Llega otro 12 de octubre y vuelve la controversia entre quienes señalan los pecados de los procesos históricos y los que queremos darle el valor civilizatorio que nos ha conducido al punto en el que estamos. Tal vez esto resuma la jerga anual de quienes por política abanderan la autoflagelación frente a quienes simplemente queremos que nos dejen en paz, así como que no menoscaben aquello que apreciamos, ya sea la familia tradicional, el vínculo del hombre con Dios o, en una fecha tan marcada, la Hispanidad.

Lejos de tratar de rebatir los argumentos históricos que intentan empañar la imagen de la Hispanidad, prefiero centrarme en un primer momento en las cuestiones políticas que expliquen ese rechazo a la empresa iniciada hace más de cinco siglos por España. Los mitos históricos ya han sido derribados por autores como Roca Barea o Gullo. Sin embargo, ¿qué explica esa constante pugna por ennegrecer una civilización que floreció como una segunda Cristiandad en el continente americano?

Puede que la cuestión sea teológica antes que política, porque donde antes se reproducía la barbarie encarnizadamente se impuso la Cruz. Si en el siglo I d.C. demolió las diferencias entre patronos romanos y esclavos, mil quinientos años después reproduciría su misma misión para alumbrar a un continente entero que todos los hombres somos hijos iguales ante los ojos de Dios. Con ello, los indígenas oprimidos atisbaron una esperanza redentora nunca vista y que les permitiría dejar atrás las pirámides ritualistas, para así entender que la única sangre que salvaría a los hombres se encontraba en la Eucaristía. De esta manera, donde antes el horror consumía las almas, floreció el renacer para un continente que jamás imaginó que las intrigas entre los hombres eran un sinsentido. Porque, si la Fe hace algo, es ordenar los acontecimientos en nuestro tránsito por el mundo. Es decir, nos ayuda a ser libres, y los americanos nunca fueron tan libres como cuando descubrieron la Cruz de Cristo. De ahí que sea este símbolo el que más se ataque.

Tras la herejía luterana, la escuela hegeliana y el nacimiento de las ideologías; un nuevo hombre nació en Europa. Reducido a los límites de una razón que prefería idealizar la realidad antes que reconocer una Verdad, el hombre quiso redefinir el orden natural para ser él quien trajese el paraíso a la Tierra, logrando con ello el infierno. Con el surgimiento de las ideologías no sólo se pretende una justicia social o bienestar medido por parámetros teóricos humanos, sino que también se persigue ordenar la sociedad, levantar un marco social que deberá regir la vida del prójimo. Mensaje opuesto al de la Cruz, ya que precisamente el catolicismo propone un camino virtuoso que conduce a la santidad, sin ser una imposición debido a que el primer don que Dios dio al hombre fue la libertad (siempre después de la vida, claro). Sin embargo, las ideologías no entienden de este don y le impone límites, generando de nuevo vasallos sometidos por dicho marco ideológico. En nuestros días el ejemplo más claro lo define la corriente woke.

Con la Hispanidad, el Nuevo Mundo descubrió una libertad que jamás había conocido. Buena prueba de ello fue cómo se levantó una civilización bella que poco le tenía que envidiar al Viejo Mundo, con una vida floreciente y una fe que no dudó en rebatir a todo intento de incursión de quienes renegaban de la Cruz sobre la que se cimentaban. Esta época de gloria y vitalidad murió con el derrumbe del Imperio Español. Sin referentes, trataron de cobijarse bajo los postulados hegelianos bajo sus diferentes formas sin nunca triunfar salvo contadas excepciones.

Esta tendencia, lejos de subsanarse persiste en nuestros tiempos de una manera más grosera si cabe. El socialismo y el indigenismo se dan la mano para señalar a la Hispanidad como responsable de sus respectivos fracasos, siendo ésta utilizada como señuelo político para distraer a una población cuya educación se quiere reducir a la mínima expresión, en contraposición a la labor desarrollada antaño por los jesuitas.

Los motivos por los que se intenta desdibujar el legado de la Hispanidad son la prueba más fehaciente de su grandeza. Sirvió como un puente natural entre el Viejo Mundo y el Nuevo, un puente por el cual los nativos de allí tuvieron la gracia de saber que por encima de las voluntades de los hombres había una Redención que levantaba barreras metafísicas y espirituales contra los tiranos. La Fe fue lo más valioso que pudo llevar España a aquellas tierras, y ese es el porqué de la Hispanidad: porque nos fue concedida la honra de tomar el testigo de los apóstoles en la misión salvífica que se le confió a la Iglesia. Y es por esa razón por la que los sofistas de nuestros tiempos tratan de emponzoñar la Hispanidad y por la que yo, a título personal, estoy tan orgulloso de aquéllos que nos precedieron.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.