Las vacaciones, pasar unas semanas lejos de donde tenemos acumuladas nuestras rutinas, nuevos ritmos, perspectivas, paisajes, horizontes distintos. Para muchos, las vacaciones no suelen transcurrir de un año a otro en el mismo lugar. Y, por un motivo o por otro, por unos horarios anárquicos y unas distancias y prioridades diversas, la misa acaba por desaparecer. Tras la pandemia —cuando, si acaso, se veía por televisión—, la misa ha dejado de ser una preferencia en muchas personas, en muchas familias. Que la misa corre peligro en verano, igual que la confesión, igual que las prácticas y normas de piedad que a veces están medio incorporadas, es algo que hemos comprobado otra vez más. El calor, las noches tropicales o toledanas, los precios disparados, el sudor nos han hecho, otra vez más, difícil acudir a misa en julio o en agosto.
En otras ocasiones, el problema de a qué horas se celebra la misa. Acudimos a la iglesia, o a una página web —que bastante acierta y nos proporciona información precisa—, y vemos que hay dos misas, si acaso. Una a las nueve de la mañana —demasiado pronto, exclamamos—, otra a las ocho de la tarde —nos corta el baño vespertino, porque nos obliga a tener que arreglarnos cuando todavía hace mucho sol. Más problemas: la iglesia queda lejos, hay que coger coche y luego no se puede aparcar. Sólo hay una parroquia en el pueblo, está demasiado concurrida, mal ventilada. Calor, moscas, abanicos que huelen a naftalina, ventiladores que ya eran viejos cuando emitieron Twin Peaks y nuestras hermanas adolescentes se enamoraron del agente Cooper y sus donuts.
En mi pueblo —pueblo que adopto, pueblo que me espera para más que el verano— hemos creado una disputa. Cada vez vive aquí más gente a lo largo del año. Es una residencia apetecible. La comunidad ya tiene su horario de misas. No quiere que los que vienen para unas semanas les cambien su modo de funcionar. Tampoco los sacerdotes. No sólo las misas dominicales, sino de manera especial la misa en día laborable.
En la urbanización de al lado han celebrado sus bodas de oro. Medio siglo llevan en pie esas torres, sus jardines y sus piscinas redondas, con focos que iluminan de noche. En realidad, los focos se colocaron hace mucho menos tiempo. Siempre han organizado grandes festejos un día o dos al año. Podría contar vergüenzas de muchos y de otros años, durante esos jolgorios. Este año, además del ruido constante de música y actividades a lo largo de un día o dos, decidieron contar con una misa matinal en sus jardines. El domingo a las nueve y media. Oficiaba un cura que, según me dicen, vive ahí todo el año o, al menos, lleva ahí varios meses. Y no se les ocurrió nada mejor que atronar, desde las ocho y media de la mañana, mediante sus altavoces, con el toque de diana, el himno nacional y otras músicas, para despertar a todos. A todos. A ellos y a nosotros. A los que ya pensaban asistir a esa misa al aire libre, y a los que no. Y a los que nunca van a misa.
Hay años en que se ve gente en misa con bañador y chancletas. No recuerdo si cuando yo era niño también me acercaba con este atuendo a una capilla que tenemos al lado. La capilla de una pequeña cofradía de pescadores que ya no pescan. Vamos a misa a última hora, como algo obligado que nos estropea la fiesta. Entramos en una capilla o una iglesia con suelo de terrazo y dejamos algo de arena. Luego, cuando volvamos a casa, nos ducharemos, usaremos geles y champús, cremas hidratantes, colonias, perfumes. Nos pondremos ropa bonita, porque hay que salir a tomar copas.
Por lo general, nos sentimos como usuarios alóctonos de la parroquia veraniega. Más ajenos aún de lo que nos sentimos en la iglesia que frecuentamos en nuestra ciudad de residencia. Por eso, a veces perdemos más modales; nos sentamos en los escalones de una escalera, y no nos molestamos en dejar paso libre. Comulgamos casi con indiferencia, con una frialdad mayor de la que expresamos cuando pedimos la cuenta del bar. Algunos se preocupan por la mascarilla, y, sobre todo, por si el resto de los parroquianos acude con su mascarilla. Lo importante es la salvación del cuerpo. Otros consultan en el móvil; quién sabe si están leyendo una aplicación de misal o un devocionario. O Tinder. Quizá la misa del verano es como la misa de invierno, pero más fría.