Eusebio, un hombre maduro, tradicional, de otro tiempo, no deja de fustigarse siempre que te cruzas en su camino por la pérdida de valores de hoy en día. «Ya no hay educación», replica con su figura erguida, el ceño fruncido y los ojos nostálgicos. Anhelantes de una época en la que había tanto respeto, que uno podía tener la puerta abierta de su casa sin que acechase el miedo a que un intruso robara los enseres o se apropiara de la vivienda por ocupación. Ahora los okupas se amontonan en moradas que no son las suyas y existen cada vez más personas con una domesticación menor que la de los animales de compañía, dejándose llevar por las pasiones más básicas.
Antes, además de ser todo campo, había unos principios compartidos entre toda la ciudadanía. Existía lo que se conoce como el cristianismo sociológico. La mayoría de los españoles respetaban y creían que los ideales católicos eran los mejores para la sociedad. Hasta mi suegro, agnóstico, me ha reconocido en más de una ocasión haber recibido una educación cristiana porque era la que su padre consideraba más virtuosa. Todo esto me lo contaba precisamente mientras hablábamos sobre los belenes estas navidades. Es un gran apasionado de construirlos con esmero. Para que luego vengan con absurdeces peregrinas como la del belén laico. ¿Pero eso qué diantres es? Debieron de preguntarse hasta los impulsores de la propuesta. El caso es, como ya dije en una ocasión en otro medio, dilapidar todo lo que tenga que ver con elementos sacramentales por absurdo que sea.
Es esa inquina obsesiva hacia todo lo católico lo que intenta minar poco a poco la perspectiva común. Si antes, por lo general, compartíamos determinados valores que nos proporcionaban la diferenciación de las buenas acciones de las malas, ahora todo permanece en el limbo del relativismo en donde todo está analizado con equidistancia. Lo que está mal para ti, por muy deleznable que sea, puede que para el frutero no sea tan reprochable. Por eso, para algunos ETA eran un grupo de revolucionarios y para otros unos asesinos. Ya nunca nos vamos a volver a levantar contra el mal como hicimos cuando secuestraron y mataron a Miguel Ángel Blanco, porque seguramente muchos de los que hace años se parapetaron bajo la pancarta del mártir hoy estarían alabando a sus verdugos.
Van ganando, aunque nos pese. La oscuridad asola la luz ganando terreno con cada una de las leyes que pervierten la justicia y la verdad. Está en la mano de los virtuosos parar esta calamidad civilizatoria. Una sociedad que no sabe vivir en comunidad. Somos egoístas, individualistas, caprichosos… No hemos educado a la voluntad porque coexistimos en un mundo que nos brinda muchos derechos, pero no nos exige ninguna obligación. Seguramente si ese cristianismo sociológico siguiera latente, el panorama sería muy distinto. Seríamos más generosos, no seríamos tan caprichosos queriendo todo con inmediatez y tendríamos empatía por nuestros vecinos. Desde la fe católica, en tiempos como la cuaresma, se educa los instintos con la abstinencia, o se entiende el profundo papel fraternal hasta el punto de que los primeros cristianos se referían a sí mismos como «hermanos».
Siempre digo que me siento un extraño en esta sociedad porque desde muy pequeño me han educado, con un marcado carácter católico, en que había que pensar en el prójimo tanto como en uno mismo. Hoy te topas con mensajes del tipo de «priorízate a ti», y otros por el estilo que evocan el ego y te llaman a creerte el ombligo del mundo. Individualismo fruto de que haya calado el espíritu protestante en nuestra sociedad. Hasta el psicólogo norteamericano N. Branden reprocha la individualidad de sus compatriotas.
Protestantismo que lleva buscando minar todo lo relacionado con el catolicismo desde el surgimiento de la reforma emprendida por Lutero, como tan bien lo expone Elvira Roca Barea en su obra Imperiofobia y leyenda negra. De ahí nace la persecución de la izquierda ibérica a todo lo relacionado con la hispanidad o la manía persecutoria de países como Holanda hacia España. Por eso les molesta el belén en el Parlamento Europeo o a Von der Leyen que se felicite la Navidad. Prefieren todo lo que no tenga que ver con el catolicismo, pese a que a veces tengan que impulsar creencias que persiguen todo aquello que defienden.
¿Qué hacemos los católicos? Nada. Tan solo rezando no vamos a cambiar el mundo, tenemos que poner los medios para ganar la batalla. «¿Dónde están los intelectuales católicos?» se preguntó el bueno de Miguel Ángel Quintana Paz. Como no reaccionemos van a quemar las iglesias con nosotros dentro cuando pudimos haberlas defendido. Ojalá fueran sólo los templos y no la sociedad entera la que va a ser pasto de las llamas de la perversión.
Debemos ser los herederos de la Verdad y de la vida.