Acaba 2021 como si no hubiese comenzado. El año con más aire a trámite de nuestras vidas ha sido, más que uno nuevo, la continuación de 2020. Como si aquel mes de marzo se hubiese iniciado un periodo que aún perdura. Una época para la que poco importan el tiempo y el espacio, porque cada día es igual que el anterior y porque, por mucho que miremos al calendario, desconocemos cuándo acabará.

Para quien quiere ver, este año ha supuesto una sucesión constante de revelaciones. O una gran revelación. La mayoría de nuestros semejantes han demostrado ser perfectos habitantes de la tiranía. Precisamente los mismos que abusan de aquello de «en pleno siglo XXI» para justificar caprichos casi siempre contrarios a la dignidad del ser humano han confirmado que se desenvuelven con más agilidad como súbditos que como ciudadanos. A fuerza de no entender su individualidad han acabado por ser despojados de su condición de persona.

Asistimos, no atónitos, pero sí inermes, a la asfixiante imposición de una sociedad global de control que no perdona al infiel del credo que sustenta su implantación. Un mundo que condena y señala al pecador, mientras ensalza el pecado como valor supremo ante el que, cuando menos, las nuevas formas aconsejan encogerse de hombros. Lo ve quien quiere ver, tanto como lo ven esos malos —un término útil por simple— de los que sabemos que no son tan listos como nos contó Hollywood. Ni tan elegantes ni melómanos ni viven rodeados de hermosas mujeres. Los malos son tan cutres que pudiendo disfrutar de los placeres de este mundo, optan por joderle la vida a sus semejantes. Benditos malos, que nos enseñan que ni toda la riqueza material es suficiente para vivir reconciliado con la Verdad y en paz con uno mismo.

Lo que está por venir seguramente no será más agradable que 2021, al menos por ahora. Pero estará en nuestra mano no dar por normal la sinrazón que nos rodea. En adelante, la estructura de miedo que, informativo a informativo, han instalado en las mentes de los súbditos irá vaciándose de virus para ir siendo ocupada por una nueva amenaza: los demás. Los no vacunados, los que no cuidan el planeta, los racistas… No es pesimismo, sino todo lo contrario. Sabemos que al final ­—al final del todo y también dentro de no tanto— triunfará el Bien, por lo que toda aceleración del mal es una anticipación de la Victoria. Su desesperación es una derrota. Una muestra de la conciencia de perdedores de los malos. Lo saben mejor que nosotros, porque, aunque no sean brillantes ni elegantes ni melómanos ni vivan rodeados de hermosas mujeres, aún siguen algunos pasos por delante de nosotros.

Vivimos tiempos de revelación y de gracias abundantes, dignos de ser vividos con la alegría y el regocijo de ser conscientes de nuestra naturaleza. Que no es poco.

¡Feliz y, sobre todo, normal 2022!