Sentado y disfrutando del poco tiempo libre que me queda, no puedo evitar reflexionar sobre los acontecimientos que se vienen dando. El escenario caótico desatado por la pandemia ha dado pie a que se sucedan eventos políticos a una velocidad que apenas si nos da tiempo a procesar y contextualizar en el tiempo. La única respuesta posible del ciudadano, desprovisto de todo poder y cada vez con derechos más mermados, queda reducida a un rebelde post de Facebook o tuit para desahogar la rabia e impotencia con la que acude al espectáculo.
Nos asomamos a las pantallas y vemos una oleada de noticias contradictorias de las que como mucho vamos a quedarnos con el titular que más nos dé la razón a las ideas preconcebidas con las que acudimos ávidos de información a nuestros móviles u ordenadores. Como resultado, tenemos una sociedad que vive permanentemente confusa y, sobre todo, distraída. Tal vez sea este el preámbulo de lo que el Deutsche Bank bautizaba como la Era del Desorden o la Era del Caos. El tiempo dirá si los analistas del banco de inversión tienen mayor o menor acierto en su pronóstico, pero ya hay indicios de que vendrán años que a nivel socioeconómico se van a traducir en cambios que harán que el mundo que vivíamos no vuelva, no hay voluntad para regresar a la normalidad como podemos ver con el sabotaje que nuevamente sufre algo tan bello y sacro como es la Navidad. Los agentes económicos internacionales quieren seguir catalizando tendencias que van a hacer que la sociedad del mañana sea irreconocible comparada con la del hoy y del ayer. Buena prueba de ello es lo que públicamente denominan como El Gran Reseteo acordado en Davos, en el Foro Económico Mundial, con la excusa de la pandemia y que tras casi dos años de su publicación sigue vigente, con gran desvergüenza.
En el siguiente enlace podrá el lector consultar las líneas estratégicas para desarrollar el mundo tras la pandemia del COVID-19, dejando de lado la celebérrima Agenda 2030. Uno de los bloques temáticos es Rediseñar contratos sociales, habilidades y trabajos. Esto no es un objetivo concreto que aparezca reflejado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible al que dedicamos esta sección, si bien es verdad que señala una tendencia para la cual debemos estar preparados porque es altamente probable que termine por llegar. De hecho, parte de la presión social que los colectivos van a realizar esta década está dirigida a hacer Ley Suprema los estándares definidos por lobbies como la Open Society Foundation de la que tanto se ha hablado. Pero para poder analizar el problema debemos remontarnos a los fundamentos para darle algo de perspectiva y así espero que también el lector comprenda el motivo de mi alerta.
El contrato social de Rousseau sienta los principios del derecho político que rige a los sistemas liberales, defendiendo la existencia de un contrato implícito en la sociedad por el que se renuncia a cierta libertad disponible en el estado de la naturaleza para así conquistar derechos por todos respetados. Es decir, sienta las bases de las constituciones que han sido fundamento de convivencia en los sistemas occidentales desde el siglo XIX. Esas mismas bases son las que desde Davos se ha decidido que deben ser rediseñadas a raíz de la crisis desatada por la pandemia. Podríamos decir que el coronavirus se convirtió en la excusa para subvertir el mundo tal y como lo conocemos para dejarlo según estiman desde las altas esferas que debe quedar.
Un nuevo contrato social
Juntando piezas del puzle, debemos estar preparados para el futuro que poco a poco vemos cómo nos llega. Cada día es más probable que empecemos a vivir una oleada reformista en los sistemas legales durante los próximos años. En Chile, hace más de un año, votó casi el 80% de la población que se redacte una nueva constitución, acabando con la de Pinochet, para elaborar una nueva desde cero, teniendo en cuenta a los agentes sociales de la actualidad que tanto ha parasitado el globalismo. Hay que recordar que este cambio constituyente viene precedido por unas «espontáneas y casuales» manifestaciones estudiantiles iniciadas por chicas de institutos, siendo el movimiento feminista el impulsor del proceso reformista. El último capítulo de la saga andina termina con Gabriel Boric como presidente del país, encarnando él la nueva izquierda que aspira a reformar las constituciones de la Hispanidad.
A este hecho hay que sumarle el apoyo demócrata que desde la administración de Biden llega, con los hilos de poder que el país norteamericano tiene en Iberoamérica. De esta manera nos encontramos ante el riesgo inminente de que se materialice que estos movimientos sociales soliciten constituciones más «feministas», «igualitarias», «demócratas», etc. Todo ello bajo el espíritu de la Libertad, Igualdad y Fraternidad que la Revolución (masónica) Francesa trajo consigo. Hace unos años vivimos la llamada «primavera árabe» impulsada por la administración Obama cuyo único resultado fue desestabilizar Oriente Medio y forzar la inmigración masiva a Europa. Con la dupla que forman Sleepy Joe Biden y Kamala Harris es bastante plausible estar ante un inminente movimiento reformista que secuestraría a los países hispanoamericanos bajo los chantajes ideológicos que el Posmodernismo trae consigo. De la mano del globalismo vendrá la promulgación del —mal llamado— progresismo como norma suprema y triunfos como el de Boric, con Chile esperando una nueva constitución, nos acerca peligrosamente a esta distopía en la que una ideología domine la ley para convertir a los ciudadanos en sus súbditos.
Abandono del Derecho Natural
La realidad sociológica que vivimos en Occidente respecto al Derecho es el iuspositivismo. Es decir, el ciudadano obedece la ley por ser ley, no por ser justa como podemos ver día sí y día también con los disparates coronavíricos. Se produce una separación absoluta de la moral y la ley, por no hablar del sentido común, de manera que hay actos que aun siendo moralmente deplorables veremos que se deben aceptar porque lo dice la ley. El resultado pudiera ser incluso, en el peor de los casos, que obrar moralmente estuviera prohibido. Actualmente hemos conseguido que en España se adopte el apartheid sanitario y la sociedad lo acepte, pese a atentar contra todo atisbo de ética y de moral. Esa es la trampa de las leyes hoy día, que se presuponen buenas y justas y se toman como excusa para obedecer y cumplir cualquier barbarie. Como el ser humano adolece de memoria, se autocondena a repetir la historia y a no aprender nunca de ella.
Con esta renuncia a la validez del Derecho Natural, se pone a la Constitución por encima de Dios, de la Verdad, dejando la moral y la justicia en un segundo plano. Esa es la trampa de Hans Kelsen al elaborar en su obra la jerarquía de las leyes y poner a la Constitución como máximo ente del sistema jurídico: por encima de Dios está la ley. Por eso, la consagración de estos principios progresistas que quiere traer consigo el Gran Reseteo antes mencionado, va a traducirse en un sometimiento legal de la población a los nuevos parámetros que traigan las futuras constituciones que deben ser rediseñadas en la Era del Desorden —o del Caos— que vivimos. De esta manera los delitos de odio quedarían como un nimio precedente de lo que se venía al verse amenazada la libertad de disentir ante las ideas globalistas que desde Davos se disparan. Y en España no debemos olvidar que el PSOE, partido del gobierno, ha creado dentro de su partido la Secretaría de Reforma Constitucional y Nuevos Derechos, lo cual supone toda una declaración de intenciones.
Si a ello le sumamos el apoyo explícito de la ONU y demás contubernios globalistas, podríamos estar viviendo el prólogo de cómo la ideología de género y el laicismo se convierten en Carta Magna, dejándonos a los católicos con menos lugar —si cabe— en la vida pública. Gracias a Dios, cada vez son más las voces que se alzan y capitanes los que presentan batalla, como demostró antaño valientemente el Arzobispo Vigano y la aparición de medios y periodistas alternativos que pretenden evitar esta debacle y sometimiento absoluto al mal.
Hacia la peor dictadura
Se acaba 2021 y la demencia de esta década parece que quiere ser una constante, dejando a la sociedad irreconocible, si bien tal vez sus males reales se están manifestando ahora, una vez que la sinarquía se ha quitado la careta. Los cambios que ha prometido para nuestra época continúan y no va a dejar de pisar el acelerador en esta dirección. La sociedad acabará demandando, abrazando y viendo como bueno todo lo que tenga respaldo mediático. Cuando el progresismo sea la ley que rija las relaciones y la convivencia en los países de Occidente, el ciudadano medio no tendrá otra que aplaudir y sonreír. La peor dictadura es la que se desea, la que te hace creer que eres uno más dentro de un mundo feliz. Por eso, para evitar caer en el engaño persuasivo que los medios arrastran consigo, no tengamos miedo en ser radicalmente diferentes a lo que ellos quieren. Si los tentáculos de los que se valen para alcanzar a todas las mentes son las televisiones y radios, no titubeemos a ser incluso capaces de renunciar a la caja tonta y sus derivados.
Salvaguardar esta independencia de la consciencia se torna fundamental para poder mantener la lógica y el sentido común, ese mismo que nos hace ver que el apartheid sanitario es una barbarie o que el relato de la pandemia flojea y pierde credibilidad. La razón termina por ser la última arma de la que disponemos para combatir al leviatán que aspira a dominarnos incluso mentalmente. Y el momento es ahora.