En el cine policial de principios del Siglo 20 se debía seguir el código Hays. Es decir, ningún delito podía quedar impune. De allí que todas las películas de ese género solían tener la frase: «El crimen no paga». Aunque la progresía suele clasificar al código Hays como un retrógrado mecanismo de censura, la intención era educar a la opinión pública en los valores de la tradición estadounidense: patriotismo, libertad y moralidad cristiana.

En realidad, varias generaciones fuimos criados bajo estos mismos principios, pues el sentido común te dice que robar y matar son delitos. Por ende, no podíamos admirar, mucho menos premiar, a los antisociales. Pero nos olvidamos tomar en cuenta algo: La habilidad de los delincuentes para reinventarse.

Para Max G. Manwaring, experto en seguridad, la segunda parte del Siglo XX se puede clasificar como el surgimiento de las pandillas de tercera generación. La fortaleza central de estas nuevas agrupaciones criminales es su capacidad de desestabilizar gobiernos. Eso las convierte en grandes amenazas para la paz, la democracia y la libertad.

La pregunta acá es ¿cómo alcanzaron semejante poder? Primero, se nutrieron de las grandes ganancias que deja el narcotráfico. Juan Pablo Escobar, en su libro, Pablo Escobar, lo que mi padre nunca me contó, relata las grandes cantidades de dinero que una sola de las rutas de narcotráfico generaba para su progenitor, 768 millones de dólares en cinco años. Segundo, se asociaron con políticos corruptos de todas partes del mundo, el propio Escobar compraba cuanto corrupto había en la política colombiana. Tercero, se nutrieron de todo el arsenal del discurso populista para justificar sus crímenes. Finalmente, diseñaron toda una red de ONG para lavar dinero y manipular la opinión pública a su favor. Veamos algunos casos.

La guerra del Agua, conflicto boliviano a inicios del año 2000, aparte de ser el primer globo de ensayo de estos nuevos métodos subversivos, nos mostró que las pandillas de tercera generación están dispuestas a sacrificar vidas de gente inocente con tal de ganar proyección política. Sucede que la muerte de Víctor Hugo Daza y los cientos de heridos de esas jornadas fueron las desgracias perfectas para que algunos personajes ganaran puestos en las esferas de poder, Omar Fernández, por ejemplo, y otros recibieran grandes premios pecuniarios, la Fundación Goldman le entregó 125 mil dólares a Oscar Olivera por todo su operativo terrorista.

¿Qué pasó con los servicios de agua después de abril del 2000? Nada. Bueno, en realidad, las cosas empeoraron. El año 2015, Bolivia fue declarada por la ONU como uno de los países más vulnerables a las consecuencias del calentamiento global de la Tierra, entre ellas, la crisis de agua.

En esa misma línea, el experto en temas de agua, Dirk Hoffmann, en una entrevista al periódico boliviano, El diario, dijo lo siguiente: «Durante 20 años casi no se hizo nada para construir nuevas captaciones de agua, en cambio en ese mismo tiempo la población se duplicó (…). El Gobierno actual hizo muy bien en llevar el suministro a más poblaciones, nadie puede decir que eso está mal, pero no se buscó más agua para atender la demanda creciente».

En síntesis, haber ensangrentado Cochabamba tuvo muy buenos réditos políticos, pero de agua y otros servicios básicos ni hablar. Bruno Fornillo, en su libro: Debatir Bolivia, relata que durante los años 90 se fundaron más de 450 ONG en el país. Casi todas, por no decir todas, se ocuparon de promover los relatos y fantasías de la nueva izquierda. No obstante, se valieron de la etiqueta indigenista para dos cosas: presentar a Evo Morales como un luchador social de la causa indígena, y desestabilizar la democracia boliviana.

Pero el asalto al poder por parte del cocalero y su clan de rufianes fue solamente el inicio. Las ONG siguen impulsando toda clase de tropelías en Bolivia. Por ejemplo, la Agencia técnica de cooperación de España (AECID), que es una de las principales promotoras de la agenda de género en el país desde el año 2010, mercadea el aborto con programas como: El foro Artivismo #SinRiesgo: por el derecho de las mujeres a decidir. Además, es de conocimiento público su apoyo a las pandillas feministas. Es bajo ese paraguas que artistas feministas como: Verónica Pérez, la rapera Imilla MC y Carolina Echevarría ingresan a los colegios a promocionar el aborto «seguro» y «gratuito».

La capacidad de influir en el Estado y en la vida cotidiana de la sociedad de Iberoamérica encaja el accionar de las ONG en una invasión tipo proxy. Volvieron muy rentable el crimen.