Nunca dejes de escribir

Cuando Magnífico Margarito, ahora José Peláez, columnista de ABC y miembro de la tertulia de Los Porritas me envió dos mensajes de audio por WhatsApp yo estaba en la biblioteca de la Facultad de Derecho matando moscas con los apuntes y apretaba el calor. El calor apremiante de los cuatrimestres mal gestionados. Me comprimió en aquellas notas de voz nociones de técnica y estilo entre las que destacaba frente al resto una idea constante: «Nunca dejes de escribir, escribe todos los días. Cómo sea y de lo que sea, pero no dejes de escribir».

Pese a que los audios se perdieron con un móvil que murió el mismo verano, lo importante caló, se apuntó. La teoría por lo menos, la teoría siempre subyace. No me puse a escribir todos los días ni siquiera lo intenté de manera semanal. Tardé casi un par de años en abrir un blog personal y ponerlo en funcionamiento —y de aquella manera—, prorrogándome otro año más en acabar cuidando y actualizando la página de una manera más sería y diligente. Por entonces, cuando las moscas y los exámenes, y sin saber el motivo exacto, formaba parte de un grupo de WhatsApp muy gamberro que respondía al nombre de Los Porritas. A mí me metió Manolo Sampalo, y estaba formado por nombres de la talla de Chapu Apaolaza, Jesús Nieto Jurado, Guillermo Garabito, Marcos Ondarra o Magnífico Margarito. Cruzabas audios volviendo a casa de fiesta y te felicitabas la Navidad con los mismos que la mañana siguiente te encontrabas, tan serios y puestos, en las contraportadas de los principales diarios de tirada nacional.

En aquel descalzaperros entramos como prebenjamines a desordenar la mesa de los mayores Jaime Clemente, Pablo Mariñoso y el que aquí suscribe. Chavales que acabamos reunidos en un mismo foro por el gusto a la prosa, la escritura y a las cosas buenas de la vida pasando por el filtro de las dos anteriores. Aquello duró lo que duró, pero fue divertidísimo. Luego cada uno siguió dándole al tema a su aire y medio moviéndose por nuestro campo de batalla personal, los arrabales de las redes sociales. En Twitter en particular, y en mayor medida los últimos años, se mueve un ambientillo, lo mismo una generación, muy dado a la escritura, la lectura y la apreciación cultural en tendencias similares: escuchar a los cowboys, fotografiar vermús a mediodía, sobrevalorar La Gran Belleza o formar parte de un club de lectura oficioso que esconde tras él una especie de Tinder. Un Tinder que lee a Sara Mesa.

Somos muchos los que escribimos o leemos a los que escriben —en el mismo registro— por esta red, la realidad es que hay mucho nivel, y es curioso como hablando entre unos y otros, algunos ya amigos a cara descubierta, acabamos conviniendo en que al final, en esto, nos vamos conociendo todos. Hace unos días, cenando un forro a la brasa en Quintanar del Rey y tras encajar un gol el Atlético de Madrid, Pablo Mariñoso, porrita, como diría Luis Alberto de un pilarista, y como ya hizo Peláez en su momento, me escribió un par de mensajes al móvil. Mensajes que me transportan de manera directa a estas páginas, a presentarme en ellas y a empezar a pedir disculpas por adelantado de todo aquello que pueda liar a partir de este momento.

Desde la aplicación de notas del móvil, metido con el coche en un carga y descarga al lado del Mercadona —dicen que se torea como se es— voy rematando este texto con una leve sonrisa en la cara. Nunca dejes de escribir, sentó el columnista veinte veces, y aunque en su momento no le hice ni caso cada vez lo recuerdo más. Hoy, bien hallado en esta casa, empiezo a honrar sus consejos. En mi cabeza por lo menos suena espectacular.