Se buscan maestros para alumnos de entre seis y veintitantos años (en principio, aunque puede eliminarse el límite de edad). Para caras de extrañeza por la edad mínima, nos explicamos: amparados, de momento, por la ley, preferimos que, en la medida de lo posible, los niños menores de seis años sean educados por sus padres, por quien ellos consideren dignos de confianza para hacerlo, por sus abuelos y por sus tíos. Otra cosa es que, en efecto, nos sea posible.

Será requisito indispensable para optar al puesto una absoluta despreocupación y desentendimiento de los estándares académicos, títulos oficiales, o-de-eses, trasposiciones de las disposiciones de las directivas burocráticas e imposiciones mediáticas varias. Esa independencia y amor por la libertad es conditio sine qua non.

Se valorará muy favorablemente un mínimo de inquietud y angustia ante la crisis del pensamiento a la que asistimos. La conciencia de que, como lo expresa mejor Gregorio Luri, “el humanismo lleva una cornada grave”.

Su tarea primordial será formar personas con criterio. Por tanto, como maestros, se les exigirá, principalmente, enseñarles a pensar por sí mismas, esto es, a leer bien. Deberán conocer los clásicos como el padrenuestro y transmitirles su amor por ellos a los alumnos. Demostrarán su capacidad de ir renovando su bagaje literario con soltura: la idea es que el hambre de los aprendices sea poco menos que insaciable.

Se tendrá muy en cuenta su habilidad para narrar en voz alta cuentos, leyendas, anécdotas, historias, y para cantar.

También enseñarán a los pupilos a ser virtuosos, especialmente a los más pequeños. Por tanto, quedan fuera del programa los sucedáneos “valores”. Buscamos maestros que se guíen por las enseñanzas éticas y morales de Aristóteles y santo Tomás, no por propuestas descafeinadas. Exigimos autenticidad.

El requisito anterior es contrario e incompatible con la búsqueda de la felicidad de los pupilos. Su trabajo no es hacerles felices, sino formarles. ¿Son ustedes amables, rectos de intención e implacables, a veces incluso duros, pero firmes y seguros como una roca? Es muy posible que sean los maestros, las maestras que buscábamos.

Abstenerse los que no creen en el esfuerzo y la disciplina.

La formación que buscamos es completa. Olviden la manida distinción entre ciencias y letras. Tenemos dos piernas, utilicemos ambas para caminar. No desprecien la abstracción ni la memoria. Nada humano nos es ajeno.

Por mucho que la ministra Celaá se empeñe en lo contrario, han de tener claro como que mañana saldrá el sol que los hijos pertenecen a los padres.

Sus alumnos viven en la polis, tienen una patria. Deben ser personas entre cuyas preocupaciones se encuentre el futuro ―por tanto, el presente― de la comunidad concreta a la que pertenecen. Especificamos: queda descartado el interés en general por “la Humanidad”, así, globalizada.

Para los universitarios: es necesario que renieguen de la idea de la Academia como una máquina expendedora de pasaportes laborales. Deben creer en los alumnos, en el sentido de que saben que pueden dar mucho (más) de sí mismos. Tendrán fe en ellos, y eso les sobrecogerá.

No buscamos sólo maestros en el sentido intelectual. También se requieren para los veranos en el pueblo o en la casa de campo o de la playa, para el aprendizaje de labores artesanas, un deporte o una afición; para desenvolverse en una biblioteca, para buscar trabajo o para conocer, más allá de los muros del hogar, en qué consiste la vida. Para todo ello, se necesitan maestros, guías, ejemplos.

Es muy recomendable la lectura de El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín, para una mejor comprensión de estos requisitos. Nos gusta el hombre del sillón.

Adenda: somos conscientes de que lo que pedimos es imposible. Además, no somos expertos en pedagogía. Pero, aun así, este anuncio es real. Hay muchos maestros y muchos exploradores en su búsqueda. Por suerte, hemos contado con la guía de personas excepcionales que nos han marcado el camino y nos han cambiado la vida, para bien. Y queremos que quienes nos sigan, aun estando bajo la batuta de la penúltima Ley de Educación de dudoso corte, también sean bendecidos con esa fortuna. Quien lo probó, lo sabe.