No sé si es que han cambiado las cosas tantísimo en los últimos años o que yo soy más consciente ahora, pero no soy capaz de recordar en anteriores y no tan lejanos enfrentamientos militares (Siria, Irak, Afganistán, el Sahel, Yemen, Nigeria) una tan presente y agresiva campaña mediática de propaganda en la información como en este conflicto ruso-ucraniano.
Quizá sea porque se está dando en terreno europeo. Algo que no sucedía desde la guerra que desmembró Yugoslavia. Quizá eso nos dice que, aun siendo naciones distintas, seguimos teniendo ese vínculo geográfico cultural europeo que nos conecta con lo próximo. Unidos en la historia, proyectados al futuro, herederos de claves comunes (Atenas, Roma, Bizancio, el Norte), nos sentimos más cerca, evidentemente, de lo que sucede en nuestra Europa y de sus gentes, que del terreno africano o del medio oriente con sus conflictos.
Quizás es el miedo a que la información y la tecnología rusa, sus hackers y canales globales de televisión, sus influencias, injerencias y narrativas a sueldo, puedan imponerse, y por eso hay que sobresaturar y ganar los medios. Ya que la batalla militar no se atreve a darla este Occidente ecologista, trans, vegano, sin gas ni petróleo y tecnocapitalista, dejando sola a la pobre Ucrania en un acto hipócrita más, nos dan la batalla de la propaganda.
Seguramente es también parte de los signos de los tiempos. De la era de la comunicación, las redes, la información y la opinión que llega a infoxicación manipuladora de ingeniería social. Cabe también, cómo no, demasiado aprendidos y sufridos estamos, la lectura de los intereses partidistas y egoístas tras todo lo que cuentan, tras todo cómo lo cuentan y tras todo lo que no cuentan. Siempre recuerdo a aquel profesor que nos alertaba de que ante cada noticia debíamos preguntarnos qué ocultaba y a quién beneficiaba.
Que vivimos en la era de la posverdad y del relato es ya casi un tópico. Que quien maneja el relato maneja la opinión y maneja a las masas, lo cual es manejar el poder, y eso es manejar el dinero, también es otro tópico ya. Que convenciéndonos de cosas luego nos dejaremos hacer lo que sea, no hay que mirar demasiado atrás para corroborarlo. Dos años pandémicos nos han enseñado.
Si para hacer eso hay que mentir, o no contar cosas, o contar medias verdades, caricaturizar, hacer demagogia, seleccionar lo narrado o prohibir otras versiones —medios de comunicación incluidos— pues se hace. Nuestros políticos son especialistas en eso. Si hay que tirar de discurso grandilocuente y emotivo, apelar al sufrimiento y al dolor, a la natural compasión humana, a las historias concretas y reales de gente normal y corriente que podríamos ser usted y yo, se hace. Pero no podemos dejar de decir que se convierte en un sucio juego cuando lo que se busca es otra cosa, cuando lo que se busca es propaganda. Es realmente llamativo que una exclusiva versión esté dominando. Como decía no sé quién, desconfía si todo el mundo opina igual. Así se acaba en verdadera dictadura, la del pensamiento único. Además, se convierte en contraproducente. Se utiliza a las víctimas por propio interés, no por genuina preocupación.
Decir cosas así, en tiempos de cancelación, de pensamiento único, de dictadura de la corrección política, de gran hermano woke, es para alarmante para tanta gente: «Cómo, ¿pero es que apoyas a Putin y su salvaje invasión a la pobre y heroica Ucrania? ¿No te crees lo que los medios nos cuentan de los bombardeos, la invasión y la hitleriana agresión rusa?». Pues no es eso. La violencia injustificada siempre es condenable. Las condiciones para una guerra justa están más que muy marcadas desde la tradición teológica cristiana y la filosofía occidental más clásica, desde San Agustín y Santo Tomás, pasando por la Escuela de Salamanca, hasta Schmitt y Rawls. Es más que muy difícil en este tiempo de la historia que las condiciones para ser justa una guerra se den. Amén de que, desde la convicción creyente, la única violencia aceptable es la de la defensa. Así que no, no me parece que Putin tenga razones suficientes incluso si lo de las agresiones desde hace ocho años por parte del gobierno de Ucrania a las poblaciones rusas de Donetsk y Luhansk fueran ciertas y no un falso casus belli. Tendría que haber habido otros medios en vez de la invasión. Pero con la geopolítica hemos topado.
Ya digo. Poner en duda la bondad Occidental en todo esto, no es lo mismo que apoyar la invasión rusa. Aunque haya cerebros totalitarios secados por la propaganda 2030 que no sean capaces de distinguir ambas cosas. Aunque tiren de humanidad, de heroísmo, de drama, que existe y es real, todo sea dicho, como propaganda.
Salva la disculpa, lo demás. Que la OTAN, la UE y los USA no son hermanitas de la caridad, parece también de Perogrullo. Que jamás nos contarán la verdad de lo que hay tras este conflicto, simplificándolo demagógicamente a un demente egocéntrico e imperialista con el argumento ad hitlerum que desea conquistar el mundo entero como un villano de 007, como un neocomunista heredero de Stalin o como un neoZar neorancio o rojipardo, ya lo están haciendo. Groseramente. Tomando a la gente por estúpida.
Y lo peor es que parece que les demos la razón. A mi alrededor el sentido común y la mínima capacidad crítica de pensar lo que nos dice la propaganda parece haberse esfumado. Parece que, si no tragas sin más el discurso emotivista e irracional de las víctimas ucranianas y de su heroísmo, eres un rusófilo putinista (decía Hughes que es como mezclar fascista y comunista en la misma palabra…). Ya mismo lo de negacionista se extenderá a quienes no compran completa la propaganda de guerra. Aunque sepamos que la invasión de Ucrania por Rusia está mal. Que la verdad no te estropee la propaganda.
La pregunta, junto a la compasión evidente por el drama concreto de las víctimas de una guerra, tremenda e inhumana siempre, cruel y condenable, es otra. Pese a que seguramente lo que quieren es que no nos la hagamos, y que nos dedicamos sólo a llorar, encender velas, vestir de amarillo y azul, concentrarnos en plazas con el no a la guerra, aplaudir los épicos y vacíos discursos falsamente europeístas y atlantistas, poner el Imagine como banda sonora y estar deeply concerned por todo lo que está sucediendo, pero no pensar. No caer en las garras de la guerra, de la propaganda de la guerra, mirar honestamente, respetar de veras a los ucranianos que están luchando por su patria y buscar la verdad de lo que está sucediendo, es preguntarse cosas.
¿Cómo van a aprovechar la OTAN, la UE, la ONU, USA, la banca, la multinacional y demás auténticos poderes del mundo todo esto? ¿Qué nos preparan con lo que está sucediendo? ¿Cómo se ha llegado hasta aquí con la supuesta inacción occidental? ¿Cómo van a aprovecharse de todo esto ellos, que siempre se aprovechan? ¿Con qué ruedas de molino nos van a hacer comulgar a cuenta de la pobre Ucrania y la malvada Rusia? Ya se habla de la conversión de la OTAN en los próximos meses. Ya se habla de los USA como principales proveedores de energía a Europa. Ya se habla de nuevas herramientas financieras de los bancos, de la desaparición de la moneda para las transacciones ordinarias. Ya se habla de la guerra climática. De más Unión Europea y menos naciones libres y soberanas. De Europa en manos de los USA otra vez. De rearme occidental con suministros de vaya usted a saber dónde. De valores europeos de progresismo, relativismo, cambio climático, derechos legales y demás zarandajas 2030, por los que mueren los ucranianos, como aquello de morir por el sistema métrico decimal, expulsando todo lo que suene a tradicional o de siempre, porque la Rusia de Putin lo represente.
No es conspiracionismo, ya no —demasiadas casualidades—, pensar que quieren hacer algo y no bueno con nosotros a cuenta de todo esto. Tampoco es equidistantismo, aunque este no tuviera nada de malo. Es estar resabiado y saber que nada bueno pueden traernos estas élites que nos gobiernan. Que lo que defienden nuestros gobiernos occidentales en el fondo no es ni bueno, ni bello ni justo. Es saber que están librando una guerra y que, al no atreverse a enviar soldados a Ucrania, mandan contra nosotros a periodistas, opinadores y gacetilleros a hacer propaganda bélica.
Y mientras la gente en Ucrania sufre. Terriblemente. Mientras, heroicos soldados luchan por cada palmo de patria. Mientras, los rusos —tan europeos y tan hermanos como los demás— también luchan, pensando seguramente que es justa su invasión en defensa de sus hermanos rusos oprimidos por los ucranianos. Mientras, hay enormes gestos de lo mejor de la humanidad, de entrega, heroísmo, idealismo. De compasión, cuidado y amor. Y mientras tanto nuestras despreciables élites utilizan lo peor que puede suceder a una tierra, una guerra, con su violencia, su dolor, su angustia, su injusticia, su sufrimiento, para, como siempre, salvaguardar sus propios intereses espurios y despreciables.
Diera la sensación, de nuevo, y una vez más, de que intentar esgrimir un poco de sentido común ante la propaganda política es alzar la espada para decir que el pasto es verde. Pero cada vez más la gente se pone en contra de ello. Manipulados por la propaganda de guerra.