Recuerda que polvo eres y al polvo regresarás
Que el mundo a veces nos puede un poco-demasiado más de lo que nos gustaría, es una experiencia de todo ser humano. La vida a veces nos encarrila y nos dirige más de lo que nosotros mismos queremos. Nos encontramos —no sabemos muy bien cómo— viviendo vidas que no son las que queremos, y que, cuando nos paramos a contemplar nuestro estado, nos generan más insatisfacción, desidia, malestar y desasosiego que bienestar o sentido. Aunque a veces no nos demos cuenta, entramos en las dinámicas de un mundo, de unos valores, de unas claves que conscientemente decidimos no aceptar, pero que inconscientemente, y a veces en debilidad, acaban atrapándonos.
La aspiración de todo ser humano es la de tener una vida feliz y libre. Una vida plena y rica, llena de cuanto bueno puede ofrecernos estar vivos. Estamos hechos así. Tal aspiración puede tomar distintas formas, desde luego. Hay quien entiende lo bueno de la existencia de un modo o de otro, con distintos caminos, pero ahí, en esa aspiración a una vida buena, a la eudemonía, a la felicidad, todos los humanos coincidimos. El Aquinate, vía Aristóteles y Sócrates, nos llegará a decir que a fin de cuentas el mal, el pecado, es una elección errada en perseguir un bien… Antes o después cada uno nos hacemos la pregunta de cómo alcanzar esa vida buena y plena. Qué es lo que llena nuestra vida de vida. Y antes o después nos daremos cuenta de que por una razón u otra, también nos hemos equivocado en elegir los medios para alcanzarla.
Esos son los momentos adecuados para cambiar de vida, para volver a orientar nuestro camino, para optar por ser quienes somos y lo que queremos. Para reorientarse.
¿Pero orientarse o reorientarse hacia dónde? La dimensión de fe y creyente cristiana lo tiene claro. Las preguntas sobre cómo hacer de la vida una vida auténticamente vivida ya tuvieron respuesta. Una respuesta de amor, de esperanza, de justicia y de entrega. La respuesta de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre. El modelo de toda vida humana lograda, plena, realmente vivida, es la de Jesús, el Señor. El orientarse tiene que ser hacia Jesucristo. Y el compendio de toda su vida, la densidad de todo su mensaje se condensó en su Pasión y en su Resurrección. Es por eso que vivimos la cuaresma de cara al misterio de la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
Que eso es a fin de cuentas la Cuaresma. La preparación para la Pascua. Un movimiento de reorientación de nuestra vida que comenzamos en este Miércoles de Ceniza. Reorientarse a hacer vida de verdad del mensaje del evangelio en nuestra vida. Tomarnos una vez más en serio eso de ser cristianos. Volver a encontrarnos con el Resucitado y cambiar nuestra vida conforme a su enseñanza y mandato de amor.
Para poder hacerlo, lo primero es descubrir si realmente nuestra vida no es todo lo que podría ser. Por eso es bueno de cuando en cuando pararse, detenerse, mirarse por dentro y ver si sutil pero perceptiblemente nos hemos ido moviendo dentro de nosotros mismos hacia lo que no nos gusta. Hay que descubrir que hay que volver a reorientarse. Hay que localizar lo que nos atrapa sin quererlo… y desecharlo. Esa es una de las dimensiones de la Cuaresma. Pararse primero, para reorientarse después. Mirarse por dentro y recolocarse a uno mismo en la vida que quiere vivir, para poder hacerla realidad.
¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo reorientarse hacia el amor y la libertad supremas, hacia la esperanza, hacia la vida en la que desemboca la Semana Santa, que es la Pascua?
La Iglesia nos propone a los cristianos una serie de medios que se encuentran en todas las culturas y sociedades pues hablan del hombre mismo, de lo que es, lo que le atrapa y sobre todo lo que le da vida y libertad. La Iglesia nos plantea lo que se ha llamado tradicionalmente la penitencia cuaresmal: la oración, la limosna y el ayuno.
Con mala prensa lo del nombre de penitencia es más que un buen método para ayudar a serenarse por dentro. A liberarse de lo que nos va desviando imperceptiblemente. No hay que mirarla —evidentemente— en plan fustigante y sanguinolento. Nada de sufrimientos extremos. No es eso lo que dice Jesús en el Evangelio de este Miércoles de Ceniza con el perfúmate y lávate la cara. No está ahí la humanidad de un Dios que se hace hombre. La penitencia hay que vivirla como ascesis, como purificación, como una ayuda a la liberación de lo que nos tiene un tanto agarrados, un tanto esclavizados. Como ayuda para acercarse a ese modelo que tenemos como meta —Jesucristo—, pero siempre humanamente, pues lo más humano es lo más divino. Es a fin de cuentas la penitencia poner en ejercicio la libertad de optar por lo que nos da vida y plenitud, no por lo que nos lleva al mal humor. Es elegir vivir de una manera más libre y menos atada a las cosas, es volver a conectar con la fuente de nuestra alegría y plenitud.
Se nos dice hoy al imponernos la ceniza la frase «conviértete y cree en el Evangelio» y se nos orienta hacia la penitencia con ello. La ceniza ha sido siempre señal de penitencia. Pero la penitencia no es nunca un valor en sí mismo. No es algo que se agote en sí mismo. Es más como un dedo que señala: si nos quedamos mirando el dedo, si nos centramos en exceso en la penitencia, no miramos a lo que señala, que es la conversión. La penitencia es así, de nuevo, un signo, una manera de significar la conversión. Que es el auténtico significado de ese reorientarse del que hablamos. Pero un signo que a la vez ya realiza lo que señala pues pone en marcha la misma conversión, el cambiar, transformarnos, el ir haciendo real el camino del evangelio al que estamos llamados. La conversión del corazón, de las actitudes, de ir haciendo en nuestro día a día cada día más real nuestra condición de cristianos, la que ya tenemos. Se trata de ser lo que ya somos. Y la penitencia nos ayuda pues con ella se nos recuerda que estamos llamados a quitar lo que nos estorba en el camino del evangelio, lo que no nos deja ser quien somos, lo que somos: cristianos.
Central es la Oración. Para mirarse por dentro y ver cómo nos hemos ido deslizando por dentro es sumamente importante. La práctica del silencio, de la oración, la meditación, la lectura, el estudio que ayuda a ese reorientarse, a ese descubrir más profundamente el modelo que hemos tomado, reorientarse a Cristo. Y la experiencia profunda de encontrarse con él. También en la celebración litúrgica, en la eucaristía, la adoración. Confrontarnos con el Señor y dejar que Él sea el que nos reoriente. Elijan un buen libro para este tiempo de Cuaresma que les ayude a ello.
En lo del Ayuno, aunque el mundo ha cambiado y de poco sirven las cosas si las vaciamos de contenido, hay que reconocer una profunda sabiduría en las propuestas que hace la Iglesia: el ayuno —es decir, abstenerse de alimentos— en Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, y abstinencia de carne todos los viernes de este tiempo de Cuaresma. Sabiendo que la alimentación es lo que conforma nuestro cuerpo y que en todas las tradiciones culturales y religiosas de nuestro mundo es un valor puntual el ayuno, se trata de vivirlo en el sentido profundo de asumir lo que es penitencia y lo que ayuda a cada uno a reorientarse. Los pequeños sacrificios purifican el cuerpo y la mente, nos ayudan a dar el valor justo que tienen las cosas a las que nos atamos y que somos capaces de poder dejar. Es normal también en este tiempo ponerse ayunos propios cada uno: fumar menos, o fuera el alcohol, o quizás menos redes sociales o series…
La Limosna hay que entenderla como donación de uno, dar lo que uno es o tiene a los otros, reorientarse hacia los otros, poner en su justo valor las cosas materiales y no dejar que nos acaparen las cosas demasiado. La felicidad no está en el tener, está en el amar, en el darse, en la cercanía a los otros. No es otro el mensaje del amor de Jesús de Nazaret, mirar siempre fuera de uno hacia el que está al lado. Y comprobar que a nuestro alrededor hay muchos que no llevan tan buena parte en la vida como nosotros, y que necesitan de nuestra ayuda. También de la material. Y a veces hasta de la monetaria. Es dar dinero, desde luego, pero también tiempo, cariño, cuidado. Es estar pendientes, como el mismo Dios, como nos muestra Jesús de Nazaret, de los más pequeños, de los más débiles, de los más desafortunados, de los que más sufren… de los que más lo necesitan. Busquen cómo hacerlo. Pararse a hablar con el mendigo de la esquina. Asumir algún servicio extra en casa. Visitar a algún enfermo o algún anciano. Quizás ser más amables con ese vecino o ese compañero de trabajo que no nos cae en exceso bien, son también formas de limosna penitencial.
Y una última pista. Acercarse al sacramento de la reconciliación, al sacramento del perdón y la penitencia, es todo un don y oferta de Dios para esa liberación, para ese reorientar nuestra vida. Para caminar entre nuestra finitud y nuestro proyecto de una existencia orientada a Dios, que, a fin de cuentas, es el único que puede sostenernos en los anhelos y aspiraciones de una vida plena.
La Ceniza que en este Miércoles se nos impondrá trata de recordarnos eso de que «somos polvo», pero no en clave humillante o negativa, sino recordándonos que somos algo más sencillo y a la vez más profundo, más importante de lo que a veces nos creemos o de cómo actuamos, pues somos creaturas de Dios. La ceniza nos recuerda que demasiadas veces nos centramos demasiado en cosas que no son reales y que no nos hacen ser verdaderamente cristianos, descuidando y olvidando que nuestro verdadero «yo» está precisamente en Dios. Que no se trata de centrarnos en nuestras necesidades o comodidades, en nosotros mismos, sino salir de uno, orientados y apuntados a lo que de verdad somos: hijos de Dios. «Polvo eres y en polvo te convertirás». Se nos hace con la ceniza una llamada a la memoria de lo que de verdad es el hombre frente a tantas cosas que nos engañan porque no son realmente del mundo en el que vivimos o en el que queremos vivir. La ceniza trata de recordarnos que hay veces en que nos olvidamos de que lo que tenemos más a mano, nuestra vida diaria, nuestras preocupaciones más materiales o nuestras metas más concreta, hay que mirarlas en la perspectiva del verdadero por qué de nuestro tiempo aquí: alcanzar a Dios. Un mundo como el nuestro, invadido por la publicidad, nos orienta demasiado al consumo, al tener, al parecer… y la ceniza nos recuerda que no está ahí nuestra verdadera identidad ni nuestra verdadera felicidad. Que hemos de ser capaces de mirar más allá. Que nuestro tiempo aquí está para mucho más que para la comodidad.
Desde esas claves esta Cuaresma que empieza en el Miércoles de Ceniza hasta el mismo Jueves Santo —cuarenta días mal contados pues los Domingos no entran el cómputo cuaresmal— será mucho más provechosa y será una buena preparación, una reorientación, de lo que somos y lo que queremos ser hacia la meta de nuestra vida, el Amor, la Liberación y la Esperanza de la Resurrección. Hacia Dios.