Quien tiene pueblo tenía un tesoro

Estoy pasando las vacaciones en el pueblo donde lo he venido haciendo desde que tengo 11 años. Hay un algo trascendente en querer mostrar a tus hijos el lugar donde tuviste una infancia feliz y perfecta, en tratar de emular con ellos lo que tus padres hicieron contigo. Y, aunque consciente de mis limitaciones, trato de hacerlo. Pero el mundo ha cambiado mucho.

Sólo diré que está en Ávila, en la sierra, cerca de Madrid. Un lugar donde podíamos dejar las puertas abiertas, donde los niños podían ir sin los mayores a comprar el pan, donde volver a casa de noche y solos era lo normal. Pero ya no.

Este jueves fue el día grande, la fiesta de la Asunción, como en los pueblos de toda España. Y todas las atracciones para niños estaban copadas por los nuevos residentes de eso que llaman «la España vaciada».

Ya el año pasado, a mi hijo mayor una pandilla de «jóvenes» le echó del parque «porque esto es nuestro ahora». Hoy ni se ha querido acercar a las atracciones hinchables, gratuitas para los niños del pueblo. La pequeña, que sólo tiene dos años, ha visto el percal y se ha dado media vuelta ella solita. Imaginad por qué.

Cuentan los lugareños que en el pueblo de al lado, bastante más grande, los extranjeros que pueblan «la España vaciada» se quedaron a cinco votos de hacerse con el ayuntamiento en las últimas elecciones municipales. Todo él está lleno de carnicerías halal, peluquerías de dudosa higiene y parques completamente colonizados.

Una vecina nos comenta, con una mezcla de dolor y enfado, que este año tuvo que sacar a su hijo del colegio y matricularlo en Ávila capital, a 40 kilómetros de carretera serpenteante, porque ya sólo quedan dos o tres niños españoles y el resto de «jóvenes» han convertido el centro en su taifa, imponiendo su ley.

Para los adultos del pueblo, cuando comenzaron a aliviarse las medidas de confinamiento, el ayuntamiento organizó cursos de manualidades. Varias amigas se apuntaron con la idea de aprender a hacer punto y labores del estilo. En una sala estaban ellas, mientras otra aledaña se preparó para musulmanas que sólo por ir recibían una «propina».

Ahora ni locos dejamos las puertas abiertas por el día ¡ni las ventanas por la noche! Y ni hablar de mandar al niño a por el pan. Nos lo han robado todo y en cuatro años seremos minoría. Ojalá que no nos quedemos en la superficie del problema (la verdadera invasión de estos pueblos) y sepamos ver los intereses que hay detrás para que esto ocurra. El drama es que se cuentan con los dedos de una mano las personas que se hacen este tipo de preguntas. Nadie quiere que le llamen según qué cosas.