Los relatos de soldados coinciden en que el peor momento del combate es justo el momento de tensión antes de que comience la batalla. Algo así es este sábado. Una tensión extraña para quien esperando lo que ha de llegar, sabiendo que el destino de la humanidad, del tiempo, se juega en los próximos días, que recordamos cómo cambió todo cuanto existe, como lo recrearemos y revivificaremos para honrarlo, miramos al mundo y sólo vemos que unas vacaciones de primavera dominan las calles.
Que el mundo vive como si tal cosa. Ciego. Sordo. Inconsciente de que su libertad, su plenitud, su vida misma se jugó —y se juega— sin que ellos lo vean o siquiera lo sepan. Que hacemos memoria de su liberación. Y el mundo lo ha olvidado.
Pero aún hay una resistencia que sigue, como en las catacumbas del espíritu, teniendo claro qué se celebra estos días. Qué hay tras procesiones, primaveras, bandas, días vacantes, brillos, lágrimas, risas y emociones.