Ayer falleció Quintero y ya andamos huérfanos de silencios. Se nos fue Marías y, antes, Quique San Francisco y a mí me sigue impresionado la reacción de la sociedad española cuando se muere un personaje de estas características —de una genial rareza y una rara genialidad. Tuve hace años un profesor tarado que prolongaba sus silencios hasta conquistar la incomodidad, en una suerte de ritual contra el alumno. Pero ni él era andaluz ni yo soy, qué sé yo, el Risitas. Así que volvamos al tema. Imagino que muchos habréis visto, como yo, el vídeo de una conferencia de periodistas que ayer circuló por redes hasta llevar a nuestro célebre andaluz al escalafón del trending topic patrio.

El vídeo, de 2017, recoge una reflexión de Quintero, libérrimo hasta rozar la irreverencia, sarcástico hasta alcanzar la verdad, en la que carga contra el periodismo actual, tan desprestigiado y tan cutre. En fin, tan actual. Carlos Alsina le decía que quizás hubieran cambiado las preferencias del consumidor, que ese periodismo de cigarro y luces tenues, de pelo alborozado y locos de la colina, quizás ya no conectara con la audiencia. Y Quintero respondió una barbaridad de las suyas. Esto es, dijo la verdad. En primer lugar, espetó que estaba escribiendo un libro y aún no tenía claro el título de éste: si Mis queridos hijos de puta o si, en un evidente alarde de moderación, Mis queridos hijos de la gran puta.

Más allá de lo anecdótico, Quintero mostró entonces un desapego por los nuevos dispositivos culturales, que diría Pedro Herrero. Por eso, a continuación, respondiendo a quien allí hacía de abogado del diablo, espetó algo así como que la basura conecta con la basura. Por eso es genial Quintero, claro. Porque era, lo ha dicho Raúl del Pozo, más raro que un perro verde. Y sin embargo, no es la rareza aquello que lo hizo inalcanzable. Hoy, no lo negaré, yo pensaba escribir sobre Tamara y la peculiaridad de Quintero me ha dado la clave. La basura llama a la basura y los hijos de puta, queridos todos ellos, llaman a los ídem.

Así, ha sido Jorge Javier Vázquez —nunca es casualidad— el que ayer aireó la fe de Tamara, como antes se lucró del sufrimiento de una inculta y como tantos años se ha burlado de la dignidad de quien se le ponía enfrente. El problema de Jorge Javier (al que no le gusta el Credo de Tamara) es que suelta su basura frente a millones de espectadores. Y claro, perro no mata perro y basura conecta con basura. Tenemos una televisión de lentejuelas, confeti y banalidad. Pero lo más preocupante es que tenemos una audiencia que cumple los mismos parámetros. Yo, en cualquier caso, vivo con la ilusión de pensar que Quintero habría dedicado el prólogo —«mis queridos hijos de puta»— a Jorge Javier. Porque le habría quedado una obra maestra.