mundo.