Mendigar elogios es una de las formas más altas de humildad.

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La elegancia radica menos en qué se viste que en cómo se viste lo que se viste.

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La ciudad moderna, con sus bloques de pisos y sus rascacielos, implica necesariamente el desarraigo: uno no puede echar raíces en el aire.

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El que pierde bien el tiempo, más que perderlo, lo gana.

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Alguien dijo el otro día que dejaba de escribir para centrarse en vivir. Lo entiendo, pero yo sólo vivo realmente cuando escribo, sólo presto atención a los prodigios de la realidad si después tengo que cantarlos.

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Nuestros culturetas olvidan que no se trata de leer mucho, sino de leer bien.

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Leer bien no es sólo elegir buenos libros; es, ante todo, leerlos con la actitud adecuada.

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La memoria del erudito es un desván en el que se acumulan, polvorientos, un sinnúmero de saberes.

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La memoria del sabio es un castillo en el que unos pocos conocimientos viven a cuerpo de rey.

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A la corrección política no hay que oponerle su antónimo, la incorrección política, sino su distinto, la verdad.

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El problema del mundo moderno es que se centra más en curar patologías ―políticas, económicas, morales― que en evitarlas.

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La huella del pecado original es menos perceptible cuando hacemos el mal que cuando hacemos mal el bien.

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La alegría es el síntoma de la virtud.

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Que Dios sea el viento y yo el sauce que se agita.

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Declaración de amor: mi mente es una enrevesada maraña que sólo tu presencia desmadeja.