Los valientes

Ignacio Echeverría, un joven que, cuando todos corren en una dirección huyendo del peligro, decide correr en dirección contraria para ayudar al débil

|

Por las mañanas intento leer en el metro. Lo logro cuando el libro es interesante y no estoy muy cansado. El otro día no fui capaz, porque escuché una conversación mucho más interesante que la novela que tenía entre manos. Tres chicas se sientan en los asientos frente a mí. Una comparte sus dramas con las otras dos. ¿Qué edad tendrán? Entre 16 y 21. No es fácil acertar en ese espectro. No escucho todo, pero entiendo la idea principal: «Le he bloqueado, pero luego le he desbloqueado, eso sí, me he quitado la foto de perfil para que piense que sigue bloqueado. El otro día me habló, pero yo no le he vuelto a hablar». Las otras le aconsejan con más prudencia de la que yo hubiese esperado. Se bajan todas cuatro o cinco paradas después.

Llego a clase. «Os voy a contar una historia que me ha pasado en el metro viniendo hacia aquí». Es una pasada. Empiezas una historia y de repente todos se callan y te miran. Explico la historia. «Pero eso es meter la oreja». «A ver, qué queréis que haga si una chica grita a un metro de mí». Termino la historia y explico la moraleja: «Ligad a la cara, no a través de una pantallita». Me miran como si les dijese que dejen de beber agua. «¿Y tú que haces?». «A ver, yo no ligo, pero si lo hiciese procuraría hacerlo a la cara». Lo repito en las otras clases. Voy sofisticando el mensaje: «Mandar fueguitos no es ligar». «Si habla mucho a través de una pantallita… red flag». Les parece gracioso escuchar al profesor decir red flag. En otra clase añado que los temas importantes no se discuten por WhatsApp. «Mejor quedar. Y, si no puedes, lo hablas por teléfono». Me sorprende su sorpresa. Creo que nunca habían escuchado algo tan obvio.

Recuerdo una historia que nos contó un profesor en la universidad. «En mi época, si querías una revista guarra tenías que mangar el DNI a tu hermano mayor, superar la vergüenza de hablar con el dependiente, esconderla debajo de la ropa hasta casa, luego hacerla desaparecer… Ahora cualquier chaval tiene acceso a millones de vídeos en su móvil». No quiero centrarme en la pornografía. El punto es que resulta más difícil ser valiente en una sociedad que te da todo hecho. Ni siquiera necesitas pasarlo mal para decirle lo que sientes a la chica que te gusta. Te puedes refugiar detrás de una pantalla. Pero, como dijo un sabio: «La juventud no está hecha para el placer sino para el heroísmo». Hay ejemplos. El último que se me ocurre es Ignacio Echeverría. Un joven que, cuando todos corren en una dirección huyendo del peligro, decide correr en dirección contraria para ayudar al débil. En las situaciones de riesgo no se piensa, se reacciona. Esta semana se cumplen ocho años desde que Ignacio entregó su vida por defender a personas que no conocía. Tendría que hablar sobre él en clase.

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.