Hace unos días, un tal Bongo se hizo famoso sin siquiera pretenderlo. Arturo Pérez-Reverte calentó las redes sociales hablando de él y sus hazañas y, como era de esperar, se armó la marimorena. Twitter echaba humo porque el escritor español, aparentemente, ve con buenos ojos que Occidente caiga tarde o temprano en manos de nuestros vecinos del sur y se alegra porque, según él, en el fondo, se lo merecen.
Independientemente de lo que diga, no podemos olvidar que Reverte es sólo un hombre. Miembro de la Real Academia, periodista y escritor prolífico, sí; que ha recorrido más mundo que Willy Fogg y ha vivido más experiencias que Mick Jagger, también; pero en el fondo es sólo un hombre, un mortal como tú y como yo. Por eso puede decir lo que quiera y opinar de lo que le venga en gana sin responsabilidad alguna. No se corta y sus opiniones siempre han dado de qué hablar, nos guste lo que diga o no. El caso es que no siempre hay que tomarlo en serio ni seguirlo al pie de la letra. Si un señor de 70 años, sentado en una silla de gamer, dice una chorrada como un piano, no deberíamos ofendernos ni poner el grito en el cielo. En el fondo, aunque menosprecie a la juventud española y blanquee a Bongo, su mensaje trae una verdad que no debemos pasar por alto: los de abajo vienen con ganas y los de arriba vemos lo que pasa mientras comemos palomitas en el sofá.
La realidad es que Bongo salta la valla con hambre y ganas de marcha. Ha oído que aquí va a tener la panza y los bolsillos llenos sin dar palo al agua, así que se lía la manta a la cabeza, pilla unos garfios y se planta en Melilla. A Bongo no le quiere nadie en su país y Mohamed nos lo manda con un lazo de regalo. Vamos, que lo que está viviendo África en los últimos años no es precisamente una fuga de cerebros. Por el camino, las mafias y las oenegés se han aprovechado de él y ahora les debe pasta. Ha llegado aquí y se ha encontrado con que los precios están muy altos y con que las ayudas le dan para verse obligado a elegir entre PlayStation o porros. En cierto modo entiendo su enfado, España está llena de fachas racistas que sólo quieren a Bongo para que realice trabajos desagradables y nadie le va a contratar para trabajar en un banco. Es normal que agarre un machete y se ponga a repartir lo que aprendió en su país. Al fin y al cabo, él solo quiere vivir bien.
Según dijo Reverte, en España no va a encontrar oposición, se ríe de la juventud y les acusa de ninis de mecha corta. Pero ¿quién tiene la culpa? ¿Los millennials? ¿La generación Z? Parece muy fácil culpar a los jóvenes por su falta de interés, su pérdida de valores, su bajísimo nivel cultural o su actitud ante la vida. Aunque, la verdad es que nada de esto surge de manera espontánea. No es culpa de una extraña pandemia de estupidez que asoló al mundo hace décadas, por la que todos los nacidos a partir del 80 se volvieron gilipollas. Lo cierto es que, dispuestos a echar balones fuera, he de decir que la culpa es de los padres que les educan como tontos. La situación de estabilidad vivida desde el fin de la Segunda Guerra Mundial llevó consigo la búsqueda constante del ansiado estado de bienestar. Esa quimera, ese monstruo insaciable que devora todo a su paso. Siempre queda un peldaño más para alcanzarlo, un logro más que desbloquear para llegar a él y para conseguirlo se han ido tomando decisiones cada vez peores. Lo curioso es que año tras año, generación tras generación, en esa búsqueda del estado de bienestar, se ha ido perdiendo en calidad de vida.
El mundo que vivimos lo moldearon nuestros padres y los padres de nuestros padres y así sucesivamente, es lo que se conoce como herencia. Es un mundo muy bien montado, hermético, controlado por grandes empresas y entidades supranacionales del que es muy difícil salir. Un mundo en el que no se puede alzar la voz y rebelarse, donde al dinero lo respalda la fe en los mercados y nos mantiene a todos conectados y controlados allá donde vayamos. Lo que vivimos no es producto del sueño de un chaval que no tiene ni idea de si acabar la ESO o meterse a una FP. Si sus profesores son inútiles y no le enseñan nada, no es porque él haya elegido el temario, ni porque haya regalado la plaza de profesor a cualquiera que supiese hablar en lenguaje inclusivo, tampoco ha votado a los que nos metieron en una crisis económica constante, ni ha sido él el que ha cedido el control de su país a los bancos. Lo triste es que sabe que nunca podrá comprarse una casa, que con lo que llegue a ganar, con suerte, algún día podrá vivir en un apartamento de 30 m2 compartido. Mientras, Bongo puede que viva en un piso por el que no pague un solo céntimo el resto de su vida.
Es necesario reflexionar y tomar otro camino. Volver a pensar en nuestra soberanía, en nuestra independencia energética y en nuestro futuro. No podemos echarles el muerto a los que viven en TikTok ahora que las cosas vienen dobladas y esperar que se pongan las pilas de la noche a la mañana para defendernos de Bongo.