Si tuviéramos que resumir en una frase la historia iberoamericana de las primeras dos décadas del Siglo 21 esta sería: «Delincuencia transnacional».  Veamos las razones.

Allá, por los albores de la última década del Siglo 20, la dictadura cubana era la única sobreviviente de los regímenes totalitarios de la región. Dado que los países habían adoptado el sistema democrático y la economía de libre mercado, el profesor Francis Fukuyama pronosticó que la historia se había acabado, ya no habría más disputas ideológicas. Sin embargo, Fidel Castro no estaba dispuesto a dejar el poder ni su dominio total sobre la isla, sus planes eran otros.

En 1990, con la fundación del Foro de Sao Paulo, Fidel arrancó un proceso de reagrupación de las recuas y pandillas socialistas alrededor de nuevas banderas de lucha, entre ellas, el indigenismo, el feminismo y el ecologismo. Los dineros necesarios para sostener sus planes vendrían de los petrodólares venezolanos, la corrupción, el tráfico de seres humanos y el narcotráfico.

Pero las acciones subversivas no podían realizarse con la misma estrategia de las décadas pasadas. Uno, porque muchos de los terroristas de los 60 y 70 ya estaban muertos. Dos, porque la opinión pública todavía tenía presente los fracasos de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Por eso, la infiltración se hizo mediante ONGS, organizaciones de apariencia noble, pero de negras intenciones.

Las ONGS hicieron una tarea vital en toda guerra: Construyeron la narrativa. Las estrategias eran el blanqueamiento de la imagen de exterroristas como Pepe Mujica, Dilma Rosouf, García Linera y Michele Bachelete, el control poblacional, el debilitamiento de los valores católicos de nuestros países, la destrucción de los partidos políticos de cada país, el debilitamiento de las Fuerzas Armadas, la construcción de nuevos líderes que respondan a los Castro, Evo Morales es el claro ejemplo, y contribuir a la apertura comercial de Cuba.

En octubre de 1997, mi natal Bolivia fue uno de los primeros globos de ensayo de la nueva estrategia comunicacional. Ese año, miles de jóvenes bolivianos, muchos de ellos amigos míos de adolescencia, viajaron a Valle Grande con motivo de rendir homenaje al Che Guevara. Un lustro después, estos mismos festejaron que Evo Morales, Felipe Quispe y Carlos Mesa hayan entregado Bolivia a la dictadura castrista.

Con Bolivia y Venezuela ya capturadas, era hora de poner en práctica la segunda parte de la invasión cubana: Las misiones médicas.

Bajo la mentira de «solidaridad», la dictadura cubana envía médicos a varias partes del mundo, pero en especial a los países que tiene intervenidos. Brasil, Venezuela, Bolivia y Ecuador destacan por el número de médicos y enfermeras bajo dependencia y control del estado cubano, por medio de contratos por los que Cuba percibe el pago por los servicios prestados. Léalo bien, no son los galenos quienes cobran por sus servicios profesionales, sino los mandamases de la tiranía. El régimen confisca sus sueldos en porcentajes que van desde el 75% al 90%. Además, como ya lo ha denunciado el propio personal de salud, sus familias se quedan en la isla en calidad de rehenes.

Pero la esclavitud no se reduce a los galenos, sino que es una condición de todos los cubanos que viven en la isla. Por ejemplo, Mavys Álvarez, la veinteañera a la que Diego Maradona tenía en calidad de esclava sexual durante su estadía en Cuba, en varias ocasiones relató que fue puesta a disposición del astro argentino por orden directa de Fidel Castro. También describió como la dictadura dotaba de cocaína, licor y otras jovencitas a Maradona. Todo era válido para mantener contento al drogadicto, que en teoría viajó a Cuba a rehabilitarse.

Si bien, es cierto que el pueblo cubano lleva más de seis décadas sufriendo el oprobio de la delincuencia castrista, no es el único. En Bolivia, Nicaragua y Venezuela las cárceles están repletas de presos políticos, los periodistas son golpeados, las empresas confiscadas, los emprendedores acosados por impuestos, los estudiantes sometidos a adoctrinamiento, y miles de ciudadanos han sido forzados al exilio.

Al respecto, Carlos Sánchez Berzaín, en su libro: Las dos Américas, afirma lo siguiente:

El método castrista de judicializar la persecución política y la disidencia que fue ejercitado desde los primeros días del oprobio contra el pueblo cubano con juzgamientos sumarísimos y fusilamientos se ha institucionalizado en el siglo XXI como metodología castrochavista en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y en Ecuador con Correa. Consiste en acusar a la víctima como autor de crímenes que nunca cometió o achacarle crímenes que cometieron los miembros del régimen, falsificando pruebas y sometiéndolo a fiscales y jueces que son verdugos, en procedimientos que son un crimen de violación del debido proceso, la presunción de inocencia, la igualdad jurídica, el juez imparcial, la irretroactividad de la ley, y cuyo resultado es la condena previamente ordenada.

En todos estos países la gente vota, pero jamás elige. Son tiranías electoralistas que usan los procesos de votación para cubrirse con un manto de democracia. Pues hay que ser muy ingenuos para pensar que unos pandilleros van a organizar elecciones transparentes.  Las pocas voces opositoras que quedan deben elegir entre convertirse en funcionales o perder la libertad, la mayoría opta por lo primero.

Los cubanos, venezolanos nicaragüenses y bolivianos hemos perdido la condición de ciudadanos, somos simples rehenes del Foro de Sao Paulo. Tristemente, muchos de nuestros vecinos quieren experimentar las mismas tragedias.