Seguro que recuerdan la escena de Forrest Gump en la que el protagonista afirma, como si se tratara del Oráculo de Delfos, la tautología ya famosa: «Tonto es el que hace tonterías». Mutatis mutandis, cabe decir que la persona responsable es la que responde.

Sin embargo, estamos en un momento de la vida social y política española en el que la responsabilidad cotiza a la baja. O lo que es peor, la irresponsabilidad está experimentando una hiperinflación cada vez más insoportable. Veamos algunos ejemplos.

Una serie de líderes políticos independentistas deciden organizar un golpe de estado. Algunos de ellos, huyeron. Otros permanecen y son juzgados y condenados. ¿Qué hace el Gobierno sostenido por los mismos golpistas? Indultarles. Es decir, anula la posibilidad de que respondan de sus actos.

Una mujer, tal vez manipulada por una agrupación de feministas subvencionadas —disculpen el pleonasmo—, decide secuestras a sus hijos para apartarlos de su padre. Es condenada por el Tribunal Supremo. ¿Qué hace el Gobierno que dedica ingentes sumas de dinero a regar los chiringuitos feministas? Indultarla también, señalándola como irresponsable de ejercer tal violencia sobre su exmarido y sus hijos.

Una banda terrorista de extrema izquierda, con cerca de 1.000 asesinatos a sus espaldas (más de 300 sin resolver), abandona la ejecución de crímenes de sangre y la extorsión tras 60 años. Ni uno sólo de sus miembros condenados y encarcelados colabora en esclarecer asesinatos o secuestros. ¿Qué hace el Gobierno? Acercarles en lotes semanales a menos de 200 kilómetros de sus casas. Tanto vale como que en parte les libera de su responsabilidad como asesinos.

El portavoz de un grupo parlamentario comparece en rueda de prensa y se niega a responder a una pregunta sobre su posición acerca de una ley. Increíble, pero cierto: el responsable de trasladar la voz de una agrupación política se niega a ejercer su función esencial y constitutiva. Queridos niños: un portavoz que se niega a responder es… ¡Bingo! ¡Un irresponsable!

El Gobierno decide que los estudiantes, cuya única obligación es estudiar y asumir los conocimientos básicos para desenvolverse en el futuro, no sean evaluados y puedan pasar de curso sin constatar un mínimo aprendizaje. Esto ya no es aplaudir la irresponsabilidad: es crear una cantera de seres informes incapaces de enfrentarse a la vida adulta pocos años después.

Estamos rodeados de irresponsables por todas partes y probablemente nos vemos muchas veces contaminados por este ambiente de flacidez volitiva y de molinillos de derechos inventados.

Hay que reivindicar una y otra vez a Jordan B. Peterson quien, señalado por la cultura de la cancelación y la corrección política, se ha constituido en los últimos años en el apóstol de la responsabilidad.

Buena parte de su discurso gira en torno a la apelación a la responsabilidad individual frente a las ideologías colectivistas y al estructuralismo social. Y no por capricho. Quien no asume una responsabilidad en su vida, no es capaz de darle un sentido. Quien no se echa al hombro un deber, es incapaz de progresar, de crecer, de mirar a la realidad a los ojos con la cabeza alta.

Esta es la sociedad que persiguen quienes fomentan la irresponsabilidad: una formada por seres anodinos, cansados de existir, desmemoriados del mínimo orgullo y aprecio personal, pero muy pagados de sí… manipulables, al fin.