Uno de los prejuicios para interpretar el mundo que ha interiorizado aquello que llamamos izquierda y que con más entusiasmo ha adoptado eso que llamamos derecha es el cuento de que «todo es política».
Más que una constatación de la realidad, es una voluntad de retorcerla: politizarlo todo. Todo es todo. Cada minuto del Telediario, cualquier programa de presunto humor o el evento deportivo de turno son susceptibles de ser utilizados para imponer una visión sectaria e interesada de lo que sea.
Hacer de todo política es una manera eficaz de generar desasosiego, miedo, parálisis, tristeza… Desarraigo y odio. La hiperpolitización de nuestras vidas agrieta comunidades y rompe familias. Allí donde no hay afecto, hay gestión. Donde no hay un familiar, llega un burócrata, un político. El Estado.
Una sociedad anegada de política es más fácil de controlar y, al fin, de esclavizar. No todo es política. Busquemos nuestra felicidad de espaldas a esa visión fanática, simple y malvada de nosotros mismos.