“¡Que te vote Txapote!”. Entiendo perfectamente la repulsa que provoca tener que escuchar repetidamente el nombre del asesino de tu padre, marido, tío, abuelo o amigo. Pero más repulsa da tener un presidente del Gobierno cuyas políticas benefician a ese asesino. Unas políticas gracias a las cuales ese asesino está ahora en una de las cárceles más cómodas del País Vasco acompañado de su mujer, Amaia, quien, por cierto, también participó en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Unas políticas gracias a las que los fines por los que ese asesino y su banda mataron a cientos de personas durante décadas, están materializándose. “¡Que te vote Txapote!” es la punta del iceberg, la síntesis —a priori frívola y desagradable— que alberga una terrible verdad que hay que vociferar, que es que tenemos al frente de España a una persona a la que no es descabellado pensar que pueda votar uno de los asesinos más sanguinarios de la historia de ETA. La persona que disparó dos tiros en la nuca a Miguel Ángel Blanco provocando la mayor movilización social jamás vista en contra del terrorismo está ahora en el País Vasco, cerca de su familia, acompañado de su mujer —otra asesina—, saldrá de prisión, será homenajeado con honores, quién sabe si entrará en política de la mano de, cómo no, Bildu —ese partido que dicen que no es ETA pero que, oh vaya, está conformado por etarras, condenados, asesinos, cómplices y simpatizantes de la banda y que comparte los mismos fines que ellos— todo con la gracia y connivencia de nuestro presidente del Gobierno que da el pésame a Bildu por un etarra muerto en prisión (qué curioso, ¿qué tendrán que ver los demócratas de Bildu con un etarra muerto en prisión?). Lo indigno no es corear “¡Qué te vote Txapote!”, lo indigno es haber llegado a tal extremo de ignominia que los ciudadanos piensen que el único que debería votarte es alguien tan abyecto y miserable como Txapote.