Te miro barbudo, José, y pienso que quiero hasta tu bigote. Te pintan mayor y yo anhelo esa ancianidad tuya, que durante siglos ha venido a llamarse sabiduría. Te han llegado a representar con la sonrisa tranquila y yo pido la mansedumbre de tu mirada en el cuadro del colegio. O la vigorosidad paternal con que te recé en el Seminario de Cuenca. Hoy es tu día, José, y yo quiero celebrarlo.
Algunas me han dicho que este es el mes de la mujer, y yo vengo a reivindicar en marzo tu masculina vigencia. Marzo es el mes del hombre porque hoy es el día del padre y nada hay más importante. A algunas les chirría que admiremos tu ejemplo, tan silente, tan callado, en un mundo de estruendos y eclipses. Junto a la mujer más importante de la historia estuvo el hombre más sencillo, e imagino entre risas que el ruido de Belén vino más bien de los rebuznos del buey.
Quieren acabar contigo, José, aunque tú no lo sepas. Tu figura les repele. Odian todo lo que eres y yo, sin embargo, quiero para mi padre, para mí, para mis futuros hijos y para todos mis compañeros, como en aquellos juegos de infancia, tus discretas virtudes. Sonríes en el silencio en un mundo empeñado en lamentarlo todo en el ágora. Acompañas con discreción en un ambiente de protagonismo sonoro. Por eso la sociedad enmienda tu paternidad. Molestas, José.
Apenas quedan ya padres a tu imagen. No hablo ya de varones barbudos y físicamente enterizos; no pido labriegos o carpinteros forzudos. Al mundo le faltan hombres entregados al misterio y don del matrimonio y la paternidad. Nos falta de tu cariñosa lentitud para el repudio —tan a la orden del día—, de tu ágil disposición para la marcha y de tu sombría cercanía paternal. Ser sombra ya no es virtud, José, y hasta los nuestros temen la beatitud del segundo plano.
Camino por las calles de Madrid y veo hombres —lo que todavía queda de ellos— amarrados a la correa de un perro, acaso esquivando la responsabilidad que nace del corazón entre patinetes y consultoras. Vuestra familia fue escuela de virtudes, hogar de santidad, cátedra del amor, y sin escuela ni hogares ya no quedan virtudes, amor ni santidad. Sólo cafés manchados, clases de espinin y tardeos en Ponzano. Y yo quiero tu barba y tus manos. Me empeño de nuevo en lograr tu sonrisa paciente.
Este día del padre, José, te pido para el mío y para todos los que son padres tu paciencia y tu fortaleza. Tu virilidad sensata y tu custodia por la también sensata feminidad de María. Anhelo tu decisión vigorosa y tu disposición para el servicio. El mundo que hoy te enmienda sería mejor si volviese la mirada hacia a ti. María se fijó en ti, ay, y yo hoy lo quiero hacer también. Si Dios te puso al lado de su Madre, déjame que hoy te pongamos al lado de nuestros padres. Porque algunos aún queremos ser como tú.