Mañana te dirán que la decadencia de Occidente empezó en Afganistán, con una retirada catastrófica que no fue más que una pueril huida. Mañana te dirán, con la seriedad con que ellos dicen las cosas, que el final se acerca y se torna irremediable. Que el mundo está llegando a su fin y que, por mucho que se oponga Arias Cañete, a nuestra sociedad se le aproxima la fecha de caducidad. Que nuestro Apocalipsis es literatura, pero su final de los tiempos es dogma inevitable.

Mañana te dirán que todo ha cambiado, cuando en el fondo ambos tenemos claro que todo seguirá igual. Saldrán con banderines a decirte que la labor gubernamental salvó vidas, cuando sabemos —y, ay, ojalá no saber— que todos los que entonces salieron a aplaudir con una chapa en la solapa y un carné de Ferraz no hallarán, en el mejor de los casos, más que purgatorio. Nos dirán, con estandartes y consignas, que el bien y el mal no existen, pero por si acaso, ellos son los buenos y nosotros los malos.

Mañana te dirán que los polos se derriten, y que este calor infernal que durante meses ha azotado La Palma es fruto de tus excesos de sibarita faminazi y no fruto de los intestinos de un volcán. Nos dirán que comer carne acaba con el planeta, cuando tú y yo sabemos que no comerla acaba con aquellos que lo habitamos. Nos dirán que la quinta dosis preferible a la cuarta y, mejor que eso, obligatoria. Que el talento con la raqueta carece de importancia sin su inoculación. Y que sus fármacos están por encima de tus principios.

Mañana te dirán, como ya le dijeron a C. Tangana, que enseñar el culo en un yate es opresión y que rodearse de mujeres supone lastimar la conciencia de una sociedad que censura minifaldas y subvenciona semáforos inclusivos. Que tú y yo podemos ser violadores por el mero hecho de haber nacido varones. Que nuestros genitales son el pretexto para todo, especialmente para todo lo malo.

Sabes que nada ha cambiado ni cambiará, porque esto venía de lejos. Y aunque lo tengas claro, ellos insistirán. Y será más evidente que nunca que son ellos quienes confunden, en advertencia de Escohotado, sus «privadas melancolías con estados generales del mundo». Mañana nos dirán que la decadencia de Occidente empezó en Afganistán, cuando tú y yo sabemos que la civilización se acabó hace años en el bar La Cepa.