A diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos de la vida donde ser predecible resulta tedioso, en política, el aburrimiento y la previsibilidad pueden llegar a ser uno de los mejores aliados de un candidato contra las urnas y quienes las llenan. La genialidad se traduce en duda en un campo en que la certeza sobre qué harán los gestores con el dinero de todos y con quién lo administrarán no es un detalle nimio. Esto es algo, sin embargo, que algunos parecen no haber aprendido a pesar de la suerte que corrieron no hace mucho aquellos Ciudadanos que supuestamente estaban llamados a suceder al PP en el liderazgo de la derecha antes de que rolara el viento y los empujara a la deriva de la irrelevancia.

Si en algo acertó Albert Rivera en su momento fue en presentar un programa único para todo el país a pesar del rechazo que éste pudiera suscitar en las regiones más peleadas con el imaginario español. Y no le fue nada mal alzando la rojigualda de Rentería a Tarifa y contagiando al resto de partidos con esa valentía de sacudirse el complejo de enorgullecerse de lo que son. Ningún sobresalto cabía en ninguna de las papeletas con que tapizar sus escaños hasta que el oportunismo fue el único nombre que llenó sus listas, un oportunismo en parte alimentado por el sofoco que se apoderó de los de centro cada vez que la izquierda les gritaba «fachas».

El néctar de la naranja parece seducir a las gaviotas genovesas pese al viento de cola proveniente de Madrid que los había elevado a lo más alto. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero las aves carecen de la capacidad de ver en el yerro ajeno una lección que aprender para esquivar el propio.

Lejos de presentarse como un maestro del juego, el PP actúa como un principiante trémulo que inseguro de su mano prefiere envidar en cada lance con la esperanza de que en alguno pueda salir airoso. Mientras en Galicia apuesta por la «identidad gallega», en Madrid defiende la igualdad de todos. Mientras se apostata de Ayuso en Madrid, Mañueco calca en Castilla y León su estrategia. Mientras Ciudadanos no es de fiar en la capital o en Murcia, en Andalucía se erigen como baluarte de la lealtad. Mientras Vox traiciona a la derecha por votar junto a la izquierda en contra de Moreno Bonilla, siendo prueba inequívoca de un pacto con el PSOE y Podemos, la unión de Almeida y Recupera Madrid persigue el bien supremo.

Los presupuestos aprobados por Martínez-Almeida anteayer con la ayuda de los ediles de Carmena resultaron, ante todo, una sorpresa, la prueba de la más absoluta incertidumbre de lo que supone votar sus siglas de nuevo. La duda futura sobre qué hará con los votos obtenidos si el alcalde revalidara su cargo.

Una de las modas más tramposas de la política actual, es la de aplaudir el pacto por el pacto, la de alabarlo por el simple hecho de existir, sin entrar a valorar el contenido de éste. Que dos formaciones consumen un acuerdo no es más que llevar a cabo la tarea que les va en el sueldo, la de hacer política, por lo que elogiar una negociación entre formaciones de signos opuestos resulta del todo absurdo, como también lo sería el hecho de criticarla con el argumento de que un partido no puede hablar con otro que no piense igual. Vender un consenso por el mero hecho de darse únicamente es útil para aquellos políticos exclusivamente preocupados por hacer ver que trabajan, no por el contenido de su ardua labor.

El verdadero problema radica en la transversalidad mal entendida o la que es víctima de esa izquierda que controla —o cree controlar— la opinión de la calle, deslizando la idea de que pactar con el contrario deviene automáticamente en una suerte de moderación. Como si esta regla fuera aplicable a Sánchez y los abertzales, o como si el coincidir en la peor de las canalladas otorgara a ésta la legitimidad más completa. Llama la atención, pese a todo, que los nuevos palmeros de Almeida y su mesura sean los mismos que en su día regalaron los mismos vítores a Rivera por el abrazo con Sánchez y hoy despotrican contra Ayuso con la misma boca con que se deshacen en elogios hacia el alcalde.

Observando su contenido, el acuerdo alcanzado no mejora en mucho el relato. Lo que en un principio parecían pequeñas dádivas para los carmenistas, fueron cobrando importancia según pasadas las horas. Y es que ceder ante la presión de conceder a Almudena Grandes el título de Hija Predilecta de Madrid deja en mal lugar a todas las partes, tanto a los que consideran honroso para alguien a quien supuestamente admiran que su condecoración sea objeto de trueque de unas cuentas municipales, como a aquellos que se negaron a concedérsela por no ser digna de ella y que hoy lo ven con otros ojos a cambio de unas monedas, desvirtuando así un título no accesible para cualquiera.

Por su parte, del aumento de las subvenciones a las asociaciones LGTBI y los 500.000 euros para celebrar El Orgullo la única duda que me despiertan es la de si será suficiente para que al PP se le permita acudir o si correrán la misma suerte que C’s siendo abucheados a golpe de orín e insultos. Un montante que no destinarán a la Fundación Madrina, pese a haber sido ésta la encargada de atender el 90% de los casos de vulnerabilidad de niños y mujeres durante la pandemia.

Pese a ser este acuerdo «tan bueno» para Madrid, el señor alcalde no ha explicado en qué consiste. Y es que cualquiera dudaría de las bondades del acuerdo cuando su presentación se ha centrado en afear a aquellos que no lo apoyaron que quisieran que Martínez-Almeida cumpliera con su promesa estrella de la campaña: la de acabar con Madrid Central. Sabemos con gran detalle qué han obtenido los de Carmena a cambio, pero desconocemos las virtudes aportadas por los que gobiernan la ciudad, más centrados en señalar su falta de alternativa para llegar a un acuerdo y en la vileza de Ortega Smith por exigir lo pactado.

Más allá de algunas dudas, como si Vox es también el responsable del contenido de los puntos negociados con la izquierda o si esta acción responde a una estrategia nacional de Casado para distanciarse de Abascal, existe una duda capital. El alcalde dijo: «Mis socios son los madrileños». Cabría preguntarse aquí si tras su «exitoso» pacto, Almeida olvidó por error referirse también a las madrileñas.