Sucede a menudo, al menos entre aquéllos de imaginación dispersa, que en medio de una tarea más o menos noble surge un pensamiento más o menos lúcido. Si éste lo es o no, no me detendré a descubrirlo, pero no me privaré de compartir esas imágenes que en ocasiones resultan útiles para trazar los mapas mentales que sostienen parte de nuestra mirada ante el mundo.
En esta ocasión hablamos del presente, de su grandeza y de lo abrumador que puede llegar a ser si nos detenemos a pensar en él unos segundos; del inexplicable poder que tenemos sobre el futuro si logramos dominar nuestro presente. Porque, ¿qué es el presente sino un abismo del que jamás llegamos a caer, un velo que franquea nuestros pasos próximos y nos desvela el camino al mismo tiempo que avanzamos? ¿Qué son nuestros pensamientos y nuestros actos sino los últimos acontecidos en la historia de la humanidad en el momento preciso? El ahora se muestra como el dintel ante la nada. Nuestra vida es una constante vivencia en el fin de los tiempos, el porvenir del tiempo es a cada instante incierto. Nuestro presente no dista en absoluto entre el folio en blanco que está por escribir, entre la roca que el artista se dispone a esculpir hasta darle la forma deseada. Podríamos decir que somos una suerte de autores sobre un gran lienzo que es el mundo, la vida y el tiempo. ¿Qué hago, pues, con la dicha de mi libertad, con la prerrogativa de ser dueño del ahora?
Existe una diferencia casi insalvable —y el «casi» es indispensable— entre el presente y el futuro. Entre un presente que es y un futuro que no es; el futuro no está escrito porque no existe en absoluto. «Sólo existe el presente y el pasado que se condensa en él» dice el filósofo y profesor François-Xavier Bellamy. El presente es el punto en que el tiempo coincide con la eternidad. Esto deviene una cuestión esencial en el asunto: ¿me sitúo irremediablemente en lo inexistente? ¿o reposo mi mirada y mi ser en hacer lo que debo y estar en lo que hago? «En una palabra —advertía Lewis— el futuro es, de todas las cosas, la menos parecida a la eternidad (…) De ahí que casi todos los vicios tengan sus raíces en el futuro. La gratitud mira al pasado y el amor al presente; el miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia delante. No creas que la lujuria es una excepción. Cuando llega el placer presente, el pecado (que es lo único que nos interesa) ya ha pasado».
Los cristianos hemos obtenido una gran ventaja al respecto: como el resto, no conocemos el futuro, pero sí nos ha sido revelado el final victorioso. Entre el presente y el final no hay más que sombra, es por ello por lo que debemos utilizar el primero, para ser parte del segundo, construyendo un adecuado futuro que se irá desenvolviendo misteriosamente en un regalo, en un presente. Se nos pide que en ese presente eterno actuemos tal y como lo haremos el día en que felices gocemos en la Nueva Jerusalén.