Es de Apocalipsis, pero desde la película de Mel Gibson, a mí se me asocia a hoy: «Mira que hago nuevas todas las cosas». La entrega y la sorpresa, lo inesperado para renovar todo. La entrega, hasta el más grueso dolor, el moral unido al físico, como inmensa prueba de amor.
El misterio de la persona de Cristo, humana y divina, que desde el Huerto se abre en canal para que le aprehendamos con todas nuestras fibras. Las farsas de juicio. la tortura. La Via Crucis. La misma cruz. El perdón. La muerte.
Parece que los hombres y mujeres de nuestro tiempo piensan que nada tiene que decirle a su vida la vida de Jesucristo, su mensaje, muerte y resurrección. Su enseñanza. Se les convierte en mitología ajena a su hoy. Reconozco que para mí es incomprensible. La fuerza de la Palabra, la inmensa significatividad de la entrega, del drama final de la vida terrena de Jesucristo, la hondura del mensaje del cristianismo, la presencia profunda del misterio del Espíritu Divino, la clave cosmológica profunda de sentido, el misterio de la vida vuelta en la Resurrección, son gritos enormes de verdad y sentido para el hombre de hoy tanto como para el de ayer o el de mañana. Y me es sorprendente cómo nuestro tiempo está sordo.
Nosotros, voceros, mensajeros, heraldos, algo mal estamos haciendo claro está, pero hay también una ofuscada cerrazón de ceguera, sordera y parálisis en el hoy que no quiere ver, oír ni andar.