Esta semana pudimos ver cómo unos menores sufren la abyección de una sociedad que al estar por completo politizada está por completo corrupta. Darle a cada hecho su visión ideológica solo redunda en deterioro de los ciudadanos, perjudicando al hombre al apartar su mirada de la metafísica de los hechos. Es decir, si observamos la realidad del día a día con las gafas de las ideologías solamente podremos ver una imagen sesgada que aleje nuestro juicio del ser de las cosas, de los sucesos en sí.

Empecé a ser consciente de esta depravación de las conciencias el día que fui junto a la Asociación Víctimas del Terrorismo a Mondragón para evitar que se realizase un homenaje a Henri Parot, quien acabó directamente con cerca de cuarenta personas impulsado por sus ideas independentistas. En juicio, además se le imputó en cargos criminales un total de 82 delitos de asesinatos. Acudimos a la concentración la asociación Resiste España y el único partido que quiso sumarse a desmantelar el homenaje civil que se le pretendía dar, que en este caso era Vox. Lejos de buscar ciertos fines políticos, consideré oportuno y necesario plantar cara ante la desfachatez de aplaudir a quien no se arrepentía de tener sus manos manchadas de sangre de civiles, incluso de los más pequeños, ya que parte de sus víctimas fueron niños.

Al llegar a la localidad de Vascongadas un perímetro policial nos protegió y acompañó hasta el centro del municipio. Aunque ciertos medios trataron de reflejar que hubo enfrentamientos y peleas, la realidad fue que cerca de doscientos individuos merodeaban la plaza donde se hizo el homenaje a las víctimas del genocida vasco. Con el ambiente caldeado, empezaron a arrojar piedras y objetos —como una llave inglesa— contra los que estábamos allí presentes, quién sabe si movidos por el odio o la repulsa hacia el partido de derecha y las banderas nacionales que acompañaban al acto. Queriendo evitar la zafiedad de rendir honores a un asesino sistemático, me vi sorprendido ante la reacción de individuos que cegados por la política y la ideología no querían entender que, con independencia del partido o ideal al que uno se adscriba, hay hechos que son objetivamente malignos porque su esencia radica en la barbarie. En este caso, a un asesino se le puede dar el perdón si muestra arrepentimiento —en este caso no era así. De ahí a tratarlo como héroe de guerra hay una distancia insalvable que atenta incluso contra la propia moral de los actos que lo llevaron a la cárcel. La politización absoluta que vivimos lleva a esto: algo estará mejor o peor si el sujeto que lo realiza se encuentra dentro de mi espectro ideológico. Y esto, además de triste, es tan peligroso como desalentador.

Esta desazón vuelvo a experimentarla al acudir al caso reciente del interminable capítulo de Juana Rivas y sus hijos. Particularmente, el juez que lleva esta historia tan vergonzosa determinó que negaba la libertad recibida por la madre tras el indulto del gobierno. El motivo se debe a que uno de los hijos habría sufrido abusos sexuales estando bajo la custodia de la madre. Así se concluye tras una serie de informes forenses, análisis realizados tanto por el pediatra como por los médicos del Hospital Materno Infantil e imágenes aportadas previa alerta del colegio del menor. Conforme se va ahondando en esta historia tan turbia vamos conociendo cómo el Gobierno de Pedro Sánchez, pese a los esfuerzos del juzgado, desoyó y desatendió las pruebas aportadas para así seguir hacia adelante con el indulto de Juan Rivas, quien el feminismo clientelar que pende del Ministerio de Igualdad ya se había encargado de convertirla en mito y heroína popular.

Una vez aportadas las pruebas que desmontan esa fachada ideológica tras la que se ha escudado la madre, la reacción no ha sido atender a los hechos y las pruebas. Ni siquiera querer atenerse a los informes, imágenes y demás pruebas aportadas que denotan la abyecta violencia sufrida por el menor bajo el cuidado de la madre. Lejos de ello, la doctrina ideológica progresista había determinado hace mucho tiempo ya que nos encontramos en un sistema de justicia patriarcal y machista, desmereciendo a los cientos de profesionales de la carrera judicial al señalarlos por no dictar las sentencias que se alineen con los postulados de esta nueva ideología social, que es tan difusa e inconsistente como agresiva. Por ello, la izquierda del país ha optado por volver a atacar al poder judicial. En este caso, al juez Piñar por algo tan simplón e inocente como colgar en sus redes sociales ciertas noticias o memes contrarios a los postulados progresistas. Podemos apreciar cómo hemos llegado a un punto en el que no importa el qué sino el quién, recayendo en los horrores del sectarismo que tanto daño hicieron antaño en los años 30 a España.

El Objetivo de Desarrollo Sostenible 16 de la Agenda 2030, a la que se le dedica tanto un ministerio como una vicepresidencia, versa sobre la paz, la justicia y lograr unas instituciones sólidas. Este objetivo se apoya en dos datos, entre otros tantos, en los que centro la atención: la cifra de niños entre 0 y 13 años víctimas de malos tratos en el ámbito familiar ha pasado de 13,53% en 2010 a 26,16% en 2016. El segundo, más que un dato es una aseveración que versa así: «Entre las instituciones más afectadas por la corrupción se encuentran el poder judicial y la policía». Por un lado, tenemos el hecho de que la violencia en menores aumenta, como el caso de Juana Rivas, y por el otro vemos una acusación implícita de corrupción a los jueces, si bien no tiene lugar aseverar esto en España. Por último, este ODS también emula una frase en la que lejos de aportar datos, asegura que el Estado de Derecho ayuda al desarrollo. Sin embargo, yo me cuestiono qué estado será este en un país en el que la visceralidad ideológica se descarga contra particulares como son los jueces por no comulgar con las premisas e intereses de los partidos políticos de turno.

Si bien el caso del juez Piñar, quien ha tenido que sufrir en los últimos días el acoso e invasión de su intimidad por parte de las hordas y caciques progresistas, es el último y más reciente de ataque al poder judicial; también tenemos otros ejemplos que han sido vergonzosos. Véase lo sufrido por el juez Llarena al aplicar la ley frente al separatismo o por la juez Ayala al destapar la corrupción asociada a los ERE en Andalucía. Este ODS parece ser que es más bien una alegoría, una ficción que la partitocracia no quiere realmente que se dé. Probablemente sea porque el juez puede llegar a ser el último dique de contención ante la tiranía que ejercen los partidos, empezando por la creación de leyes injustas, desproporcionadas e inmorales y terminando por la aplicación que llevan a cabo de éstas a través de los tentáculos de la Administración Pública. Quizá sea este el motivo por el que cuando sale un juez a dictaminar un auto o sentencia estén los focos mediáticos (viciosamente aliados con los partidos ante los que responden ideológicamente) para empezar el acoso y derribo de un hombre frente al mundo. O quizá sea porque el juez procura recordar cuales son los hechos, recordar cuál es o ha sido la realidad. Y si ésta no contenta al partido, la reacción es virulenta y agresiva, procurando la formación política o ideológica deformarla para ajustarla a los cánones de sus ideas.

Por ello, es la corrupción ideológica la que más atenta contra la independencia judicial. A pesar de que existan elementos de juicio y hechos que nos reconstruyan o aproximen a la verdad, las ideologías fanatizan y tratan de acabar con la metafísica para prostituirla e imponer sus sesgos, su visión del mundo. Y la mayor amenaza que como individuos podemos sufrir es un Estado ideologizado que lejos de atender a la realidad, la desoiga y deforme para con esta corrupción modular el credo popular e imponer sus dogmas de fe, recurriendo a medias verdades y silencios que buscan deformar las conciencias.

Ya no importa la Verdad, sino la parte de la realidad que interese. Por ello, no dejemos de luchar por recuperar el ser de las cosas y quitarnos las vendas que nos ponen en los ojos los sofistas posmodernos. No dudemos en salir de las cavernas platónicas y despertar la razón que quieren adormecer. No olvidéis que frente a sus ideologías siempre debe imperar el sentido común.

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.