Si bien en las ediciones anteriores he estado enfrascado con análisis y críticas a políticas que rayan especialmente aspectos económicos (ya sean de oferta, consumidores, impuestos, etc.), no quería dejar pasar la oportunidad de discutir o reflexionar sobre la base en la que se apoyan las sociedades y que vertebra al hombre. Ésta es la familia, la cual es un elemento antropológicamente esencial en el desarrollo vital al ser también moldeadora no solo de los valores, principios y fines con los que el ser humano se asome a la sociedad y al futuro; sino que también edifica el temperamento que inherentemente definirá los rasgos más profundos de nuestra personalidad y nuestra relación con la sociedad, llegando a configurarnos incluso psicológicamente. Además, también puede ser una de las vías que ayuden a limar las asperezas del carácter que en un momento determinado podamos atesorar. Al final, una familia es esfuerzo, sacrificio y por ello un camino a la perfección y, en mi caso que tengo la suerte de haber alimentado en mi interior la Fe del catolicismo, es un camino cuyo final está en las lindes de los Cielos, de la Vida Eterna.

Más allá de tener un ánimo sermoneador hablando de dogmas, labor que dejo a sacerdotes y consagrados mucho mejor entendidos que yo en los misterios de la vida, pretendo que esta semana pongamos el foco en la familia y la Agenda 2030. Es decir, ver qué está pasando en Occidente y porqué estamos sumidos en una crisis social, demográfica y antropológica que arroja cifras desoladoras. A la tragedia del aborto se le une una contemporánea, pero más silenciosa al no ser tan gráfica como la muerte de un embrión en el útero materno. Vemos que la institución que más defunciones sufre anualmente es precisamente ésta, la familia. De cada cien nuevos matrimonios, cerca de sesenta acaban divorciándose. ¿Qué está pasando?

El género y la igualdad

El Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 es la igualdad de género. En el preámbulo que hay antes de describir los propósitos y datos que lo justifican, vemos que se resume en lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas. Es una casuística tan amplia y compleja, con tantas esquinas y recovecos como los propios que tiene el ser humano. Es una cuestión difícil de abordar ya que se suma el riesgo de que pueda parecer erróneamente estar contra uno u otro sexo. Nada más lejos de la realidad, desmontar los mitos entorno al Ministerio de Igualdad tiene como fin último lograr el respeto e igualdad tanto hacia la mujer como hacia el hombre. Por ello, pese a ser un tema escabroso que fácilmente pueda causar despechos y enojos, me aventuraré a decir porqué es la pretendida igualdad de género el mayor enemigo para la sociedad (y la familia) como tal.

Desde el Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030 se denuncia que el 58% del paro registrado en España tiene el sello femenino, que la diferencia salarial media entre hombres y mujeres es de casi 6.000 euros anuales o que el 75% de las personas con trabajo a tiempo parcial son mujeres. También expone que solo el 28% de las mujeres realizan carreras tecnológicas y el 7% ingenierías. Después también denuncia que las mujeres destinan más del doble del tiempo que los hombres a tareas vinculadas con el hogar y la familia, dejando aquí entrever un mensaje peyorativo como si acaso invertir tiempo en labores domésticas fuera algo negativo. Se ve que la generosidad del esfuerzo no está de moda.

Parece ser que el culpable es el patriarcado, ese ente efímero contra el que descargar frustraciones y rabietas, siendo una suerte de personaje contra el que vociferar, arrojar la ira y al que declarar enemigo público número uno. El patriarcado juega un papel como el de Emmanuel Goldstein en la novela 1984 de Orwell, aquella figura que simbolizaba el mal para los miembros del Partido. Y la familia tradicional, la que ha vertebrado la Historia y las civilizaciones de Occidente, juega este papel distópico en el credo del feminismo globalista que, lejos de aspirar a limar diferencias entre hombres y mujeres tomando como base la dignidad humana; lo que pretende y consigue es ver al sexo masculino como el sexo opuesto, como el enemigo. Los hombres que no aceptamos deconstruirnos y abrazar nuevas masculinidades (ser sumisos con lo que nos digan los profetas sexualistas) conformamos una caverna patriarcal que se erige como la diana a la que disparar, la perversión que hay que erradicar en el puritanismo feminista. Lejos de defender la unidad familiar y ensalzar los valores que ayuden a reforzar sus vínculos, lo que se hace es dinamitarla al poner el foco en las diferencias que inevitablemente los dos sexos vamos a tener.

Consecuentemente, se levantan mitos y se buscan justificaciones que mantengan un relato que en España cuesta 500 millones de euros para dar trabajo a todo un ministerio que acaba siendo una mezcla de secta y oficina de empleo ideológica. Además, insisten y nos avasallan (desde los medios de comunicación también) imponiendo un lenguaje que solamente atienda a la igualdad de género y no de sexos. Buscar la igualdad de sexos es dejar fuera a los géneros que desde organismos internacionales y demás lobbies afincados en Bruselas y Estados Unidos se promulgan. Un hombre puede ser mujer si así lo considera, pese a que la realidad biológica, anatómica y metafísica sea diferente. Sin embargo, este es otro tema que abordar y no creo que pueda acotarse en un solo artículo.

Regresando a la pretendida igualdad de género, sería de justicia atender también a los datos en los que los hombres salen perdiendo para entender que los dos sexos sufren males diferentes y no por ello es cuestión de trasladar confrontaciones ideológicas al seno de las relaciones humanas más íntimas, como puedan ser las conyugales o familiares. Si atendemos a los suicidios, vemos que desde el 2017 se han producido en España un total de 14.830 suicidios de los cuales el 74,48% fueron varones. Igualmente, si nos centramos en las personas que tristemente no disponen de un techo bajo el que cobijarse y viven en la calle, encontramos que, de los cerca de 23.000 españoles en esta situación, más del 80% son varones. Si miramos las defunciones por accidentes laborales, hallamos que entre los años 2014 a 2018 fueron 2.315 hombres los fallecidos frente a 133 mujeres. Es decir, un 94,56% de las víctimas.

Los datos expuestos anteriormente solo pretenden reflejar que cada sexo enfrenta adversidades de diferente cariz, y no por ello hay que desmerecer a uno para victimizar al otro y sembrar la discordia intrafamiliar. Tal vez esta sea la desgracia que hunde a Occidente y evita que se reconcilie consigo mismo. Son las diferencias las que marcan el día a día, las que ensalzan y denuncian los peores agoreros de cada localidad. Son las diferencias las que hacen que miremos con el ceño fruncido al vecino en lugar de tener la expresión relajada, amigable y predispuesta no al sesudo debate sino a la amena charla, que es la única de edificar amistades y sembrar la confianza que nos falta hoy para mirar al prójimo. O tal vez la desgracia que atormenta a este lado del mundo es justamente que ideologizar todo hace que nuestros ojos no quieran contemplar la llanura de la realidad y perviertan nuestra visión llenando el campo de cizaña y pedregales en los que no pueda germinar ni una sola buena relación.

De la división a la unión

Siempre nos decían «divide y vencerás», pero me sumo más a la cita de «la unión hace la fuerza» porque creo firmemente que haciendo espaldas con tu futura mujer o marido podremos cultivar varones recios y mujeres generosas. Precisamente el varón pierde reciedumbre y de la mujer se intenta hacer que tenga menos ganas de dar (y viceversa). Tal vez eso explique que muchas parejas y matrimonios prefieran la compañía de un gato, perro u otra mascota antes que la de un hijo. Una falta de reciedumbre para afrontar las dificultades unida a un creciente egoísmo que nos hace pensar que el éxito es trabajar en la última planta del rascacielos más alto, creyendo falsamente que a esa altura el mundo está a nuestros pies. También hacernos creer que los momentos aciagos se pasan yendo al último garito de moda, apretarnos un par de whiskies y desahogar nuestras frustraciones recurriendo a la pornografía, la prostitución o el satisfayer. Quién sabe si estando unidos tuviésemos la fuerza para afrontar los problemas de frente y no recurrir a fórmulas que lejos de resolverlos, los maquillan. Y ese egoísmo y falta de fuerza dinamitan tanto al hombre como a la mujer, quienes en última instancia encuentran sin sentido tanto la virilidad como la feminidad. Incluso esa misma vida que transcurre en los huecos que hallamos entre ocio y trabajo parece angustiarnos.

Este resumen no es más que una serie de párrafos pobres que aspiran a hacer una rápida radiografía a las causas que subyacen en última instancia cuando contemplamos la tasa de divorcios, abortos y suicidios que hay. Las ideologías sembradas en el seno de la sociedad están propiciando su fragmentación, diluyéndola y haciendo que muera no tanto por un golpe fatal sino porque la podredumbre ideológica en última instancia lleva a ver cada vez más enemigos y gente en la que no confiar, empezando por las familias. Además, también se ha extendido la creencia popular de que el matrimonio es el cuento de princesas en el que se casa la susodicha e inmediatamente después se corta la trama con un «fueron felices y comieron perdices». Sin embargo, lo que jamás contaron es que la felicidad no es la alegría, no es una emoción. Es un estado que también comprende de asperezas y dificultades, amargura y desencuentros. Quién sabe si el primer paso para subvertir la tendencia de destrucción familiar que tenemos empieza por esto mismo, reconocer que el matrimonio no es sólo lo dulce sino también lo amargo. Y ahí es donde tanto la reciedumbre como la generosidad brillan para apuntalar cada viga que conforma la familia.

El futuro pasa por la familia

La demografía está a la baja y tener un hijo se ve como un incordio si aceptamos ponernos las lentes de las ideologías y de la Posmodernidad. Sin embargo, usando estas gafas vemos que el individuo cada vez está más aislado viviendo su historia y poco más le importa. En un terreno donde abunda la indiferencia escasea el amor. Si en Europa estamos ante un claro retroceso tal vez sea precisamente porque hemos dejado de amar al prójimo para complacernos a nosotros mismos. Sin embargo, la evidencia nos devuelve a la realidad y contemplamos cómo una sociedad sin familias es una sociedad sin futuro. Por eso mismo, no dudemos en ser generosos y recios en tiempos difíciles, no tengamos reparo en dar y amar. Nuestros hijos, con el tiempo, lo agradecerán.

A pesar de los embates televisivos y sectarios, jamás olvidemos que en un hogar donde reina el amor no hay ni feminismo que fomentar ni machismo que combatir.