No vuelva usted mañana

Durante la pandemia, me dirigí al Ayuntamiento para interesarme por un asunto. Me dieron cita telefónica para unos días después. Con puntualidad suiza, llamé al Ayuntamiento el día que me correspondía. Me atendió un funcionario con voz metálica. Le empecé a explicar el motivo de mi llamada, que era una licencia urbanística. Pero al punto me ordenó parar. «No, no: esta cita no es para que usted me cuente el asunto. Es para que yo le dé cita para que otro día hable con uno de los funcionarios que se encarga de esas cuestiones». Cautivo y desarmado, no tuve más remedio que asumir la situación y tome nota de la «recita». Con todo, me entristeció comprobar que el Consistorio se había convertido en una casa de citas.

Cierto es que, en aquellos meses confusos, proliferó lo raro y tendimos a disculparlo casi todo. Vale. Pero lo que entonces pudo tolerarse, ahora se ha convertido ya en una coña marinera. Me refiero al trato que se le dispensa muchas veces al ciudadano que franquea la puerta de ciertos organismos. En el mundo jurídico se conoce como «huida del Derecho Administrativo» al conjunto de triquiñuelas con el que la Administración trata de burlar los controles, tratando así de acomodar su actuación a los cauces más ágiles del derecho privado. Pero ahora el fenómeno ha ido mucho más allá: es la huida de la Administración misma.

No exagero. Hace unos días intenté acceder a las dependencias de la Agencia Tributaria para hacer una consulta. No lo conseguí. Un primer guardia de seguridad me preguntó cuál era el motivo de mi visita. Se lo dije, y como ese guardia sabía de derecho tributario lo mismo que yo (poco más que nada), decidió preguntarle a un compañero. El segundo guardia (que tampoco era, claro, experto en tributos) me aconsejó, con tanta educación como falta de certeza, que probara a pedir cita por Internet para «censos». Puse cara de cordero degollado y, con la más tierna de mis miradas, le supliqué que me dejara poner un pie en aquellas oficinas y preguntarle a un funcionario de la cosa, para luego pedir la cita a tiro fijo. Pero no. No fue posible. Sin cita no hay paraíso.

Por otra parte, en el caso improbable de que, tras haber superado un dédalo de citas, recitas y metacitas, el ciudadano llegue a consultar cara a cara con un funcionario, el éxito no estará asegurado. Ahora suelen atenderle a uno a través de una mampara acristalada que, en la mejor de las hipótesis, tiene un ventanuco por el que acaso podría deslizarse un documento. Quizá la mampara tuviera en su día una función profiláctica. Pero ahora sólo sirve para crear una distancia mayor entre la Administración y el administrado. En tiempos de Larra, al menos las gestiones terminaban con un «vuelva usted mañana». En esta época, al otro de la mampara se intuye otra respuesta: «No debió venir hoy, y no vuelva mañana».

Alfonso Paredes
Abogado en ejercicio. Casado y padre de cinco hijos. Máster en matrimonio y familia (Universidad de Navarra). Autor de 'El señor Marbury' (Homo Legens, 2020) y de 'Sonata en yo menor' (Monóculo, 2022).