Nuestro Dunkerque

Una de las cosas admirables del pueblo británico (que también tiene sus pasajes ominosos) es cómo cuenta y sabe recordar su historia. Para encontrar lo heroico no necesita remontarse a los albores de la Humanidad, ni tiene que echar mano de leyendas. Acude a sus tiempos recientes y de allí brota un orgullo legítimo que graba a fuego el keep calm and carry on.

Situémonos en Dunkerque (Francia) a finales del mes de mayo de 1940. Las tropas aliadas están rodeadas por el ejército alemán. La situación es crítica. El almirante Bertram Home Ramsay y el comandante en jefe de la Fuerza Expedicionaria Británica, John Gort, planifican una evacuación militar a gran escala: la llamada Operación Dinamo, que iba a exigir la colaboración entre la Royal Navy y la población civil. Como los buques de la Armada sólo podrían evacuar a 45.000 hombres antes de que los alemanes rompieran las líneas defensivas aliadas, era necesario que el pueblo británico acudiera en defensa de sus soldados. Y lo hizo.

Las compañías navieras proporcionaron inmediatamente 250 buques, al tiempo que 850 barcos pequeños (pesqueros y embarcaciones de recreo, todos sin armamento) se prestaron a participar en la operación. Y fueron, además, estos barcos pequeños los que asumieron la tarea más peligrosa: cruzar el Canal de la Mancha bajo un cielo plagado de Stukas y Messerschmits que disparaban sin cesar contra los botes de rescate, para luego, ya en Dunkerque, trasladar a los soldados desde las playas hasta los destructores que se encontraban a mayor distancia de la costa.

Cuando los cientos de embarcaciones llegaron a Dunkerque, contemplaron una escena dantesca: bajo un nube de humo negro (que procedía de las refinerías de petróleo, incendiadas por los británicos para así entorpecer la visibilidad de los aviones de la Lutfwaffe), un mar aún frío (12ºC) repleto de cadáveres y heridos. Sabemos, no obstante, que la historia acaba bien: 330.000 soldados puestos milagrosamente a salvo. El lector interesado puede ver la película de Cristopher Nolan del año 2017. También puede leer ese discurso memorable de Churchill del día 4 de junio de 1940, en el que cita, con emoción, los versos de Tennyson («Cuando cada mañana traía una noble ocasión / Y cada ocasión traía un noble caballero») para homenajear la valentía de sus compatriotas.

Me acordaba ayer de esta gran gesta de la población civil cuando veía hileras de valencianos portando escobas y bidones de agua, camino a todo cuanto ha destrozado la gota fría. Cruzaban su Canal de la Mancha bajo el constante fuego enemigo (la torpeza de las autoridades) y con un coraje que a todos nos admira y enorgullece. Su único armamento —el más efectivo— era el espíritu de servicio, la generosidad sin tasa, la falta de cálculo, la entrega a los demás. Y, al llegar, sentirían el espanto oculto de los cuerpos sumergidos, y la presencia mortal del barro y la destrucción.

Repito aquí lo que ya ha dicho Salvador Otamendi: en ellos tenemos nuestro Dunkerque.

Alfonso Paredes
Abogado en ejercicio. Casado y padre de cinco hijos. Máster en matrimonio y familia (Universidad de Navarra). Autor de 'El señor Marbury' (Homo Legens, 2020) y de 'Sonata en yo menor' (Monóculo, 2022).