La imparcialidad del Rey de España es el fundamento mismo de la Corona. En un país más que politizado, envilecido, la figura del monarca se supone la de un poder que no compite, que no promete, ni se acerca a ningún partido, aunque pueda representar ideas defendidas por millones de españoles.
Ser imparcial no es ser inconsciente, sino custodiar un equilibrio y recordar que, por encima de las diferencias, existen bienes comunes: la unidad de España y la convivencia pacífica de los españoles. Esa imparcialidad, tan criticada por quienes le empujan a tomar partido es la única autoridad del Rey, y por eso le fuerzan.
El Rey no es un político. O no debería. Su papel es ser árbitro y referente. Si renuncia a la distancia, España perderá una institución pensada para representar a todos y preservar la continuidad nacional. Por inútil.