Vía Dolorosa

El dolor existe. Es inevitable. Ineludible. Nos pongamos como nos pongamos. No existe una vida sin dolor en algún momento. Podremos preguntarnos por claves teológicas en torno a él —el problema del mal, del egoísmo, de la inconsciencia, del pecado original, de la muerte o del mejor de los mundos posibles—, pero la vida es como es. No como debería ser o como nos gustaría que fuera. Y el dolor es parte de la realidad del mundo que vivimos. Hasta que lleguemos a la presencia de Dios donde ya no habrá llanto ni dolor…

Hay dolores que podrían haber sido evitados. Si hubiéramos actuado de otro modo, pensado de otro modo, dicho de otro modo, quizá no hubieran existido. Hay dolores que, una vez se dan las situaciones que se concatenan para producirlos, es inevitable causarlos. Y aquí hay algo que para muchos nos es difícil asumir: a veces hemos de causar dolor, aunque no queramos, aunque nos resulte intolerable. Buscando —esperamos— un bien mayor, no por afán de dañar —ese no debería caber nunca—, a veces como un médico causa dolor para sanar, el dolor generado busca un bien superior. Pero se sufre al causarlo. Causar dolor genera dolor.

Eso nos lleva a que hay dolores que son causa de bienes. Causarlo y sufrirlo. Y ojalá todos lo fueran. Ojalá al no poder evitar el dolor en este mundo, al menos sacáramos algo bueno de él: un aprendizaje, una enseñanza, mayor humanidad, mayor compasión, mayor conciencia, salir de nosotros mismos, mirarnos con realidad, aceptarnos en nuestra debilidad o impotencia, abrirnos al Único que es ausencia de dolor… Desde luego que no se trata de buscar males para sacar bienes. Bastante se encarga la vida de traérnoslos como para buscarlos a conciencia. No. Ojalá pudiéramos evitar todo cuanto pudiésemos el dolor…

Aunque hay formas de evitar el dolor que en sí nos resultan terribles y nos causan rechazo. ¿Es evitable a toda costa, con todos los medios, sean los que sean, hasta las últimas consecuencias, el dolor? Bueno. Nuestra sensibilidad contemporánea pareciera que así lo entiende —la cuestión de la eutanasia está siempre de actualidad—. Y es comprensible en un mundo que ha hecho de la comodidad y del confort su horizonte vital. Pero ampliando a veces el espectro de la experiencia, no vale todo con tal de mitigar el dolor. A veces al dolor hay que mirarlo cara a cara, abrazarlo, aceptarlo, tratar de superarlo con medios adecuados y prudentes para ello… pues hay otros que no lo son y que nos colocan de frente al dolor.

Quizá la cuestión aquí polémica es que siempre nos vamos a dolores físicos —que son causa de otros dolores ciertamente— y a casos extremos. Pero ya lo dicen de nuevo los médicos: no hay enfermedades sino enfermos. No personalicemos pues. Y miremos más allá del dolor físico. Un duelo por una muerte —con su carga de dolor— no es bueno tratar de evitarlo con drogas o alcohol o huidas. Hay veces, la mayoría, que la única manera de superar el dolor es no tratar de evitarlo.

El dolor, sabiendo que es inevitable en este mundo, debería poder ser una puerta para que nuestra vida se hiciera más de verdad, debería poder ser un camino para que quien somos se purificase de tantas y tantas costras irreales, de tantas y tantas falsedades. El dolor, en definitiva, debería poder ser —ya que es inevitable— una vía de encuentro con Dios.

Vicente Niño
Fr. Vicente Niño Orti, OP. Córdoba 1978. Fraile Sacerdote Dominico. De formación jurista, descubrió su pasión en Dios, la filosofía, la teología y la política. Colabora con Ecclesia, Posmodernia, La Controversia y la Nueva Razón.